JULIO MARTÍN ALARCÓN
En los estertores de la Alemania nazi, cuando sus tropas retrocedían ante el avance de los Aliados, las autoridades del III Reich decidieron que no podían perder, en cualquier caso, los niños de la pretendida raza aria que trataron de crear en Europa. Así, los hijos de soldados y oficiales alemanes que habían sido engendrados en países como Noruega, fueron arrancados de los brazos de sus madres y llevados a Alemania. Las mujeres que habían tenido relaciones con los alemanes se encontraron privadas de sus hijos, además del ostracismo social, en el mejor de los casos, que sufrieron por haber amado a los invasores.
El planteamiento de Dos vidas tiene, desde el inicio, un tono dramático incontestable, que crece con el metraje una vez que se desembaraza de una pretensión inicial de thriller, que no está a la altura de una historia que no necesita de artificio para incomodar y conmover a un tiempo al espectador. Para resolver quizás la trama de una historia hasta cierto punto enrevesada, recurre a un planteamiento de thriller de investigación en los que Dos vidas no acaba de encajar.
Le falta el ritmo y el suspense necesarios para ello, y descoloca, porque el conjunto expresivo, de la luz al color, del frío y uniformidad del paisaje noruego a las espléndidas actuaciones, está pidiendo a gritos algo más que un rutinario relato de niños robados.
El retrato de una familia feliz con sus pequeños problemas y su cotidianidad aparentemente intrascendente, revelan poco a poco detalles que navegan por encima de la rutinaria investigación de un abogado que localiza y convence a una mujer noruega criada en Alemania en un Lebensborn para que declare en una comisión del Tribunal Internacional de Luxemburgo en la Alemania inmediatamente posterior a la caída del muro de Berlín y antes de la reunificación.
El origen del proyecto Lebensborn había sido la organización Madre e Hijo, que se creó en 1934 como ayuda a las madres solteras que quisieran dar a luz a los niños en centros de acogida, a cambio de que el Estado se hiciera cargo del cuidado de ambos. Formaba parte esencial de la política demográfica nazi parae el aumento de futuros soldados del Reich.
Lebensborn, el objetivo de conseguir un reconocimiento y una compensación de las autoridades alemana para las familias y los niños robados en Noruega, no es más que el aperitivo del verdadero aliciente de Dos vidas, que cuando se adentra con vigor en el terreno del espionaje de la Guerra Fría,muestra su verdadera belleza.
‘Lebensborn’ y la alienación ideológica de la RDA
Quizás el relato inicial sea inevitable para contar la historia de Katrina y sus dos familias: la que ama y quiere proteger y la que le hizo ser como es, y a la que, al mismo tiempo, le debe todo y la dejará sin nada. El director exprime al máximo todas las claves que hacen del juego del engaño un género irresistible, cuando se adentra en las emociones más primarias y atrapa la punzada de la traición.
Es además una historia dual, no solo por las dobleces de sus protagonistas, sino también porque se adentra en los dos episodios más traumáticos de la historia reciente de Alemania: el nazismo y la división durante décadas del país en dos mitades con un muro entre ambas.
El atractivo añadido de los saltos en el tiempo, de los años sesenta a 1989, cuando se desmoronó la República Democrática Alemana y antes de la reunificación, no hace sino potenciar la vertiente más íntima de unos personajes atrapados por su pasado tanto personal como por los acontecimientos que tuvieron que vivir: la ocupación nazi y el colaboracionismo, la derrota, la división de Alemania, la lucha subterránea fratricida, terrible, de una sociedad rota y la posterior redención.
La espeluznante historia de uno de los casos reales de los Lebensborn sirve como vehículo para una buena historia de espías, al tiempo que muestra con elegancia los traumas emocionales causados por las políticas de estados sin escrúpulos del legado nazi y el aprovechamiento para la alienación ideológica en la RDA.
Fuente:elmundo.es
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