DR. GERARDO STUCZYNSKI PARA ENLACE JUDÍO
Todos los enfrentamientos bélicos son horrendos, sin excepción. Pero cuando Israel es protagonista se produce una desproporcionada reacción en cadena en el mundo entero.
Solamente en este último año, en diversas partes del mundo, han sido innumerables los asesinados: manifestantes en Venezuela, Turquía, Egipto y Libia, decenas de miles de sirios, (entre ellos miles de palestinos), han sido exterminados con armas químicas en Siria, comunidades enteras han sido masacradas en Afganistán y Sudán, en Irak, Pakistán y Nigeria se cuentan por cientos las víctimas de atentados terroristas y hubo un récord de ejecutados en la horca en Irán, acusados de delitos, como la homosexualidad, que en el mundo civilizado no son considerados tales.
Ante todas estas atrocidades, sumado a conflictos como el de Ucrania y Rusia y otros muchos en el mundo, la respuesta es el silencio. La gente común e incluso sus gobernantes reconocen que no entienden mucho de qué se trata y en definitiva responden con indiferencia antes tales catástrofes humanitarias.
Alcanza que Israel sea protagonista de un conflicto para que muchos de ellos eleven su voz y expresen su indignación. Repentinamente se les despierta un fervoroso sentimiento de solidaridad e identificación con las víctimas que llama la atención. ¿En qué se diferencia una víctima palestina que vive en Siria de otra que habita la Franja de Gaza?
¿Cuál es la razón por la cual corren ríos de tinta defendiendo a los gazatíes pero a nadie le importa los sirios? ¿Qué sentimiento produce que miles de personas alrededor del mundo se movilicen en manifestaciones públicas, a favor del Hamás en Gaza y que tantos intelectuales y periodistas escriban concienzudos artículos sobre un tema que no dominan?
La respuesta es extremadamente sencilla. El fuego interior que los moviliza y conmueve, es ni más ni menos, que el más puro, clásico y rancio antisemitismo. La diferencia es que en un caso pueden culpar y atacar a los judíos con un viso de legitimidad.
Cuando Hertzl, el propulsor del sionismo, a fines del siglo XIX, era corresponsal en Paris y cubría el caso del militar judío Dreyfus, víctima de un complot que lo hacía aparecer como un traidor a la patria, escuchaba en las calles el mismo grito y el mismo sentimiento que se escucha hoy. Las masas gritaban desaforadas: “muerte a los judíos”.
Nuestra cancillería decide expresarse sólo cuando Israel decide defenderse y no semanas antes cuando el Hamás lanzaba sus ataques. Los manifestantes callejeros se dan cita frente a la embajada de Israel varias veces en pocos días. Periodistas de medios prestigiosos osan comparar Gaza con un campo de concentración. Todos estos hechos tienen un mismo hilo conductor. Sus actores están inspirados, consciente o inconscientemente, por una visión empañada por un profundo antisemitismo enquistado en sus más íntimas convicciones.
No importan los hechos. No es relevante ni quieren escuchar que dice el Hamás sobre sí mismo. Esta organización terrorista jamás expresó que su intención era crear un Estado Palestino. Ellos dicen en su propia constitución (que aparece en su página de internet) que su objetivo es eliminar al Estado Judío y que sus enemigos son los judíos dondequiera que se encuentren.
No es un dato a tener en consideración que Israel evacuó en forma unilateral todos los enclaves judíos en Gaza en el 2005 y obtuvo como respuesta el lanzamiento de 15.000 misiles desde ese territorio a población civil israelí. No es importante que lo que hace Israel es defenderse y que hace los máximos esfuerzos con las técnicas bélicas más modernas para evitar y minimizar las víctimas civiles palestinas, a pesar que son utilizados como escudos humanos por los terroristas palestinos.
Pasan por alto estos elementos en aras de poder exteriorizar ese sentimiento atávico y poder condenar explícitamente a Israel, el judío de los países.
De la infinidad de conflictos que hubo y hay, en éste, surge una nueva unidad de medida, que corre libremente por cuenta del observador y que sólo es aplicable a Israel: el concepto de proporcionalidad.
Quienes no entienden ni opinan de otros conflictos, de pronto, se sienten con el derecho y el conocimiento de medir y exigir una respuesta proporcional en el ejercicio de su autodefensa.
Si el sistema antimisiles israelí “Cúpula de Hierro” funcionara peor y se hubiera producido un número mayor de víctimas judías, cambiaría entonces la ecuación y la proporcionalidad. Pero el asunto es que Israel ha construido ese sistema defensivo y hay en todas las viviendas refugios antimisiles para proteger a los civiles, mientras en Gaza usan a los civiles como barrera para frenar los ataques israelíes.
¿Cómo juegan estas variables en la proporción? ¿Qué sería entonces una respuesta proporcional?
Otros van más allá. Fuera de todo discernimiento agreden a Israel con el más doloroso calificativo que se le puede endilgar, tratándolo desvergonzadamente de nazi. Intentan justificar su odio, asimilando a los judíos con sus más crueles asesinos. Comparar el nazismo con la única democracia en el Medio Oriente es una ignominia.
Los judíos no habían hecho otra cosa en la Europa del siglo XX que ser ellos mismos. No tenían armas, no reivindicaban nada. Eran ciudadanos de cada uno de sus países, en muchos casos con menos derechos que los demás. ¿Puede compararse eso con el objetivo declarado del Hamás que es eliminar a Israel? En esta diabólica comparación, el arsenal impresionante de armas y los miles de misiles que tiran los terroristas palestinos ¿a qué sería comparable en esta analogía?
Los nazis tenían como objetivo eliminar a una raza inferior y para ello construyeron campos y máquinas para ejecutar ese exterminio. El objetivo de Israel es sólo vivir en paz, al lado de un Estado Palestino, que fue rechazado una y otra vez por los propios palestinos y aceptado por Israel.
No es parecido crear una industria de la muerte como hizo la Alemania nazi a utilizar la más moderna tecnología militar para evitar víctimas inocentes como hace Israel.
El conflicto les da la oportunidad a muchos de dar rienda suelta y de expresar sin tapujos todo el odio visceral contra los judíos. Pero que quede claro, el disfraz de defensor de los derechos humanos no encubre lo suficiente, como para que no veamos qué se oculta detrás.
La realidad es que Hamás secuestró Gaza para librar una guerra religiosa, con el objetivo de eliminar a los infieles de toda la tierra de Israel. Los infieles son también los cristianos que son perseguidos en todo el mundo musulmán.
Quienes apoyan al Hamás están alentando a que los fanáticos terroristas alberguen la esperanza de que quizá su objetivo no sea tan desquiciado y que algún día podría ser alcanzado.
A pesar de eso, los judíos hemos aprendido la lección. Cuando no existía un Estado judío y estábamos inermes ya vimos lo que el mundo era capaz de hacer por nosotros. Ni una sola bomba de las miles de toneladas que se arrojaron en la Segunda Guerra Mundial, cayó sobre la vía de los trenes que conducía a los campos de exterminio. Ahora los judíos poseen un Estado propio y un ejército y empuñan las armas para defenderse.
A quienes no les gusta que los judíos se yergan y se defiendan, les sugiero que continúen utilizando sus plumas y sus carteles con consignas humanitarias y vayan a gritar su indignación a las calles.
Porque me animo a vaticinar que, mal que les pese a muchos, Israel no será derrotado y los judíos no seremos exterminados tampoco en esta ocasión.
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