SARA SEFCHOVICH
La Dirección General de Aeronáutica Civil decidió cambiar las rutas de los aviones que llegan al aeropuerto de la ciudad de México. Inmediatamente las redes sociales se llenaron de la siguiente explicación: que se lo hizo porque al presidente Enrique Peña Nieto le molestaba el ruido. Y muchos se lo creyeron, pues en nuestra cultura los rumores tienen mucho peso.
Hace algunas semanas vimos un ejemplo extremo de esta verdad, cuando el gobierno de la capital quiso poner tubería de agua para llevar el líquido a los habitantes de cierta zona de la ciudad, que tienen que comprar pipas. Los piperos, que vieron amenazado su negocio, corrieron la voz de que les querían quitar el agua de su manantial para dársela a los ricos. Nadie dudó ni por un segundo de estas afirmaciones y las personas se lanzaron a apedrear a los policías que resguardaban la obra.
Y esto sucede una y otra y otra vez.
Tiembla un par de veces en la ciudad de Mexico y el rumor se corre de que viene un temblor fuertísimo que va a ser muy destructor. Por más que los científicos digan que no se puede predecir un temblor ni su intensidad, la gente de todos modos lo cree.
Hace años, en tiempos del presidente Echeverría, la cultura del rumor llegó a lo increíble: se dijo que la campaña de vacunación no era para prevenir enfermedades sino para esterilizar a los niños, y muchos impidieron que se les aplicaran a su hijos; o que no iba a haber azúcar ni aceite en las tiendas y todos corríamos a comprar esos productos en cantidades enormes; o que iba a darse un golpe de Estado tal día (¡por imposible que parezca!) y nos encerrábamos en nuestras casas.
Cuando el rumor se refiere a los políticos, no hay nada que haga que se lo ponga en duda: si se dice que fulano es dueño de los mejores terrenos en las mejores playas del país, que sutano acaba de recibir la concesión de servicio de limpia de todas las oficinas de gobierno, que mengano tiene un montón de amantes, que los parientes de perengano hacen negocios fabulosos, que la esposa de tal gobernante es alcohólica, todos lo creen y lo repiten. Si a un funcionario lo acusan de corrupto, hasta las fotos de su casa estarán tomadas con una mala leche tal que a nadie le quepa duda de que lo es. Alguien de quien se rumore que ha cometido fraude, que es traficante de drogas o de personas, o que está coludido con alguno de éstos, ya nunca puede limpiar su nombre aunque se demuestre que no cometió el delito.
Porque el rumor es independiente de pruebas o evidencias, y cuando se instala, no hay nada que pueda contra él. Si a una escritora que vende mucho la acusan de ser “de bajas calorías”, ningún poder humano la librará de esa calificación. Y al contrario, si se dice que tal intelectual es muy inteligente, todos lo considerarán de ese modo, así diga sandeces. Si una señora se imagina que el desconocido al que vio frente a la escuela es un pederasta, consigue que los pobladores salgan de sus casas a lincharlo sin siquiera averiguar.
Los rumores se convierten en verdades incontrovertibles cuando los medios de comunicación los dan por hecho, cosa que les gusta hacer, porque el escándalo vende. Y entonces allí los tenemos calificando a alguien de “lavador de dinero”, “tratante”, “golpeador de mujeres”, “coludido con narcos”, aun si no se ha demostrado que lo sean.
¿Por qué prenden tan fácilmente los rumores? Esther Charabati dice que “el rumor se genera principalmente en sociedades desinformadas y se fortalece con gobiernos que ocultan o manipulan la información”.
Y en efecto, entre nosotros así sucede. Como nos dicen tantas mentiras, como vivimos en la corrupción e impunidad, se ha generado una enorme desconfianza respecto a cualquier discurso oficial, y al contrario, una gran confianza en cualquier discurso que digan la familia, los amigos y vecinos, aun cuanto estos, se sustenten solamente en rumores.
[email protected] www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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