JULIÁN SCHVINDLERMAN
Unos años atrás, la revista Rolling Stone de Uganda (no relacionada con la homónima norteamericana) publicó una lista con los nombres y fotografías de cien presuntos o reales homosexuales en el país africano e instó a la población a que los ahorcara. Ello desencadenó una feroz persecución contra los sujetos listados; uno de ellos, David Kato, fue asesinado a martillazos. Este año, otro periódico ugandés, Red Pepper, repitió la nociva idea y publicitó los nombres de doscientos homosexuales. En Sierra Leone, George Freeman debió pasar a la clandestinidad luego de que un diario local publicara su foto junto a un artículo suyo que él había escrito para una revista extranjera acerca de su homosexualidad. Tras recibir mensajes de textos amenazantes decidió esconderse en un hotel afuera de la capital, pero en el camino fue reconocido por dos ciclistas que lo atacaron. Freeman logró escapar y los agresores dejaron una nota en el interior de su coche: “Los conocemos, iremos por ustedes malditos homosexuales”. En Camerún, en el 2011, el activista gay Roger Mbede fue enviado a prisión por haber enviado un mensaje de texto a otro hombre que decía “estoy muy enamorado de ti”. Fue liberado debido a la indignación mundial suscitada pero murió unos pocos años después, a los treinta y cuatro, de una hernia que generó durante el encarcelamiento. En Senegal, tumbas de homosexuales fueron profanadas.
El trasfondo de estas insólitas acciones es un prejuicio homofóbico ampliamente esparcido en la región africana. El pasado febrero, el parlamento ugandés aprobó una ley que penaliza la conducta homosexual. Su “promoción” está prohibida y todo gay asumido debe ser denunciado, conforme dijo el presidente Yoweri Museveni. Aquellos que mantengan relaciones sexuales con personas del mismo sexo, determinaron sus ilustrados legisladores, serán condenadas a entre cinco y siete años de cárcel, mientras que quienes sostengan uniones sentimentales homosexuales serán condenados a cadena perpetua. Se supone que esta ley es una evolución respecto de un proyecto de ley previo que pedía la pena de muerte para ciertos casos de homosexualidad. En su infinita sabiduría, los redactores de la ley postularon que la homosexualidad es una práctica electiva, desviada e inmoral que debe ser combatida para evitar su propagación, como si se tratase de una epidemia. Quizás hallaron inspiración en el presidente de Gambia, Yahya Jammeh, quien declaró poco tiempo atrás: “Vamos a luchar contra estos bichos llamados homosexuales o gays de la misma manera que estamos combatiendo a los mosquitos que causan malaria, sino más agresivamente”.
La Organización Mundial de la Salud removió a la homosexualidad de sus categorías de enfermedades mentales en 1990, pero muchos países no parecen haber tomado nota. Este año el Banco Mundial publicó un informe titulado “Los costos económicos de la homofobia” que asegura que la discriminación contra las minorías sexuales es dañina para el desarrollo económico de las naciones, pero a muchos en África ello ciertamente parece no incumbirles. Treinta y ocho sobre cincuenta y cuatro naciones del continente reprimen el comportamiento gay. Sudáfrica emerge como la gran excepción, habiendo incorporado en su Constitución de manera pionera la prohibición de discriminar por motivos sexuales, aunque las mujeres lesbianas padecen el brutal fenómeno popular de las “violaciones correctivas”, tópico terrible que he abordado en una edición anterior de Compromiso.
El problema es global. En Rusia y en Lituania se castiga la “propaganda” homosexual; Vladimir Putin en vísperas de los Juegos Olímpicos de Sochi advirtió a los deportistas y turistas gay que no se atreviesen a aproximarse a los niños. En Arizona, la gobernadora Jan Brewer debió vetar una ley que permitía a los comerciantes a negarse a servir a homosexuales. En la Argentina decirle a alguien homosexual en jerga callejera es equivalente a un insulto. La prensa regularmente ofrece instancias de marginación, acoso y agresiones que padecen los homosexuales en muchas partes. Pero la discriminación anti-gay es especialmente dura en África y Medio Oriente. En el mundo cerca de ochenta países criminalizan la homosexualidad, cinco de ellos con la pena de muerte: Afganistán, Arabia Saudita, Irán, Mauritania y Sudán.
La Corte Europea de Justicia falló el año pasado que el temor a ser encarcelado por razones sexuales en países africanos es motivo válido de asilo en la Unión Europea. Según el tribunal, una persona perseguida por su sexualidad en África califica como un perseguido elegible para el asilo en la UE. La corte tomó esa decisión luego de evaluar el caso de tres hombres gay de Uganda, Sierra Leone y Senegal que solicitaron asilo en Holanda. El fallo es vinculante a todos los miembros de la Unión Europea. Otras naciones han adoptado medidas punitivas contra la discriminación arraigada en las preferencias sexuales de las personas y campañas de concientización fueron elaboradas. Pero dada la ubicuidad y gravedad del prejuicio contra los gays en África, posiblemente será necesario recurrir a la fuerza de las sanciones económicas y el ostracismo diplomático para inducir a muchos líderes del continente a modificar sus inadmisibles actitudes hacia este colectivo minoritario.
Fuente:Revista Compromiso
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