HENRIQUE CYMERMAN
Los israelíes intentan mantener la rutina a pesar de lo que en este país se define como hamatsav, la situación. En el aeropuerto internacional de Ben Gurion son más los aviones con israelíes que regresan para estar con sus familias que los que parten con turistas preocupados. De hecho, en los lugares más turísticos de Jerusalén y en las playas de Tel Aviv el número de turistas habituales en esta época veraniega no se ha visto alterado; los hoteles están prácticamente llenos. Paul y Camila, dos jóvenes estudiantes británicos invitados por sus amigos, paseaban ayer por la playa de Tel Aviv como si estuvieran en Barcelona. Cuando les preguntamos cómo se sentían, Camila se adelantó: “La verdad es que esta Cúpula de Hierro es la causa por la cual no nos hemos ido”. “Vemos a nuestros amigos muy seguros de sí mismos -añadió Paul-. El problema es que el mar está muy apetecible. Y no sabemos qué hacer si suena la alarma”. En los restaurantes y cafés en los que siempre hay que reservar con antelación, estos días es un poco más fácil conseguir mesa.
El viernes por la mañana estaba reunido en el café Blicker de Herzliya, al norte de Tel Aviv, con el Parlamento, un grupo de amigos con los que desde hace años debatimos temas de actualidad. El jueves por la noche recibí en el móvil la convocatoria de cada semana: “Mañana a las 8:30. Como siempre. Si queréis podéis venir con chalecos antibalas”.
Desde hace una semana, nos hemos despertado a las 7 de la mañana en punto con el sonido de la sirena y, como siempre, corremos al refugio a prueba de bombas, que en mi casa es el baño. El viernes la alarma no ocurrió a la hora habitual y mi esposa Yael, con su típica sangre fría, comentó con humor negro: “Y yo que pensé que ya no hacía falta poner el despertador”.
Ya en el café con los amigos, el debate, una vez más, derribó sobre la estrategia de salida de esta guerra y sobre la tragedia humana de los civiles palestinos de Gaza , rehenes de los radicales. De repente, vimos como todas las personas que se sentaban a fuera entraban en orden en el café, al empezarse a escuchar el sonido ululante de la estremecedora sirena. Las aproximadamente cien personas presentes en el lugar se alejaron de las ventanas, y sólo una señora de unos setenta años me pidió que me quedase a su lado y me confesó al oído: “Es que tengo mucho miedo. Me pongo como un flan”. La intentaba tranquilizar cuando, de repente, se escucharon cuatro fuertes explosiones sucesivas; las de tres misiles interceptados por la Cúpula de Hierro, más uno que explotó en un campo abierto. Los presentes se advertían los unos a los otros que había que esperar unos minutos, que nadie debía salir hasta que cayeran los restos de la metralla del cielo. Y así ocurrió. Un resto de misil cayó en la famosa piscina Gordon de Tel Aviv. Otro, que impactó en un parque infantil de la avenida Rothschild, fue encontrado por la experta en diseño industrial Yael Bin-Nun y sus dos niños pequeños.
Por ahora, gracias a la labor del sistema antimisiles Cúpula de Hierro, la opinión pública israelí da un respiro al Gobierno. Según las encuestas, un 50% está satisfecho con la acción del primer ministro Beniamin Netanyahu y un 57% con la actuación del ministro de Defensa, Moshe Yaalon. Sin embargo, los portavoces de la unidad de la retaguardia militar israelí expresaron ayer su descontento respecto a la excesiva confianza de parte de la población israelí; alguna gente se siente tan segura gracias al sistema antimisiles que no se protege lo suficiente cuando se oyen las sirenas. “Cuando hay una alarma no es el momento para hacerse un selfie con los misiles, ni para actuar de forma irresponsable”, pidieron los portavoces.
El sonido de las sirenas en Tel Aviv sorprendió en el teatro al veterano presidente, Shimon Peres, de 91 años. Peres había asistido al teatro Habima para ver El avaro de Molière. Los responsables del local pidieron al público que se mantuviera en las butacas, ya que el teatro es a prueba de bombas.
El presidente, que terminará su mandato a finales de julio y que es el único político israelí vivo de la época de la independencia de 1948, cogió el micrófono de forma improvisada y tranquilizó al público: “No debemos temer. Nuestra existencia aquí de por sí ya es la victoria del amor. Las únicas que me provocan gran dolor son las madres que en este momento sufren por sus hijos”.
El viernes fui al aeropuerto a buscar a mi hija Noa de 15 años, que volvía del extranjero. Su avión tuvo que sobrevolar Tel Aviv durante 40 minutos, sin poder aterrizar a causa de los misiles y antimisiles disparados en las cercanías. En la radio, de camino al aeropuerto, se escuchaba música tranquila del cantante israelí David Broza, o de Rod Stewart, interrumpida de vez en cuando por la voz de una locutora joven con un tono muy dulce que anunciaba: “Sirena en Jerusalén”, “sirena en Sderot”, “sirena en Ashdod”. Las alarmas se sucedían varias veces durante la misma canción. Cuando Noa entró en el coche y traté de explicarle la situación, ella me contestó, guiñándome el ojo: “No te preocupes, papá. Ya pasé varias guerras y sé cómo protegerme”. Poco después añadió sonriendo: “Hace un mes estabas con el Papa en la oración por la paz en el Vaticano y ahora me hablas de misiles. A ver si con la ayuda de Francisco conseguís hacer la paz de una vez”.
Al terminar la frase, se escuchó otra vez la voz de la locutora en la radio: “Sirena en Tel Aviv, sirena en Tel Aviv”.
Fuente:lavanguardia.com
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