Los Nuevos Sacerdotes Medievales

GUSTAVO PEREDNIK

La última operación militar en Gaza («Margen Protector») ha exacerbado la judeofobia en diversas regiones, y cada vez se hace más notable cuál es el principal canal por el que hoy fluye dicho odio. Se trata de una mortífera asociación: de un lado, el engaño de la propaganda terrorista; del otro, la complicidad que le dispensan sus agentes repetidores en los medios. Este cruce entre fundamentalistas recalcitrantes y periodistas mal predispuestos, mata.

Vayan los datos básicos, sistemáticamente ocultados por los medios. La guerra en Gaza estalló el 8 de julio con el lanzamiento de misiles por parte de Hamás contra la población israelí. La continua agresión, motor de la contienda, es perpetrada por una banda islamista que declara abiertamente su explícito objetivo de destruir Israel y asesinar judíos.

La clarísima causa del enfrentamiento (repito: los misiles sobre Israel, más de 3.500 y que al escribir estas líneas no se han detenido), no impidió a los medios europeos distorsionar los hechos e inventar que el casus belli fue el secuestro e inmediato asesinato de tres adolescentes israelíes (casi un mes antes del comienzo del ataque de los misiles). Reescrita así la historia, Israel se insinúa en los medios como vengativo y desproporcionado, imagen engendrada rutinariamente por TVE y los principales diarios de España. «Desproporcionado» es aquello que puede lograr su objetivo con menos fuerza –y los misiles no se detenían. Ergo, la respuesta israelí pareció ser más bien insuficiente.

La mentira no abarca sólo la fecha y la causa de la guerra. Mientras Hamás procede diariamente al ataque, acusa al mismo tiempo a Israel de perpetrar un genocidio. Que no hay tal cosa ni nada similar es tan conspicuo que cansa demostrarlo, pero la verdad resulta invisible para quien se esfuerza en no verla.

Un genocidio responde al intento deliberado de exterminar a una población entera. Si el poderoso ejército de Israel se lo propusiera, los palestinos morirían de a decenas de miles. En vez de ello, ellos prosperan en Israel –el único Estado de toda la región en el que los árabes gozan de derechos humanos.

No hay genocidio: hay muerte de civiles inocentes… como en toda guerra. Pero los judeófobos y sus repetidores revisan con lupa sólo las acciones bélicas del judío de los países, estampan al judío el sambenito de «genocida», y eximen de toda revisión el resto de las guerras. A apenas unos pocos kilómetros, entre otros, el régimen sirio continúa la masacre de cientos de miles, pero ello no conmueve a nadie.

Israel es genocida y la mortífera tiranía siria es presentada como aliada del progreso, Chávez dixit.

Como explica una y otra vez Richard Kemp, Israel hace esfuerzos sin parangón para proteger a la población civil palestina, un dato que jamás es recogido por los demonizadores profesionales del Estado judío. Entre ellos, las cadenas de noticias como la BBC, los medios de prensa más conocidos de España, las redes sociales como Avaaz, las organizaciones de Derechos Humanos que se circunscriben a clamar por los derechos del agresor, y los criptodrinos seriales como Mario Vargas Llosa, Eduardo Galeano y Daniel Barenboim. Saltean metódicamente el dato fundamental: los civiles palestinos mueren como consecuencia directa de que Hamás los utiliza como escudos humanos, tal como confiesan sin reparos los portavoces de la banda.

El Hamás obliga a su población a permanecer entre los lanzamisiles, y a desatender la exhortación del ejército israelí de que los civiles se alejen de zonas peligrosas. El motivo es cristalino: cuando los israelíes nos vemos obligados a bombardear las bases de lanzamiento, mueren civiles (más o menos en igual número que terroristas en acción), y los medios de prensa europeos se lanzan a sus rutinarios festivales de judeofobia. Y como en general no informan sobre la agresión islamista sino sólo sobre la respuesta israelí, el espectador promedio deduce que la motivación de la acción israelí es la sed de sangre. Y esta deducción confirma el arraigado mito del judío sanguinario.

Al respecto, explica Charles Krauthammer que la intención de los cohetes del Hamás no es asesinar israelíes, porque con ello no aceleraría la destrucción del Estado hebreo. Aun cuando la meta genocida de Hamás de acabar con todos los judíos permanece explícita en su carta orgánica, la eficacia demostrada por nuestra tecnología defensiva para interceptar misiles (siempre puesta al servicio de la protección de la población civil de Israel, árabe y judía por igual) los ha convencido de que no será posible eliminar al país judío con misiles.

Por ello, los misiles del Hamás consiguen «apenas» que millones de israelíes debamos correr a guarecernos una y otra vez en los refugios, pero cumplen con su otra meta: que durante la reacción defensiva israelí mueran civiles palestinos. Ello sí socava a Israel moralmente, ergo justificaría su destrucción. Si Israel fuera, como lo denominó el presidente de Bolivia, «un Estado terrorista», pues debería ser eliminado. Y de este modo los morteros de Hamás satisfacen su objetivo sin la necesidad de que los judíos muramos de inmediato.

Para que esta enfermiza aspiración se concrete es indispensable la connivencia de los medios en pergeñar la gran mentira de un Estado violento, que vendría a ser el más inmoral e indeseable de todos. La tarea no es difícil si se cuenta con una mitología milenaria sobre el judío que se ve «confirmada» y con el hecho de que diversos corresponsales repetirán la mentira oficial del Hamás: Israel mata porque es malo. No hay recursos naturales en Gaza ni intención israelí de gobernarla. Si atacamos, es de pura maldad.

El síndrome reitera la distorsión de Hannah Arendt en 1961 cuando tomaba al pie de la letra las mentiras de Adolf Eichmann en su juicio, y deducía de ellas que el genocida había sido sólo un burócrata que cumplía órdenes. Después de todo, era lo que el reo declaraba. Y su patraña era repetida por escritores y periodistas, como hoy en día.

Ejemplos de la complicidad

El portavoz del Hamás, Osama Hamdan, fue en varias ocasiones entrevistado por CNN, en donde repitió una y otra vez la jaculatoria no cuestionada de un Israel ocupador y genocida, y de la «resistencia» de su banda. Que en 2005 Israel se retiró completamente de la franja de Gaza, y ergo no habría ninguna ocupación para resistir; que Israel se convirtió a la sazón en la única democracia de la historia que en aras de «la paz» expulsó a su propia población, éstas son de las verdades prohibidas entre los políticamente correctos. Divulgarlas en TVE haría que el espectador sospechara que la guerra no tiene nada que ver con ocupaciones sino con el brutal odio de los integristas.

Cabe suponer que después de varias entrevistas a Hamdan, los periodistas ya saben de quién se trata. Su prontuario es accesible a quien quiera informarse, algo recomendable a quienes le permiten sus burdas apologías del asesinato. Hace unos días, en una entrevista en un canal árabe, Hamdan sostiene como «evidencia histórica» el mito medieval de que los judíos usamos sangre infantil para fabricar pan ázimo durante la Pascua.

El periodista Wolf Blitzer recogió el guante de la judeofobia de Hamdan y le preguntó por CNN (4-8-14) si él efectivamente creía semejante dislate. Hamdan ¡eludió la pregunta! y siguió demonizando a los «genocidas» durante varios minutos. Sólo después de la diatriba el entrevistador se atrevió a agregar respetuosamente que «habría esperado otra respuesta».

Pero no la obtuvo, y sin embargo condonó las declaraciones del Hamás y dio una muestra más de la repelente obsecuencia de la mayor parte de los medios cuando deben vérselas con los enemigos de Israel. Contrástese ello con la hostilidad que habitualmente le propinan a los entrevistados pro-israelíes, y quedará claro el mito de la objetividad de los medios al referirse al Estado judío. Que después de escuchar «información» de esta calaña, las audiencias odien a Israel, es sólo el efecto natural.

Los periodistas de hoy son muchas veces un remedo de los sacerdotes medievales que difundían los mitos del deicidio y del libelo de sangre, y luego se distanciaban de las matanzas de judíos engendradas por la mitología. Incluso a veces protestaban por la violencia que ellos mismos habían provocado al esparcir el odio. Paralelamente, los medios de hoy demonizan a Israel, y luego se presentan como objetivos y ecuánimes entre «el monstruo sionista» y sus enemigos.

La semana pasada el Times de Londres se negó a publicar un aviso pago, en el que el Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel pide que el Hamás proteja a los niños palestinos y no los use como escudos humanos. El Times explicó que el aviso de Wiesel (que ya había sido publicado en varios diarios norteamericanos) no fue rechazado porque fuera falso, sino para evitar «inquietud entre sus lectores». Es decir que no publican la verdad aun cuando se les pagaría por ello. Será pues muy improbable que publiquen la verdad pura y gratuita.

El ejemplo del Times es elocuente: uno de los más importantes medios europeos admite sacrificar la verdad aun si le cuesta dinero, todo ello a fin de no perturbar que los ingleses sigan demonizando a Israel. Un síndrome que se repite en casi toda Europa.

De Inglaterra, uno de los políticos más conocidos, George Galloway, declaró a su ciudad, Bradford, «libre de israelíes». «No los queremos ni siquiera como turistas», explicó. Y a nadie le sonó parecido a las ciudades «Judenrein» del Tercer Reich, porque casi les parece que un mundo «Israel-rein» es aceptable debido, claro, a nuestra incorregible criminalidad.

Los morteros caían en Israel, y casi setenta de nuestros soldados fueron abatidos en la campaña para destruir los lanzamisiles. Asimismo, más de ochenta mil reservistas fueron movilizados (incluido el hijo de quien escribe estas líneas). Nadie nos sugiere modos alternativos de detener el lanzamiento de misiles, por lo que es posible que osemos seguir defendiéndonos. En estos casos, intuyo que es mejor vivir odiados por Europa que morir compadecidos.

Fuente:cciu.org.uy

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