ESTHER SHABOT
Desde hace días una lluvia de cohetes se cierne constantemente sobre múltiples ciudades, dejando decenas de muertos.
La caja de Pandora se abrió una vez más, desatando huracanes de guerra entre Israel y la Franja de Gaza, gobernada por el Hamas. El vacío político dejado por el fracaso de las negociaciones entre israelíes y palestinos fue llenado mediante retórica inflamada y actos de violencia mutuos y puntuales que muy pronto se amplificaron y convirtieron en incendios devoradores. Desde hace seis días una lluvia de cohetes lanzada por el Hamas se cierne constantemente sobre múltiples ciudades de Israel, simultáneamente al bombardeo continuo de la Franja por parte de la fuerza aérea israelí, con el consecuente saldo lamentable de decenas de víctimas mortales, muchas de ellas civiles. Como en una pesadilla recurrente, se vuelve a montar el mismo escenario ya vivido con anterioridad (2008 y 2012), como si ambas partes ignoraran que el resultado será a fin de cuentas el mismo: regreso a un lamentable statu quo en el que se mantienen vigentes los mismos problemas sin solucionar.
Al escribir estas líneas hay todavía esperanza de que la campaña militar israelí no se amplíe a un operativo terrestre y sea posible gestionar en el corto plazo un cese al fuego. El problema es, en las condiciones inherentes a la relación Israel-Hamas, cómo conseguir un mediador con las características y eficiencia necesarias para cumplir con esa función. Aun cuando Estados Unidos ya se ofreció para ello, es evidente que la naturaleza de su relación con Hamas, al cual mantiene en su lista de organizaciones terroristas, lo limita en su capacidad de desempeñar ese papel. En el último encontronazo entre Israel y Hamas, fue Egipto quien consiguió gestionar el fin de las hostilidades. Sólo que en esa ocasión —2012—, Mohamed Mursi era presidente de Egipto y su pertenencia a la Hermandad Musulmana, afín en muchos aspectos al Hamas, le daba una considerable capacidad de maniobra e influencia sobre esa organización palestina. De igual modo, el haber mantenido Mursi vigente durante su gestión el acuerdo de paz con Israel le permitió el contacto y el diálogo con éste a fin de imponer el cese al fuego.
Las cosas son, sin embargo, distintas hoy en lo referente a ese mediador ideal que ha sido Egipto. Desde el derrocamiento de Mursi y el encumbramiento paulatino de las fuerzas representadas por el actual presidente egipcio, Abdul Fatah al Sissi, las relaciones entre El Cairo y Hamas se han deteriorado profundamente. Al Sissi ha cancelado toda cooperación con Hamas a partir de la consideración de que esta organización ha sido aliada fiel de la Hermandad Musulmana, su odiado rival. Al Sissi ha acusado al Hamas de ser responsable del asesinato de oficiales egipcios en el Sinaí en distintos momentos, lo mismo que de colaborar en la liberación de presos miembros de la Hermandad en vísperas de la revuelta popular que sacó a Mubarak del poder en 2011. De ahí su campaña para bloquear las acciones del Hamas mediante la destrucción de sus túneles, el cierre del paso entre Egipto y Gaza y el cese de cualquier colaboración suya con esa entidad palestina en cuestiones estratégicas.
Todo eso apuntaría a que Egipto no puede hoy cumplir con la mediación entre Israel y Hamas como lo hizo en el pasado, aunque hay un elemento importante que podría actuar en sentido contrario. Se trata de la capacidad de presión de la “calle egipcia y la calle árabe”, que claman solidariamente a favor de alguna acción que ponga fin al derramamiento de sangre de los hermanos palestinos, dejando de lado la animosidad contra la dirigencia del Hamas. ¿Qué tanto Al Sissi escuchará ese clamor y además considerará conveniente a sus intereses hacerlo y tomar la responsabilidad de mediar para conseguir un cese al fuego? Difícil predecirlo, pero hoy por hoy es una de las pocas opciones que asoman en este trágico escenario.
Fuente:excelsior.com.mx
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