ESTHER SHABOT
El Estado Islámico de Irak y el Levante anunció el establecimiento de un Califato en partes de Irak y Siria.
Bashar al-Assad, presuntamente reelecto presidente de su país en comicios más que dudosos, acaba de asumir formalmente el cargo en el que pretende durar otros siete años, los reglamentarios que establecen las leyes sirias para los periodos presidenciales. Ello a pesar de que su país continúa sumido en una guerra civil que contabiliza ya 170 mil muertos y millones de desplazados y refugiados. Y aunque es cierto que las fuerzas de Al-Assad han conseguido arrebatarles a los rebeldes posiciones importantes, también llegan constantemente noticias de los avances arrolladores que está teniendo esa derivación rebelde de Al-Qaeda, el denominado Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), el cual recientemente anunció el establecimiento de un Califato a cargo de su líder máximo, Abu Bakr al Bagdadi, y con sede central, por lo pronto, en partes de Irak y Siria. Revivir el Califato significa restablecer con toda su gloria, centralidad y poderío, a los majestuosos califatos de siglos pasados.
Hace un par de días, por ejemplo, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos reportó que en la ciudad siria de Homs al menos 270 personas fueron abatidas por el EIIL cuando esta agrupación tomó por la fuerza el control de un campo de producción de gas. Este operativo se agrega a una ofensiva exitosa desarrollada en el este y el norte del país donde no sólo ha desplazado a las fuerzas gubernamentales, sino que ha neutralizado al resto de los grupos rebeldes que a principios de la guerra civil se perfilaban como los representantes más notables de la ofensiva anti-Al-Assad. El Ejército Libre de Siria, el Frente Al Nusra y el Frente Islámico, que destacaron como rivales de Al-Assad en las primera etapas de la guerra, han sido barridos prácticamente por el EIIL.
Originado en territorio iraquí, donde también ha tenido éxitos formidables, el EIIL en Siria ha desplegado una combinación de tácticas para avanzar y conquistar. En algunos casos sus embestidas son inclementes y totales contra pueblos y aldeas que de alguna manera son percibidos como leales a fuerzas enemigas (los casos de Khashan y Sheil que estaban en manos del Frente Al Nusra). Igual ha sido el trato a “señores de la guerra” (warlords) que controlaban personal y autocráticamente zonas específicas. Sin embargo, ha ocurrido también que al ingresar a otras localidades con características distintas, se envía a emisarios a negociar con la autoridad local conminándola a rendirse, a jurar lealtad a Abu Bakr al Bagdadi y a imponer el imperio de la Sharía o ley islámica como normatividad oficial. A cambio de eso, el EIIL ofrece un cierto grado de autonomía administrativa y un respeto a la vida e integridad de los habitantes del lugar.
De igual modo y gracias a su control del campo petrolero de Omar y la planta de gas de Conoco, el EIIL ha proporcionado servicios más consistentes a una serie de poblaciones cuyo abasto energético está siendo suministrado por esta agrupación. Incluso el EIIL redujo el precio del gas que controla de 200 libras sirias por litro a 45, de la misma manera como obligó a repartos de comestibles gratuitos para los más necesitados, especialmente pan. Mediante esa combinación de tácticas, donde la cruel fuerza bruta que asesina sin miramientos se combina y alterna con la función de proveer a población civil de servicios y artículos básicos, el EIIL amplía su poder, siguiendo el ejemplo de otras organizaciones islamistas como el Hezbolá en Líbano y el Hamas en Gaza, las cuales han desarrollado desde hace años ese mismo modelo a fin de afianzar su dominio sobre poblaciones cuyas condiciones de vida son más que precarias.
Fuente:excelsior.com.mx
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