¿Es válido prevenir el suicidio?


ARNOLDO KRAUS

En el curso del año dos grandes actores decidieron poner fin a sus vidas. Robin Williams de 63 años, víctima de cuadros depresivos, historia de adicciones y, aparentemente, enfermedad de Parkinson, optó por remediar sus aflicciones suicidándose. Philip Seymour Hoffman, mucho más joven —tenía 46 años— murió por mezclar drogas y fármacos. Aunque no es posible asegurar si su intención fue terminar su vida, los adictos saben que el abuso de sustancias puede devenir en la muerte (suicidio). El trágico fin de ambos, queridos por el público y apreciados por múltiples razones, trae a la palestra, el nunca finalizado y siempre complicado tema del suicidio. La notoriedad de ambos atiza razones para reflexionar sobre el tópico.

Williams ejerció su autonomía y dio fin a lo que él consideraba una vida complicada y desgastada; Seymour dio coto a su existencia, si no propositivamente, sí con medios que conducen a la muerte (lo llamaré “suicidio inducido por adicción”). El protagonista de Capote resaltó su autonomía adueñándose de su vida-muerte por medio de drogas.

El embrollo es crudo: Para quienes optan por finalizar con su existencia, morir es mejor que continuar viviendo. Dos preguntas, ¿es lícito impedir el suicidio?, ¿es ético evitar que una persona se suicide?

Ignoro cuándo y quién registró el primer suicidio en la historia de la humanidad. Pienso que el acto data (casi) desde el principios de nuestra historia. De ser cierta mi suposición el conflicto entre religiosos —“Dios da la vida y sólo él puede quitarla”—, y librepensadores —la autonomía permite el suicidio— debería ser menos ríspido. Filosofía no aparte, regresaré al final, el suicido es un inmenso problema de salud pública.

Según la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es, a nivel mundial, la décima causa de defunciones; aproximadamente, cada año, un millón de personas se quitan la vida. Las tasas han aumentado entre jóvenes, el acto es más frecuente en hombres, es más común en países en vías de desarrollo y la mayoría de los casos suceden en personas con historia de problemas psiquiátricos, como depresión, psicosis o adicción a drogas. Debido a la magnitud del problema los países ricos trabajan en la prevención del suicidio; lamentablemente, el esfuerzo es poco útil para los países pobres, ya que las causas principales del acto difieren. En naciones pobres, las mermas en apoyos sociales, las lacras económicas, y la descomposición familiar son factores subyacentes, los cuáles, además, incrementan la tasa de alcoholismo.

Los números expuestos por los salubristas no son exactos: médicos, policía y familiares modifican los datos por razones judiciales o religiosas; la religión judía prohíbe el suicidio —el cadáver se sepulta en las orillas del panteón—, en India se considera ilegal, y para los árabes constituye ofensa criminal. Dato curioso: En Luxemburgo, para avalar el acto, se requiere que el suicida deje una carta donde explique que se quitó la vida.
A (casi) ningún deudo le es grato comunicar que el suicidio fue la causa del fallecimiento. En la estela de daños a familiares y amigos radica uno de los dilemas éticos: ¿es posible balancear autonomía y compromisos familiares?, ¿tiene derecho la persona de suicidarse a pesar de los daños familiares y tabúes sociales? Tres escenarios: 1) el suicidio puede ser necesidad; 2) la persona tiene derecho de ejercer su autonomía, y 3) el suicidio no tiene cabida: quien lo hace es irresponsable con él y con los suyos, amén de que siempre existen medios para cambiar el rumbo.

En El Mito de Sísifo, publicado en 1942, Albert Camus reflexiona sobre el suicidio. Cito: “El único problema verdaderamente serio es el suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas”. La pregunta sigue siendo vigente, aunque ha dejado de ser el único “problema verdaderamente serio”: comparte importancia con otros temas éticos: eutanasia, aborto, clonación, impacto de las epidemias y estado vegetativo, son, entre una miríada, espacios relevantes que merecen discutirse bajo cobijos filosóficos y tolerantes.

Camus escogió a Sísifo, atribulado personaje de la mitología griega cómo metáfora del continuo, incesante e inútil esfuerzo del ser humano en la vida. Ignoro las razones íntimas de las muertes de Williams y Seymour. Su notoriedad pública invita a reflexionar en los interminables vericuetos del suicidio; discutir el tema siempre será complejo.

La ética es una ciencia inexacta; rara es la vez que uno más uno es dos. Por eso fascina, por lo mismo invita a juzgar con cuidado. Por eso no es adecuado aceptar o negar las razones del suicida sin antes conocer. El reto enorme es individualizar: Saber quién es quién, por qué es porqué, cuando sí es sí, cuando no es no, y cuando no es posible responder.

Médico

Fuente:eluniversalmas.com.mx

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