ARCADI ESPADA
Soy un acérrimo partidario de la exhibición mediática de cabezas cortadas. No hay nada que me guste más. Y la exhibición de las cabezas que secciona el yihadismo aún me parece más excitante, hasta situarse claramente entre mis favoritas. Hay muchas formas de morir y de matar en el mundo. Hay, por ejemplo, el que mata niños con bombas, y pide perdón por hacerlo. Y luego está el que mata a un hombre, le corta la cabeza, llama a su hijo y le dice que coja la cabeza, la sujete por los pelos y que sonría a la cámara, que es al parecer lo que ha hecho este yihadista de origen australiano, Khaled Sharrouf, con un desgraciado soldado sirio. Hay clases. Vaya si hay clases. Incluso sociales.
La acción del yihadista australiano, cuya veracidad ha avalado el primer ministro australiano, Tony Abbott, sólo tiene un sentido guerrero y político: explicarle al mundo de lo que son capaces de hacer, cuál es la textura de su ferocidad. Como la de sus múltiples precedentes durante la posguerra iraquiana, se trata de un acto clásico de terrorismo que pretende multiplicar por x el impacto de un crimen. Una cabeza cortada y mostrada ante las cámaras es una cabeza viva, y el efecto es de un gran esplendor horripilante. En Occidente, donde ahora ya no se cortan cabezas, y que es el lugar moral al que van dirigidas esas acciones, se debate a veces sobre la conveniencia de mostrar esas imágenes. Hay personas que suponen que es hacerle el caldo gordo al terrorismo. ¡Quia de quias! Dejando aparte la imposibilidad de controlar la información en las sociedades abiertas, la lucha mediática contra el terrorismo se basa en la repetición.
El siniestro rito de las cabezas cortadas no resiste siete días. Al séptimo la cabeza ya aparece muerta entre la gran indiferencia general. De ahí la afanosa búsqueda de la novedad, y que este ingenioso australiano haya tenido que recurrir a su hijo para ganarse un lugar destacado en la home de la web de agosto. Lo que en cambio me parece contraproducente, concesivo y un mero ejemplo de los vahídos burgueses son los píxeles en los ojos del niñito, criatura, y esa especie de vendaje de momia que impide distinguir los rasgos del soldado sirio. Porque esa pasteurización del horror es, justamente, lo que aumenta la vulnerabilidad de los hombres pacíficos y libres.
Fuente:elmundo.es
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