SARA SEFCHOVICH
El caso del albergue en Zamora puso en evidencia la inexistencia de políticas públicas de asistencia social.
Lo he venido diciendo una y otra vez: es grave el desmantelamiento del DIF, una institución que en algún momento llegó a ocuparse de niños, madres solteras, adolescentes, ancianos, incluso la familia completa, y en el sexenio pasado también de niños migrantes no acompañados y menores con adicciones. Y que en sus mejores momentos llevó hasta los rincones más apartados del país, alimentos, vacunas, alfabetización, creación de empresas productivas familiares, construcción de vivienda, reforestación, fomento al deporte, promoción de la salud, del desarrollo de la comunidad y de capacitación en oficios y combate de plagas. Y que también coordinó y supervisó a la asistencia social privada.
Esta institución se empezó a desmantelar en tiempos de Miguel de la Madrid, cuando se decidió adelgazar y hacer eficiente al Estado.
Hoy, ni hay tal adelgazamiento ni tal eficiencia, pero la institución central de la asistencia social es un cascarón vacío, que no cumple con sus funciones y no tiene capacidad de atender los importantes asuntos para los que se supone que existe.
Hay quienes consideran que esto es culpa de las primeras damas porque se supone que ellas encabezan su patronato. Esto es cierto hoy, porque a la primera dama actual no le interesa el trabajo asistencial. Pero la responsabilidad es de los gobiernos que ni lo liquidan ni le dan oportunidad de hacer lo que debe hacer.
El resultado es el pasmo ante situaciones como las de los niños migrantes no acompañados y el albergue La Gran Familia. A semanas de ambas crisis, no se ha hecho nada digno de mención por parte de la institución, diga lo que diga su directora y aunque hayan remitido a algunos niños para acá y a otros para allá.
Los dos ejemplos son muestra del desinterés oficial, porque desde hace años las ONG de ayuda a la infancia y de apoyo a niños migrantes lo venían advirtiendo e incluso la anterior primera dama puso esto último en el centro de sus acciones, precisamente con el DIF. En el caso del albergue, por la insistencia de una periodista valiente (que por decirlo se enfrentó a varios pesos pesados de la intelectualidad nacional), nos enteramos de lo que sucedía, pero quién sabe en cuántos otros estén pasando cosas parecidas. Y esto tendría que supervisarlo, controlarlo y evitarlo precisamente el DIF.
Hace un par de semanas hablé en este espacio de la frivolización de la presidencia de la República. Vemos discursos para los extranjeros, sonrisas, fotografías para las revistas de sociales. Sus reformas prometen mucha modernización, pero mientras llega, estamos hundidos hasta el cuello en el lodo de la desatención a lo más básico. Y la presencia del presidente en alguno de los municipios pobres para que le aplaudan por la cruzada contra el hambre, no alcanza para hacernos creer que de verdad se hace algo por los vulnerables. Jamás en la historia de este país la esposa del presidente había mostrado tan poco interés en las tragedias humanas como en este sexenio. Siempre que estuvieron involucrados niños, el DIF hizo presencia y las esposas de los mandatarios también y eso contribuía a darle importancia al asunto y rapidez a la acción. Hoy por ejemplo, en Zamora no se ha presentado nadie.
Es urgente reconstruir al DIF. Es necesario hacer que funcione. Es una institución de enorme importancia y ahora está completamente abandonada, rebasada y desperdiciada. La idea de que ya no tiene que existir la asistencia social es absurda. Es un discurso dizque moderno, que no sirve para la realidad mexicana. “El Estado tiene la obligación de prestar ayuda a las víctimas de las injusticias sociales distributivas más flagrantes y de proteger al individuo de los lados oscuros del libre mercado”, como dice Agnes Heller. Enoja y duele que no lo haga.
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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