MARCOS AGUINIS
Si la ferocidad judeófoba se hiciera realidad y pudiese barrer al Estado de Israel de la faz de la tierra, es probable que se escriban artículos como el que sigue. Por razones de espacio, sólo llega hasta los Acuerdos de Oslo.
Empezaría así:
¡Qué lástima! ¡Qué tragedia! ¡Qué error!
Desapareció Israel y se produjo un agujero negro que no se sabe cómo rellenar. No aprendimos de Europa: asesinó a 6 millones de judíos con profundo arraigo e importó muchos más millones de musulmanes que, en gran parte, son agresivos y se resisten a integrarse.
¡Perdón, Israel! No advertimos que durante dos mil años de exilio anhelaste resucitar. Y lo empezaste a hacer con renovada fuerza hacia fines del siglo XIX con el idealismo sionista. Un idealismo joven, ilustrado, sufriente y constructivo. Oleadas entusiastas se alejaron de los pogromos o abandonaron comodidades para arar en el desierto, secar pantanos y forestar entre las piedras. Nada quitaron a los pocos vecinos árabes que vivían en la antigua Judea y Samaria, abandonadas y despreciadas por el arcaico imperio otomano. Al revés, el progreso que produjeron atrajo a muchos egipcios y sirios. Es decir, no sólo hubo inmigración judía, también la hubo árabe, que siguió a la judía.
¡Perdón, Israel! Porque no reconocimos que mucho antes de tu independencia luchaste por ella al combatir contra el imperio otomano en la Primera Guerra Mundial, confiando en que los ingleses –más ilustrados y modernos– ayudarían a tu completa resurrección, como prometieron en su Declaración Balfour. Pero los ingleses pronto traicionaron su palabra. Toleraron pogromos en Tierra Santa y aceptaron que el muftí de Jersualén importara el nazismo y el antisemitismo que pactó con Hitler y Ante Pavelic. Además, Gran Bretaña bloqueó la inmigración judía con impiadosos libros blancos y saboteó la autodefensa judía al quitar armas a sus guardianes. Fue perverso. Pero pese a esas dificultades los sionistas continuaron desarrollando el país con rutas, escuelas, nuevas poblaciones, bosques, arte, cultivos, hospitales, centros de educación superior e instituciones democráticas.
¡Perdón, Israel! Porque ayudaste con mucho sacrificio a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. Pero los Aliados ni siquiera bombardearon los campos de exterminio ni las vías que conducían a ellos. Y después de la guerra ni siquiera apuraron tu independencia. Al contrario, hubo que sudar en las Naciones Unidas para conseguir algo. En esa instancia, la ilusión soviética de que Israel podría ser un Estado comunista produjo la histórica Declaración Gromyko. Entonces se llegó al 29 de noviembre de 1947, en que una mayoría de los países miembros votaron la partición de Palestina en dos Estados: uno árabe y otro judío. Al Estado judío se le otorgaba la parte más desértica del país y se fijaron sus fronteras lejos de Jerusalén. Pese a ello, los judíos aceptaron y celebraron la resolución.
No la aceptaron los árabes. Además, prometieron “arrojar los judíos al mar” y dejar empequeñecidas las matanzas de Gengis Jan. Quienes dudan o niegan esto que relean la prensa de entonces.
¡Perdón, Israel! Porque en aquellos meses decisivos el mundo se negó a ayudarte. Ningún país accedió a venderte armas debido a que estaban seguros de tu derrota y, como cadáver, no las podrías pagar. La comunidad judía de Tierra Santa tuvo que defenderse con uñas y dientes, sola, frente a seis feroces ejércitos enemigos.
¡Perdón, Israel! Porque no escuchamos tu Declaración de Independencia, que ofrecía paz a los árabes; y esto no fue machacado en contra de la agresión que sufrías. ¡Los ejércitos invasores no fueron condenados! A la inversa, hasta había oficiales ingleses y nazis en sus filas.
¡Perdón, Israel! Porque en la desesperada defensa que debías realizar bajo condiciones tan adversas se produjeron refugiados árabes. Y no se realizaron esfuerzos para reubicarlos, compensarlos e integrarlos, como se hizo con las decenas de millones de refugiados alemanes, griegos, indios, pakistaníes y de otros países que habían sufrido guerras. Por el contrario, se decidió mantenerlos encerrados en miserables campos de concentración para utilizarlos como un futuro instrumento de guerra contra Israel. Hasta se les prohibió comprar propiedades en sus nuevos países de residencia. Perdón, Israel, porque no fue denunciada con fuerza esta cínica discriminación que practican los mismos Estados árabes contra los árabes provenientes de Palestina. Son los únicos refugiados a los que se niega integrarse en los lugares donde residen; para que algún día te ahoguen, Israel.
¡Perdón, Israel! Porque no hubo protestas contra la expulsión de enteras comunidades judías que perpetraron los países árabes. Ochocientas mil personas debieron dejar sus hogares con lo que tenían puesto. Era en venganza por haber sufrido una derrota humillante. Y, de paso, convertir en realidad el anhelo nazi de territorios Judenrein. Había caído el nazismo, pero no su máxima ambición.
¡Perdón, Israel! Porque en aquellos años muy difíciles Occidente mantuvo el embargo de armas sólo contra ti, debido a que ese embargo no funcionaba con los árabes. El único país que entonces se atrevió a contradecirlo fue Checoslovaquia. Tu defensa era frágil, Israel, y estabas pasando por graves problemas internos. ¡Hay que recordar! Recibías largas columnas de sobrevivientes del Holocausto, que llegaban enloquecidos y trastornados, y que antes Gran Bretaña no les permitió desembarcar. Recibías a los centenares de miles de refugiados judíos que llegaban de los países árabes. No tenías suficiente comida y tuviste que imponer el racionamiento. Simultáneamente, debías seguir vigilando tus fronteras, que no era tales, sino precarias líneas de cese del fuego.
¡Perdón, Israel! Porque el mundo no exigió que las porciones de Palestina que quedaron en manos de Jordania y Egipto se convirtiesen en un Estado árabe palestino. No. Judea, Samaria y Jerusalén Oriental fueron anexadas por Transjordania, que cambió su nombre debido a esta transgresión, pasándose a llamar Jordania (ambas márgenes del río Jordán). Y Egipto se quedó con Gaza. Ni una sola protesta contra este robo a los habitantes árabes de Palestina por parte de sus mismos hermanos. Ni una.
Durante casi dos décadas no se habló de un Estado árabe palestino, sino solamente de destruir a Israel. Para colmo, mientras en Israel su pacífica población árabe se integraba y mejoraba el nivel de vida, en los campos de refugiados palestinos se padecía hambruna, enfermedad y un cultivo incendiario del odio. Fortunas se gastan en esos campos, pero no para resolver su dolor, sino para mantenerlo. ¡Perdón, Israel! Porque el mundo no insiste en este punto.
Fuente:elmed.io
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