IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
El radicalismo surge, inequívocamente, de la rebeldía. Una persona o movimiento que asumen una postura radical lo hacen porque consideran necesario -sin importar si tienen razón o no, si son razonables o irracionales- rebelarse en contra de determinado status o sistema, y el objetivo de la postura extrema que asumen es, naturalmente, derrumbarlo para establecer nuevas condiciones de vida.
El punto crítico del radicalismo -sobre todo del institucionalizado- siempre es la segunda generación, porque el que nace ya dentro del sistema radical impuesto NUNCA va a tener la misma perspectiva que el que nació en las condiciones anteriores. Por definición, tiende a volverse más institucionalista y, en términos simple, eso significa “conservador”.
En este preciso momento, estamos presenciando un extraño reacomodo de la geopolítica en el Medio Oriente como consecuencia de la aparición de un nuevo protagonista en el conflicto. Esta vez no se trata de una persona, de un movimiento, o de una tendencia, sino prácticamente DE UN PAÍS.
El recientemente creado Estado Islámico de Irak y el Levante -por sus siglas en inglés, ISIS- ha entrado en el panorama, y pisando fuerte: en un período de tiempo relativamente breve se ha consolidado como una entidad política independiente -autodenominada “califato”- en lo que fue el norte de Irak, tomando ya el control de ciertas zonas en el oriente de Siria, y comenzando a amenazar también a Jordania.
Pareciera que nadie se lo esperaba, aunque su origen no es un misterio: se trata de uno de tantos proyectos -aunque el primero en consolidarse- de los musulmanes radicales de la línea de Al Qaeda, cuyo objetivo es recuperar el liderazgo que en otros tiempos tuvieron Al Qaeda y los Talibanes.
Hacia 2001 Osama Bin Laden era el líder indiscutido de este tipo de islamismo radical. No sólo guiaba a sus seguidores, sino que también los organizaba y controlaba. Desde el ataque aliado a Afganistán y el desmantelamiento de las redes de control de Al Qaeda, Bin Laden quedó reducido a una figura meramente emblemática, por lo que los grupos afines a su ideario extremista se dedicaron a funcionar de manera autónoma y desorganizada. Si acaso había un liderazgo de Bin Laden, sólo era simbólico y emocional. Por ello, su muerte prácticamente no afectó el funcionamiento de este tipo de grupos.
Es obvio que ya desde entonces debieron existir intentos por reconstruir una estructura -sobre todo política- para suplir el liderazgo vacante tras la derrota Talibán en Afganistán. Pero dichos esfuerzos no habían dado el resultado esperado, hasta ahora que desde esas mismas tendencias, pero con un ideario todavía más radical, ha surgido este nuevo país.
El descontrol que está provocando en el mundo musulmán es enorme. Prácticamente, el ISIS ha resultado invencible hasta este momento. Y lo peor es que viene declarándole la guerra a todos. Sus fundadores están íntimamente vinculados con grupos extremistas que participan en la guerra civil siria, en el bando adverso a Bashar el Assad. Hay otro detalle que los pone en contra del dictador sirio: el agua. Siria es, ya de por sí, un país con serios problemas de abastecimiento de agua, y la única fuente considerable que tienen es el llamado Lago Assad, en el oriente del país.
ISIS tiene el mismo problema. Está establecido en una zona igualmente árida donde el río Eúfrates ya no ofrece agua gracias a la amable política turca de quedarse con toda el agua que antes bajaba hasta Siria e Irak. Por lo tanto, ISIS y Siria están en guerra abierta por el control del Lago Assad.
Inevitablemente, esto pone a ISIS en conflicto abierto con los intereses de Irán y Hizballá. Por ello, en días anteriores sus líderes convocaron a luchar contra la guerrilla chiíta libanesa. Así que, en el marco de la guerra civil siria, es muy probable que en los próximos meses veamos un incremento de los ataques contra Hizballá, lo mismo en el campo de batalla sirio, que en sus propios feudos en Líbano.
Irán, inevitablemente, va a tener que abrir otro frente de batalla, justo cuando es lo que menos necesita. Su situación es terriblemente incómoda: durante años, Irán quiso venderse como el país listo para dirigir la guerra santa para destruir a Israel, y con esa bandera unificar a todos los musulmanes. Su estrategia fue impulsar a Hizballá como punta de lanza de este proyecto, y durante mucho tiempo funcionó. La imagen de esta guerrilla convertida en un estado dentro de otro Estado (Líbano, en este caso) llegó a ser muy buena a los ojos de musulmanes de todos los países y todas las tendencias -algo nada frecuente-.
Gracias a ello, e incluyo yendo un poco en contra de la lógica sectaria del Islam, Irán se dio el lujo de financiar a Hamas, un grupo terrorista suní -recuérdese que suníes y chiítas están peleados prácticamente a muerte-, con tal de construir una pinza con la cual cercar a Israel por los dos extremos. Si sus planes de organizar un ataque masivo contra el Estado Judío nunca lograron llevarse a cabo, fue porque Arabia Saudita, pero sobre todo Jordania, fueron una especie de colchón que impidió que la influencia regional de Irán llegara al punto preciso para atacar. Era inevitable: dichos países prefirieron mantenerse en la órbita de aliados de los Estados Unidos por razones diferentes. Jordania, por ser un país no demasiado fuerte y gobernado por una dinastía real inventada recientemente. Es decir, un país prácticamente ficticio. Arabia Saudita, por su urgencia de preservarse como el verdadero liderazgo del Islam, el país donde se conservan Medina y La Meca.
El primer problema para Irán fue Mahmoud Ahmadinejad, un líder tan elocuente como estúpido. Hábil para aprovechar la retórica anti-israelí y mantener relativamente controlada a la sociedad iraní, pero pésimo administrador de la nación. Su verborragia agresiva lo confrontó con occidente, y las sanciones impuestas contra su programa nuclear hicieron un trabajo lento pero efectivo (aunque sería difícil decidir si dicha efectividad fue por las sanciones como tales, o sólo por cuestión fortuita provocada por la ineptitud administrativa de Ahmadinejad y su gobierno). Irán se sumió en una severa crisis económica, y su poder regional se empezó a resquebrajar.
Entonces vino la Primavera Árabe. Los vientos de cambio en la región se presentaron como una oportunidad para que los Ayatolas persas lograran posicionar su liderazgo en lugares que, anteriormente, habían quedado fuera de su alcance, tales como Libia y Egipto.
Sin embargo, sucedió lo que no esperaban, y menos aún deseaban: la falaz Primavera se encendió también en Siria, y Bashar el Assad -otro gobernante inepto, y además al frente de un país terriblemente pobre-, el aliado indispensable de Irán para mantener la solidez de Hizballá en Líbano, repentinamente se vio en riesgo de perder el poder.
Un lujo que Irán no se podía dar.
Extrañamente, los vientos “primaverales” que azotaron a Libia, Túnez, Egipto y Yemen prácticamente se resolvieron en un año. Hubo cambios, pero la situación regresó a una relativa normalidad.
Siria no. Desde entonces -hace ya tres años- y hasta la fecha, ha vivido la guerra civil más sangrienta.
¿Qué fue lo que sucedió allí que no sucedió en otros lugares? Es simple: las grandes potencias -Estados Unidos y Europa, por un lado, y Rusia por el otro- se encargaron de perpetuar el conflicto.
Las razones parecen claras: en un principio, Rusia se opuso radicalmente a que la solución en Siria pasara por la deposición de Bashar el Assad. Parecía una postura irracional y vulgarmente convenenciera, pero Vladimir Putin podrá ser cualquier cosa, menos alguien miope y sin visión política. En ese momento señaló claramente que la caída de Assad se traduciría en un auge de los fundamentalismos islámicos que, de inmediato, aprovecharían ese vacío de poder.
Un buen argumento, sin duda.
Pero detrás de esa discusión que sólo sirvió como pantalla, hubo algo más importante para mantener a Assad en el poder, aunque sin darle los recursos para imponerse en su guerra civil: en la medida en la que rebeldes (y con ellos, extremistas) y partidarios de Assad sigan peleando, el poder de Irán en la zona seguirá deteriorándose.
Cuestión de dinero. A Irán le está resultando carísima la guerra civil en Siria. Dado que le urge hacer sobrevivir a Assad a como dé lugar, está invirtiendo una gran cantidad de dinero en armamento y en personal allí, y eso en un marco donde las sanciones impuestas por occidente todavía siguen causando estragos.
Por su parte, Estados Unidos y Europa quieren debilitar lo más posible a Assad. En realidad, hubieran sido felices de verlo caer, aunque hay una realidad inobjetable: cada vez que Estados Unidos provoca la caída de un líder enemigo -como en el caso de los Talibanes o de Saddam Hussein-, deja las cosas peor, mucho peor de lo que ya estaban.
El arreglo -yo no dudo que haya sido un arreglo- fue fácil: financiar y dar soporte “técnico” a las partes en conflicto (Estados Unidos y Europa a los rebeldes, Rusia a Assad) para mantenerlas en guerra. Encargarse de que ninguno gane.
Para Rusia significa mucho dinero, porque Irán es quien está pagando -literalmente- los platos rotos, y se los está pagando a Rusia, porque es allí donde se surte de armas y tecnología. Mientras, las potencias occidentales se encargan de que el gasto absurdo iraní no se pueda detener.
Al final de este conflicto, Irán va a tener empeñado con Vladimir Putin mucho, demasiado petróleo, y su capacidad verdaderamente operativa estará profundamente afectada.
Hubo otra ventaja en esta situación: Hizballá tuvo que asumir su rol como grupo chiíta, y al involucrarse en la guerra civil siria no pudo mantenerse al margen de cometer grotescas masacres y crímenes -el único lenguaje que entienden y conocen- contra poblaciones sunitas. En consecuencia, su prestigio se evaporó en apenas unos meses, y los extremismos enemigos empezaron a florecer en muchos lados.
Para Hizballá se trata de una lucha por la sobrevivencia. Si Assad cae, el puente terrestre -y no es posible construir otro tipo de puente- por donde llega el apoyo material iraní va a desaparecer, y en ese caso quedaría a merced de su peor enemigo: Israel (que ya se dio el lujo de bombardear posiciones de Hizballá, e incluso eliminar a militantes suyos, sin que la guerrilla iraní haya intentado siquiera reaccionar; sus líderes saben que en este momento no soportarían un enfrentamiento con Israel).
Hamas no está en una mejor situación. Ideológicamente -como todo grupo suní que se respete- siempre estuvo en contra de Irán -chiíta por antonomasia-, pero mantuvieron una alianza artificial bajo el paradigma de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. En su lucha abiertamente anti-israelí, lograron encontrar puntos de contactos que les acercaron durante varios años.
Ese romance empezó a colapsar hace unos cuatro años, cuando las sanciones económicas sobre Irán ya estaban causando estragos severos. Pero el asunto se puso peor cuando comenzó la guerra civil en Siria y Hamas tuvo que ponerse del lado de los suyos, los suníes, abiertamente atacados por Irán y Hizballá.
En ese momento, se encontró con una repentina ventaja: la Primavera Árabe había logrado tumbar al último Faraón egipcio, Hosni Mubárak, y los Hermanos Musulmanes -suníes- se vieron catapultados hacia el poder.
Hamas es, por naturaleza, una extensión de la Hermandad Musulmana. La lógica sectaria se impuso, y el alejamiento de Irán se dio al mismo tiempo que el acercamiento a Egipto.
Pero no contaron con algo: la sociedad egipcia estaba harta de un sátrapa terrible como Mubárak, pero también estaba acostumbrada a un tipo de vida muy distinto al que quisieron imponer los fundamentalistas suníes de la Hermandad Musulmana. Por ello, el proyecto apenas si duró un año: con un golpe de estado, la Hermandad fue derrotada, e incluso luego proscrita (sus líderes ahora enfrentan cadenas perpetuas o penas de muerte), y Hamas perdió su punto de apoyo natural, sin más remedio que replegarse otra vez al apoyo iraní.
Lamentablemente, en un momento en que Irán estaba más afectado aún.
Por si fuera poco, desde hace años ha tenido que lidiar en la Franja de Gaza con el abierto activismo de los grupos extremistas inspirados en Al Qaeda, que constantemente llaman a los musulmanes a derrocar a Hamas porque no son “suficientemente islamistas”.
Bien: todo lo anterior es un esbozo del complejo panorama que representan los extremismos islámicos. Y como si todo eso no fuera suficiente, acaba de suceder lo que ninguno de esos extremismos quería: la aparición del ISIS. Un nuevo extremismo, bien organizado -ya hasta tienen un país propio- y con una fuerte capacidad militar. Un enemigo que va a causar muchos dolores de cabeza.
Al inicio de la nota señalábamos que el extremismo tiene como característica la cuna rebelde, y como principal punto crítico la segunda generación. Bueno, pues tiene otra más: tarde o temprano, surge algo o alguien más extremista todavía. Es decir, el extremismo no tiene límite.
ISIS ha venido a aparecer justo en el momento en que los otros extremismos -el de Hamas, el de Hizballá, el de la Revolución Islámica de Irán, e incluso el de Al Qaeda- ya están en su segunda generación o incluso más avanzados. Es decir, en el punto donde pese a haber nacido como extremismos han tenido que institucionalizarse, dinámica que diluye la naturaleza extremista original.
Son grupos que nacieron para rebelarse, para atacar, para agredir. ¿Qué van hacer ahora que son ellos los que sufren la rebelión, el ataque, la agresión de alguien más extremista? Simple y sencillamente, NO SABEN NI POR DÓNDE AGARRAR EL PROBLEMA.
Por lógica, los únicos tres países en la zona inmediata que parecen tener una idea clara de lo que hay que hacer son Israel, Jordania y Arabia Saudita. ¿Por qué? Porque han pasado las últimas décadas combatiendo el extremismo de Hizballá, Hamas, Irán, e incluso de Al Qaeda.
Mal que bien, es territorio conocido: cuando estás afuera, un extremismo no es muy distinto a otro.
Las cosas se van poniendo en su lugar lógico, poco a poco, e Israel tiene una serie de ventajas a las que les puede sacar mucho provecho.
Por ejemplo: ya quedó claro que Putin tenía razón respecto a Assad. Guste o no, es un tirano indispensable para ponerle un alto a ciertos extremismos. Pero su crisis resquebrajó la influencia iraní en la región, y la aparición del ISIS acaba de abrir la puerta a un nuevo nivel de conflicto donde Irán va a gastar más dinero, y Hizballá va a perder más prestigio, más apoyo, más armas y más gente.
Hamas, por su parte, se ha quedado solo. La estrategia israelí parece arriesgada, pero no me parece irracional: si no se lanza a la destrucción de Hamas -cosa que podría hacer con mucha facilidad en este preciso momento- es porque ante el vacío de poder que eso generaría en Gaza, serían los grupos afines a Al Qaeda -como la Yihad Islámica- los que tomarían el control, y eso provocaría que la guerra con ISIS -a fin de cuentas, el mismo tipo de extremismo- se adelantara innecesariamente.
Por eso el objetivo no es destruir a Hamas, sino doblarlo. Israel asumió una postura muy atinada: responsabilizar a Hamas por los ataques que los grupos anti-Hamas de Gaza lanzan contra Israel. En esa línea, cuando estos grupos atacan Israel responde eliminando líderes o militantes de esos grupos, pero también destruyendo infraestructura de Hamas.
Eso ha ido minando el poder y el control de Hamas en Gaza. El secuestro de Eyal Yifrah (Z”L’), Naftalí Frenkel (Z”L’) y Gilad Sha’ar (Z”L’) fue un buen ejemplo de que, en el interior del grupo, ya hay sectores más radicales fuera de control. El riesgo ahora es que esos sectores se pasen al bando de la Yihad Islámica -afín a ISIS por naturaleza-, y venga un golpe de estado en la Franja.
Por ello Hamas ha asumido una repentina postura agresiva contra Israel, como queriendo demostrar que sigue en pie de guerra. Pero la realidad es que sus días están contados, e Israel sabe que Hamas, tarde o temprano, entenderá que sólo tiene dos alternativas: doblegarse o morir.
Es lo que le pasa a los extremismos de segunda generación cuando surgen los nuevos radicalismos.
Mi personal opinión es que es por eso que Israel no está apretando al máximo a Hamas en este momento. Se arriesga mucho, pero confía en la tecnología desplegada en el sistema Cúpula de Hierro, además de la elevada educación y conciencia civil para protegerse en caso de ataques. Gracias a ello, los daños humanos han sido mínimos.
Cierto: es terriblemente molesto para los ciudadanos que viven en las cercanías de Gaza, e incluso para los que desde lejos vemos su sufrimiento y nos solidarizamos con ellos.
Pero los políticos tienen que ver más allá de lo inmediato, y creo que Israel está percibiendo -a mi juicio, correctamente- que la aparición del ISIS va a alterar la geopolítica y le va a generar ciertas ventajas al Estado Judío.
Y es que los líderes de ISIS acaban de hacer una declaración monstruosa, pero -desde cierto punto de vista- bien recibida: han dicho explícitamente que la guerra inmediata no es con Israel, sino con los musulmanes “infieles”. Es decir, con Irán, con Assad, con Hizballá, con Jordania, con Arabia Saudita, con Hamas.
Y si acaso uno puede escoger a sus enemigos, no hay mejor enemigo que aquel que está profundamente dividido y, además, peleado a muerte consigo mismo.
Es bastante lógico que Israel, Jordania y Arabia Saudita vayan a conformar un bloque para ponerle un alto al ISIS. Egipto está más lejos (y el resto de los países árabes, desde Túnez hasta Marruecos, todavía más) y se pueden dar el lujo de observar con cuidado.
Muy difícilmente, el ISIS podrá avanzar en ese frente. Pero donde pueden obtener muchas ventajas gracias al debilitamiento regional -cortesía de la grotesca política de occidente-, es en sus frentes contra Siria e Irak. Y después Irán.
Parece que ha llegado el momento de que el Islam se enfrente a su peor enemigo: ellos mismos.
Rusia, por lógica, va a defender un poco a Irán. A fin de cuentas, Putin tiene que irse con mucho cuidado porque en el sur de la Federación Rusa viven más de 300 millones de musulmanes, y debe cuidarse de no empujarlos hacia el extremismo de. ISIS. En realidad, Irán es el malo por conocido, mejor que el malo por conocer. Además, Irán tiene petróleo, por lo que a Rusia le conviene más tener como acreedor a Irán, y no al ISIS.
Hay otra ventaja: los Ayatolas de la primera generación de la Revolución Islámica están próximos a emigrar de este plano de conciencia. Pronto, Irán estará en manos de la segunda generación, la que no nació en tiempos del Shá, la que no entiende en carne propia la naturaleza del radicalismo chiíta, sino que lo ve sólo como un planteamiento teológico. Es esa generación la que tendrá la opción real de comportarse de un modo más razonable.
Claro, no por gusto propio, sino porque el ISIS les va a estar dando problemas durante bastante tiempo.
Europa tiene su propia guerra con el Islam. En términos inmediatos, no les interesa demasiado el conflicto en el norte de Irak, porque sus problemas inmediatos son los inmigrantes musulmanes que ya están allí, y que pronto van a reflejar con conflictos entre ellos mismos los conflictos que se están dando en sus países de origen.
El panorama no es alentador: la situación está generando un auge de las derechas xenófobas, y si esta tendencia sigue (y no veo cómo se pueda detener o cambiar de rumbo), la sangre va a volver a correr en ese viejo continente.
Lo que sigue siendo un enigma para mí es qué va a hacer Estados Unidos. Aunque parezca mentira o imposible, Barak Obama siempre puede salir con algo todavía más absurdo y torpe. Afortunadamente le queda poco tiempo en el gobierno. De seguir así, lo único predecible es que Estados Unidos provocaría el surgimiento de un radicalismo todavía peor que el del ISIS.
Palabra.
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