ESTHER SHABOT
Los turcos son uno de los diez más importantes socios comerciales de Israel.
Recep Tayyip Erdogan, por 11 años primer ministro turco, fungirá de ahora en adelante como Presidente de su país luego de haber sido electo para tal cargo en los comicios del domingo pasado. Su polémica personalidad se ha caracterizado por un astuto pragmatismo que lo hace oscilar constantemente entre posiciones a menudo contrapuestas o incongruentes si ello le resulta necesario para alcanzar sus objetivos. Dueño de un innegable colmillo político para trazar como buen ajedrecista varias jugadas anticipadas a fin de triunfar, ha conseguido mantenerse en el poder, reportar buenas cifras de desarrollo económico para su país e imponer poco a poco su postura islamista en la vida pública turca, postura que, como es sabido, no formó parte del modelo de la Turquía del siglo XX fundado por Kemal Ataturk.
Uno de los ejemplos más claros de las ambivalencias en las que se ha movido la figura de Erdogan es el de la forma peculiar en la que se desarrollan las relaciones entre Turquía e Israel. Cualquiera pensaría que dadas las diatribas antiisraelíes que constantemente emite Erdogan —diatribas que no se limitan a una crítica o condena a las políticas específicas del gobierno de Jerusalén, sino que se muestran pletóricas de retórica antisemita en su más burda expresión— las relaciones entre los dos países deberían de haber colapsado desde hace mucho. Y sin embargo, nada más alejado de eso.
Los datos acerca de los intercambios comerciales entre Turquía e Israel revelan una relación boyante. En 2011 sumaron un monto de cuatro mil 22 millones de dólares, y en 2013 subieron a cuatro mil 858 millones de dólares. Turquía es uno de los diez más importantes socios comerciales de Israel, ocupando, entre los miembros de la OCDE, el quinto lugar en importaciones de Israel y el sexto lugar en exportaciones a éste. Israel le vende alimentos, maquinaria y alta tecnología, al tiempo que le compra textiles, plásticos, hule, concreto, cerámica, productos de vidrio e incluso, según el Instituto Turco de Estadística, un modesto monto en equipo militar. No sólo eso: el turismo israelí hacia las playas y ciudades turcas goza de cabal salud, excepto durante los lapsos de crisis agudas en las relaciones políticas entre ambos países.
Un nuevo tipo de cooperación ha crecido en los últimos años a raíz de las dificultades que ofrece la situación de guerra civil en Siria. Se trata de los numerosos ferries turcos que salen de Iskenderun y que, ante la necesidad de evadir territorio sirio, atracan en el puerto israelí de Haifa para de ahí transportar su carga de automotores a países árabes. Otro intercambio notable está constituido por petróleo producido en el Kurdistán iraquí (hoy bajo la amenaza del macabro EIIL), petróleo trasladado por oleoductos a Turquía y vendido luego de manera no muy abierta a Israel. Incluso han aparecido rumores en la prensa israelí de que un buque propiedad del hijo de Erdogan ha realizado múltiples viajes con fines comerciales entre el puerto israelí de Ashdod y Turquía.
Una pregunta lógica ante esta situación es qué fin persigue Erdogan en atacar verbalmente a Israel de modo tan escandaloso, virulento y ofensivo, si en la realidad cotidiana los nexos económicos con él son tan estrechos. La respuesta tiene que ver en buena medida en que tal retórica le sirve al Presidente turco para consumo interno, para elevar su popularidad entre su pueblo. De igual manera, le proporciona más visibilidad en el entorno musulmán general al presentarse como combatiente decidido en contra del sionismo. Por su parte, los israelíes parecen entender el juego y tolerarlo. Por más que les indignen las aberraciones a las que llega el discurso oficial turco, saben que debido a la fuerte interdependencia mutua en tantas esferas se trata en realidad de “mucho ruido y pocas nueces”.
Fuente:excelsior.com.mx
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