MARIO SATZ
Siento una profunda pena por Gaza, sus gentes, sus casas destruidas, sus montañas de escombros, su desolación, su angustia. Pero no siento dolor. El dolor lo siento por los muertos del lado israelí, por los jóvenes soldados, algunos imberbes, otros llenos de fervor y orgullo judío. La pena es superficial, el dolor profundo. La pena es un dolor apenas, el dolor una realidad más profunda y carnal. No puedo simpatizar con un pueblo que se deja manipular por asesinos y tiranuelos, que es incapaz de tener una visión clara de dónde está y por qué llegó al estado en el que se encuentra. No puedo sentir dolor por su vocación de suicidio y sus permanentes lecciones de odio, su teatralidad y sus recurrentes mentiras. Ahora que ha quedado claro, tras casi un mes de horrible guerra en Gaza, que Hamás está solo y lo seguirá estando, y que-identificados sus promotores-, será más fácil seguirles el rastro y neutralizar una y otra vez las encomiendas destinadas a la organización terrorista; ahora que se hace evidente el castigo sufrido, me embarga la pena de que la comunidad en cuyo seno surgió y se desarrolló Hamás no tenga el coraje de señalarles con el dedo como agentes de su desgracia.
El dolor, digo, es mucho más profundo ya que a él se suma la incomprensión del tema por el llamado mundo libre, cada día más cerca de las garras islámicas. Europa oscila entre la desmemoria y el interés: no recuerda sus propias crueldades y no quiere perder el petróleo árabe. Piensa que condenando a Israel se verá por fin libre de la responsabilidad que tuvo en el Holocausto; piensa que culpando a los judíos los musulmanes la querrán más. Europa me da pena y también me causa dolor, ya que vivo en ella. Incapaz de ir más allá de las palabras, incapaz de aislar aquí y allá el integrismo islámico, lo fomenta y hasta lo aplaude. Comprará fácilmente el mito de la resistencia de Hamás, hablará de sus héroes, exactamente iguales a los que atentaron en Londres y Casablanca, en Madrid y en Francia. No echará a gritar a la calle a los vociferantes justicieros de siempre para que asuman la defensa del pueblo iraquí que no profesa el Islam y se ve ahora mismo empujado hacia el Kurdistán mientras el demente califato avanza cortando cabezas, lenguas y miembros por doquier, esclavizando viudas y niños. Pero por sobre todas las cosas no corregirá su torpe punto de vista sobre el conflicto palestino- israelí porque en realidad Europa es una inválida de sus propias guerras pasadas.
Siento pena por la muerte de tantos niños palestinos y de sus llorosas madres, en Gaza y en todas partes donde son maltratados y vilipendiados. Siento pena por su incompetencia para salir adelante teniendo ocasiones de hacerlo, siento pena por su incombustible odio y su falso orgullo, pero no siento dolor. Hamás es quien buscó el desastre y promovió la tragedia de Gaza, y esta verdad debe ser repetida cientos de veces y en voz alta hasta que queda bastante claro que Israel actuó en defensa propia . La pena es, como la congoja, una opresión intermitente. El dolor responde a heridas visibles e invisibles. La pena puede entenderse, el dolor es imposible de racionalizar. Palestina ha alargado torpemente su camino hacia la consecución de un estado empujando a Israel de nuevo hacia el campo de batalla. Nos rodean los escombros de un mundo cínico y despiadado. Algunos parecen estar en pie pero están carcomidos por dentro; otros han sido gestados por los enamorados de la muerte. Gaza será reconstruida, sin duda, con el dinero de los jeques del petróleo, pero tardará décadas en comprender que el camino subterráneo que escogió para herir a Israel no conducía a otro lugar que al infierno.
Fuente:porisrael.org
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