IVONNE SAED PARA ENLACE JUDÍO
El mes pasado ha sido una especie de pesadilla en los medios sociales alrededor de la guerra entre Hamas e Israel. Hemos leído una gran cantidad de posiciones de izquierda y liberales, y nos parece que hay algo incoherente en ellas, como si los autores tuvieran reservas acerca de sus lealtades ideológicas y partidarias. Todos ellos están a favor de la democracia (liberal se refiere etimológicamente a aquel que cree en la libertad, ¿no es cierto?) y sin embargo, cuando se trata de ponerse del lado de Israel, percibimos desde una precaución peculiar en el mejor de los casos, hasta una franca invalidación y crítica radical. Incluso en conversaciones con amigos, he escuchado con demasiada frecuencia: “Entiendo que Hamas es una organización terrorista, pero en mi posición de izquierda, me resulta problemático apoyar a Israel.” “Me resulta difícil porque la respuesta es desproporcionada.” “El ejército de Israel es demasiado poderoso.” Y yo me pregunto qué significa todo eso.
¿Tiene Israel que demostrar enorme sufrimiento, muerte y debilidad para validar su operación o para hacer que su defensa sea digna del respeto de las afiliaciones de izquierda o liberales? No lo creo. Al contrario, como liberales, deberíamos cuestionar nuestra posición más allá de ideas preconcebidas y simplificadoras sobre poderosos y oprimidos, porque como todos sabemos, este conflicto no es tan sencillo. Si no analizamos los hechos y con ello comprometemos nuestro buen juicio en nombre de nuestras afiliaciones, en lo que podríamos acabar es en proteger a Hamas y contribuir a la perpetuación del conflicto, desviándonos de la posibilidad de un verdadero proceso de paz. Eso es una falta de responsabilidad imperdonable para quien se llama a sí mismo liberal. La izquierda de hoy debe apoyar cada intento por desarmar a Hamas y a todos los demás grupos islamistas y fundamentalistas; de otra manera éstos se extenderán dentro de nuestras propias fronteras y, para cuando nos demos cuenta, será demasiado tarde. Esto no es una exageración y ya está sucediendo. Lo vemos en expresiones nuevas y aparentemente inofensivas todos los días.
Aquí mismo en Portland, Oregon, en donde vivo, diariamente nos topamos con mujeres completamente cubiertas a excepción de sus ojos. Su derecho de respirar aire limpio está limitado por una imposición en nombre de la religión. Cuando traigo a colación el tema con mis amigos liberales, con demasiada frecuencia oigo excusas como “Tienen derecho de expresarse como quieran” o “¿Cómo sabes que se les impuso y no lo hacen por decisión propia? A lo mejor decidieron vestirse así porque se sienten más seguras.” Y yo me pregunto, ¿seguras de qué? Eso es totalmente absurdo. Si se sienten más seguras es solamente de la amenaza ejercida por los hombres que las rodean. Su vestimenta fue diseñada por hombres en el poder para oprimir mujeres y negarles no sólo su derecho de autoexpresión, sino casi su existencia completa. Es fascista. Estas mujeres no tienen identidad en las calles y con gran trabajo pueden percibir una fracción del mundo a su alrededor. Mientras tanto, lo único que hacemos es voltear hacia otro lado. En lo personal, me avergüenza mucho más ver a estas mujeres en el supermercado que ver la desnudez pública de Rihanna porque, en mi código de libertad, lo primero es fascismo. Como liberales tenemos la responsabilidad de levantar la voz y defender los valores de la modernidad. De otra manera, nos convertimos en cómplices silenciosos de la expansión del fundamentalismo. De ninguna manera quiero compartir la democracia en la que vivo con un creciente número de votantes fundamentalistas.
Las afiliaciones ciegas tienden a cristalizar y rigidizar la democracia. Los izquierdistas de los Estados Unidos, Israel, México, Francia, Cuba o Venezuela son tipos muy distintos, debido a que la gente que conforma cada una de esas izquierdas tiene muy diferentes agendas, diversos intereses para implementar sus propios conceptos de derechos humanos y variables niveles de corrupción. En el mundo actual la misma persona que se ubica en el centro-izquierda en Israel o los Estados Unidos puede quedar en el centro o centro-derecha en México y en la extrema derecha en Cuba o Venezuela. Ser liberal no significa pertenecer a uno u otro partido político; significa ejercer la libertad de pensamiento, de palabra, de expresión. También significa flexibilidad, capacidad de cuestionar y entender que las propias afiliaciones pueden cambiar o entrar en conflicto entre ellas sin implicar por ello una traición. La verdadera deslealtad es permanecer en silencio o tomar partido por algo en lo que no se cree realmente en nombre una abstracción. En mi opinión, eso es pereza intelectual que, al cristalizar el concepto de liberalidad, acaba encarcelando y corrompiendo el flujo de ideas. Los resultados pueden ser peores de lo que pensamos. La Historia lo ha demostrado.
La inundación en los medios sociales acerca de la guerra entre Hamas e Israel nos hace sentir como si ya hubiéramos escuchado y leído más sobre este conflicto que sobre cualquier otro en nuestra vida. Es desproporcionado. Por una razón u otra, el enfrentamiento entre israelíes y palestinos parece despertar reacciones extremas en la gente, sin importar si éstos tienen algún vínculo con los grupos involucrados. Las violaciones masivas a los derechos humanos en África, América Latina o muchas otras regiones a lo largo y ancho de Asia y los países de la ex Unión Soviética son casi ignorados por completo en comparación con este conflicto. Parece como si casi cualquier persona con acceso a una computadora tuviera un interés valioso y de gran peso en éste. Así es que, si estamos tan involucrados, nosotros, los liberales, debemos claramente declarar que estamos en contra de una organización terrorista que abusa y gasta las vidas de su propia población para cumplir un compromiso: matar a todos los judíos y destruir a Israel.
No quiero repetir lo que se ha dicho ya ad nauseam. Sólo quiero terminar pronunciando mis razones personales por las que yo apoyo a Israel en este conflicto, incluso cuando me pregunto, desde el fondo de mis deseos de paz, si pudo haberse solucionado de una manera no militarizada para evitar tanto sufrimiento y muertes. Como judía y como ser humano que leyó sus libros de Historia, estoy convencida de que el Estado de Israel tiene derecho de existir. Israel es un hecho tangible de 66 años de edad y no tiene menos derecho de existir que ningún otro país libre. Israel es un estado democrático, que respeta a sus ciudadanos por medio de un estado de derecho y contribuye al desarrollo humano.
Pero algunos eventos históricos complican y comprometen otros eventos históricos previos. Las tribus nativas de los Estados Unidos tienen derecho a su tierra, pero aunque prácticamente todos sabemos esto y estamos básicamente de acuerdo, no esperamos que todos los caucásicos —o blancos— regresen al Mar Negro o al Mar Caspio, o que todos los negros se vayan a África. Porque la Historia modifica las circunstancias y la única opción fue quedarse todos y vivir juntos. Algo muy parecido sucede con el conflicto entre Israel y el pueblo palestino. Hago un recuento extremadamente veloz de algunos hechos históricos clave: los judíos estaban en Judea y Samaria, así como en una región extensa del Medio Oriente, pero hace alrededor de veinte siglos, en un día como anteayer, Tishá be’Av, fueron vencidos y enviados a un exilio de muy largo plazo. Mientras tanto la Historia continuó su curso y las circunstancias cambiaron. Dos nuevas religiones —cristianismo e islam— nacieron alrededor de esa área geográfica, erigieron sus sitios sagrados en el lugar en el que los judíos alguna vez tuvieron los suyos, y nuevos pueblos se asentaron y lo convirtieron en su nuevo hogar. Más tarde, en los siglos XIX y XX, más circunstancias históricas entraron en juego con el movimiento sionista y la segunda guerra mundial. El Estado de Israel fue creado por judíos que retornaron y plantaron nuevas raíces en la tierra de sus ancestros; a los países árabes no les gustó su nuevo vecino, lo que generó una serie de guerras a través de los años con sus consecuentes cambios geográficos e Israel se convirtió en el ocupante de su propia tierra.
En la actualidad, Israel no solamente es acusado de ser el ocupante, si no que también está obligado a permitir la creación de un estado para el pueblo que construyó sus lugares sagrados por encima de la cultura y los sitios judíos. Y sin embargo, para Israel no sólo es una responsabilidad real el permitirlo, si no que está obligado a hacer todo lo que esté en su poder para facilitar la creación de un estado palestino, porque las circunstancias históricas no se pueden negar, incluso cuando entren en conflicto con las anteriores. Es doloroso y así es. Pero Hamas nunca aceptará las circunstancias históricas que han estado en curso desde 1948: que Israel es un hecho y que está ahí y permanecerá por su propio derecho. Por eso es que tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos para quitarle poder y desarmar a Hamas. La manera en que hablamos de ello importa mucho y es nuestra responsabilidad como liberales.
Esperemos que un día no lejano el gobierno israelí y el liderazgo palestino, libres de la coerción de Hamas, finalmente lleguen a un acuerdo para la solución de dos estados y vivan como vecinos respetando sus límites y fronteras. No comenzarán necesariamente como buenos amigos, más bien —como diría amos Oz— como personajes chejovianos que no les queda de otra más que tolerarse mutuamente. Y quizás con el paso de tiempo, con mejores circunstancias históricas y con un liderazgo de libres pensadores, empiecen a respetarse y entenderse unos a otros e incluso logren transformar su tolerancia en cooperación para su mutuo avance y desarrollo humano. Si Alemania e Israel lograron tal nivel de reconciliación, no veo porque los palestinos y los israelíes no podrían.
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