SETH MANDEL
Son varias las conclusiones que se pueden extraer del informe que Ben Birnbaum y Amir Tibon han escrito sobre el reciente fracaso del proceso de paz entre israelíes y palestinos. La primera es que, si su trabajo es riguroso, no hay duda alguna de que fueron los palestinos los responsables de que las conversaciones no llegaran a buen puerto. Intentaron dinamitar el proceso en dos ocasiones: en la primera, los negociadores israelíes, encabezados por Tzipi Livni, fueron capaces de reencauzarlo; en la segunda, los palestinos se aseguraron de que no hubiera nada que hacer para salvarlo.
La segunda conclusión es que el modo en que los palestinos, encabezados por Mahmud Abás y Saeb Erekat, hicieron saltar por los aires las conversaciones no augura nada bueno para cualquier proceso de paz futuro.
A lo largo de las tres siguientes semanas, con la fecha del 29 de abril aproximándose, [Martin] Indyk [enviado especial de la Administración Obama para las negociaciones] se reuniría nueve veces con Livni, [Isaac] Molho, [Saeb] Erekat y [Majid] Faraj en un intento de salvar las conversaciones de paz. Estaba convencido de que esta vez conseguiría ponerlo todo por escrito, para que no hubiera más malentendidos. El 23 de abril las partes parecían estar cerca de alcanzar un acuerdo. Ese mismo día Indyk fue al aeropuerto Ben Gurión a recoger a su mujer, y mientras esperaba su equipaje recibió una llamada de Livni, que había escuchado que los palestinos habían hecho algo para acabar con todo lo que habían avanzado. Indyk llamó inmediatamente a Erak, que le contestó que no estaba al corriente del hecho, pero que investigaría. En el consulado americano, el equipo de Kerry estaba perfilando los detalles del incipiente acuerdo, mientras que el propio Secretario de Estado llamaba periódicamente para comprobar cómo evolucionaba la cuestión. Rápidamente las noticias llegaron a su despacho.
Semanas atrás, la intervención de Abu Mazen [alias de Mahmud Abás] en la ONU los había sorprendido, más por la elección del momento que por su contenido. Los palestinos ya los habían puesto sobre aviso. De repente, los funcionarios americanos, apiñados frente a un ordenador, buscando ávidamente datos que confirmasen el rumor que no paraban de escuchar, se quedaron estupefactos al verlo en sus pantallas convertido en un titular: “Fatah y Hamás ponen fin a años de enfrentamiento y acuerdan un Gobierno de unidad”. Al día siguiente, el Gobierno israelí votó suspender las conversaciones. El proceso de paz de John Kerry había terminado.
Amenazar con hacer algo, fijar una fecha, hacerlo: he aquí lo que, en líneas generales, hicieron los palestinos con su gambito onusino. Y, claro, la idea de que el proceso puede caer a capricho de los palestinos puede envenenarlo todo.
Para los palestinos, una vez el proceso ha comenzado, queda en manos de Abás, Erekat y algunos miembros del Gobierno de Abás. No sucede lo mismo en Israel. Tal y como refiere el informe, el día en que los palestinos firmaron su solicitud para formar parte de los organismos de la ONU el primer ministro Netanyahu celebró varias reuniones para tratar de mantener a los escépticos en su coalición pero sin enajenarse el apoyo de Livni y demás partidarios del proceso, del ala de izquierdas. Asimismo, tuvo que hacerse cargo de la constante amenaza que supone la rebelión de Naftalí Bennett, el líder del derechista Hogar Judío, tercer partido de la coalición de Gobierno por número de escaños.
El acuerdo de unidad entre Hamás y Al Fatah fue un absoluto desastre para el proceso de paz. Fue algo más que un revés, ya que planteó un escenario en el que cualquier líder israelí que se la juegue apostando por un proceso de paz consiga a cambio tener enfrente un Gobierno palestino más proclive al terrorismo que cuando decidió aventurarse en esa empresa, con una amenaza de guerra inminente.
Los palestinos están dispuestos a romper la baraja sin previo aviso. Ésta es la lección que los israelíes y sus homólogos americanos deben aprender.
Esto se relaciona con la tercera conclusión que se desprende del informe. Los autores recogen una conversación entre Kerry y Netanyahu en la que el segundo plantea la cuestión de las provocaciones palestinas.
Kerry continuó: “Cuando yo luché en Vietnam, solía mirar a la población local a la cara y fijarme en cómo nos miraban. Nunca lo olvidaré. Fue eso lo que me dio la lucidez para ver la situación de una manera totalmente diferente”.
“¡Esto no es Vietnam!”, exclamó Netanyahu. “Sólo Israel entiende a Israel”.
Este comentario puede denotar que Netanyahu está a la defensiva, pero lo cierto es que tiene razón y el informe lo demuestra taxativamente. Kerry y su equipo de negociadores, así como los líderes palestinos, malinterpretan constantemente el escenario político israelí y la reacción de Netanyahu ante él. Los autócratas no parecen entender la política democrática y el equipo de Kerry no ha demostrado la menor comprensión de lo que hace falta para conformar y sostener un Gobierno en Israel.
Los propios autores del informe hacen planteamientos erróneos sobre la política israelí al recurrir a relatos trillados y totalmente inexactos. En un determinado momento se refieren a Netanyahu como “un ideólogo de derechas”, lo que es un reduccionismo absurdo y una aseveración falaz. Si Netanyahu, el famoso negociador, el pragmático que provoca gran recelo en Israel precisamente por no ser un ideólogo, puede ser clasificado de ese modo, entonces cualquiera (o nadie) es un “ideólogo”.
En otro punto del informe se dice que “grupos del estilo del Tea Party se están haciendo con el control del Likud paulatinamente”. Esto es un lugar común repetido hasta la extenuación, pero no por ello deja de ser falso. Denota que quien lo escribe o bien sólo es capaz de entender la política con referencias americanas o bien considera que son sus lectores quienes proceden así. O las dos cosas. Sea cual sea su motivación, el argumento del Tea Party es obviamente falso, y quienes lo utilizan para analizar la política israelí están haciendo un flaco favor a sus lectores.
Fuente:elmed.io
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