AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO – Los líderes árabes y musulmanes deberían encontrar la clarividencia y la valentía necesarias para ponerse enfrente de la barbarie yihadista y proteger a sus sociedades de una amenaza directa contra su libertad
El asesinato del periodista norteamericano James Foley interpela a cualquier conciencia civilizada, con independencia de condicionantes religiosos o morales. Es un crimen espantoso de características que no permiten la menor justificación. Todo el planeta ha sido testigo de esa muerte horrorosa, cuyos detalles no permiten ni siquiera ser descritos sin repugnancia. El integrismo islámico es un mal absoluto. No es una ideología más o menos perversa ante la que se pueda discutir en condiciones civilizadas, sino una amenaza evidente a la libertad y la dignidad humanas. El hecho de que se escude en la interpretación de una religión no lo convierte en respetable, ni mucho menos: se trata de una fuerza cuyo objetivo explícito es obligarnos a optar entre la sumisión a una versión oscurantista de la ley islámica o la muerte. He ahí lo peligroso e inaceptable de su brutal chantaje: o te quita la libertad o te quita la vida.
Los miembros del autodenominado Estado Islámico han cometido atentados terroristas indiscriminados y asesinado a sangre fría, como en el caso de Foley y tantos otros. Resulta, por tanto, injustificable que la comunidad musulmana aún no se haya levantado para con la contundencia debida las fechorías criminales de estos fanáticos. Jordania, Egipto y otras naciones árabes que tradicionalmente han mantenido buenas relaciones con Occidente deben rechazar sin matices las andanzas criminales de los yihadistas que persiguen la instauración del califato. Los líderes musulmanes tienen que encontrar en estos momentos la clarividencia y la valentía necesarias para proteger a esas sociedades de una amenaza directa contra su libertad; porque es posible que cuando intenten reaccionar sea demasiado tarde.
Lo mismo se puede decir de ciertos sectores de la opinión pública occidental, que con el pretexto de anteponer algunas ideas antirreligiosas se sienten más inclinados a comprender a los credos exóticos que a el genocidio de los cristianos en Irak y Siria, a manos de los jihadistas.
Unos y otros, los musulmanes supuestamente moderados y los sectores más confundidos de la sociedad occidental, deben tener en cuenta que ninguna de estas actitudes les preservarán, llegado el caso, de la barbarie que representaría una victoria final de los fanáticos. Y el primer escenario donde debemos dar esa batalla es en las calles de nuestras ciudades, donde al amparo de las reglas de una sociedad abierta se han anclado ciertas comunidades cuyo objetivo es el de destruirlas. Que el verdugo de Foley sea un londinense criado al calor de una de las democracias más antiguas del mundo causa escalofríos y nos obliga a preguntarnos qué hemos hecho para no evitarlo.
Fuente: ABC.com
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