DENNIS ROSS
Una nueva línea divisoria que ha surgido en la política de Oriente Medio tendrá profundas repercusiones en la política exterior de los Estados Unidos en la región. Esta brecha no se define por los que apoyan o rechazan al Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), o por el conflicto entre suníes y chíes o la guerra entre los representantes de Arabia Saudita e Irán, sino que está caracterizada por la división fundamental entre islamistas y no islamistas.
Por un lado están los islamistas suníes y chíes. ISIS y la Hermandad Musulmana que representan el extremo suníe del espectro, mientras que la República Islámica de Irán y sus milicias, incluyendo a Hezbolá (en Líbano y Siria) y Asaib Ahl al-Haq (en Irak) representan a los chíes. Muchos de estos islamistas están en guerra entre ellos, aunque también se encuentran involucrados en una batalla contra no islamistas a fin de definir la identidad de la región y los estados. Todos ellos subordinan las identidades nacionales en la islámica.
A decir verdad, ninguno de ellos es tan extremista como ISIS, que pretende eliminar a las naciones soberanas bajo los auspicios del califato. La Hermandad Musulmana está comprometida con la Umma, la gran comunidad musulmana. Una de las razones que incitaron la revuelta popular en Egipto fue la violación del principio básico de la identidad nacional: La identidad islamista está antes que la egipcia.
Ahora, el Presidente Abdel Fattah el-Sisi observa como su país se encuentra involucrado en un conflicto existencial con la Hermandad Musulmana. El presidente está financiado por Arabia Saudita, los Emiratos Unidos Árabes y Kuwait. Asimismo, colabora con Algeria y es respaldado por Marruecos y Jordania.
Durante el reciente conflicto en la Franja de Gaza, se realizaron protestas contra Israel en Europa – pero no en los países árabes. Las demás naciones suníes con excepción de Turquía y Qatar deseaban debilitar a Hamas, una ala de la Hermandad Palestina. Esos países se alejaron cuando Washington tendió la mano a Qatar y Turquía para que funcionen como posibles mediadores del alto al fuego en el reciente conflicto.
El despertar árabe de 2011 no surgió en una era de democracia. Las instituciones de la sociedad civil son demasiado débiles; la cultura política basada en que ¨el ganador se lleva todo¨ es demasiado fuerte. Las diferencias sectoriales están demasiado pronunciadas y la fé en el pluralismo es demasiado parcial. Sin embargo, el despertar produjo vacíos políticos y una lucha por la identidad.
El Presidente tiene razón al afirmar que el viejo orden ha desaparecido y tomará tiempo hasta que surja uno nuevo. El gobierno lucha por definir una estrategia efectiva – pero la división entre islamistas y no islamistas crea una apertura.
Los países no islamistas son monarquías tradicionales, gobiernos autoritarios en Egipto y Algeria, reformistas seculares que aunque sean pocos no han desaparecido. Estos no incluyen al régimen de Bashar Assad en Siria. Él es completamente dependiente de Irán y de Hezbolá, no puede tomar decisiones sin ellos.
Actualmente, los no islamistas desean saber que Estados Unidos los apoya. Para la nación americana esto significa no aliarse a Irán en contra de ISIS, aunque ambos pueden evitar interferir con las operaciones del otro en contra de los rebeldes en Irak.
Esto significa competir activamente contra Irán en el resto de la región, independientemente de un acuerdo nuclear con Teherán. Significa reconocer que Egipto es una parte esencial de la alianza anti-islamista, y que la ayuda militar americana no debe ser suspendida por diferencias en el comportamiento interno de Egipto.
Estados Unidos debe coordinar con Egipto y los Emiratos Árabes Unidos cuando bombardean objetivos en Libia o en otros lugares a fin de que las operaciones militares sean más efectivas y tengan mayor efecto.
El gobierno de Obama se preocupa por las consecuencias de excluir a todos los islamistas y de aparentar remunerar con un cheque en blanco a los regímenes autoritarios cuando considera que debe haber límites y que éstos perderán su estabilidad con el transcurso del tiempo. Algunos de los aliados tradicionales de EE.UU. están dispuestos a actuar sin nosotros, convencidos de que el gobierno no considera que todos los islamistas son una amenaza – y que los intereses de la nación americana son distintos a los suyos. Eso es un problema.
Estos países no islamistas son los aliados naturales de Estados Unidos en la región. Están a favor de la estabilidad, del libre flujo de petroleo y gas y se oponen al terrorismo. Las mismas fuerzas que amenazan a ellos y nos amenazan a nosotros. El gobierno de Obama debe regirse de acuerdos a tres principios en estas alianzas:
Primeramente, debe de enfocarse en seguridad y estabilidad. Nada es posible sin ello, tampoco la existencia de sociedades tolerantes y pluralistas.
En segunda instancia, no debe de tender la mano a los islamistas, pues su credo no es compatible con el pluralismo o la democracia.
Turquía es un caso especial por ser miembro de la OTAN. Hay mucho que hacer con Turquía en el marco de la lucha contra ISIS, pero el Presidente Recep Tayyip Erdogan debe entender que su apoyo a la Hermandad Musulmana limita nuestras posibilidades de acción con él, además de aislar a Turquía de sus vecinos.
Finalmente, el apoyo de Estados Unidos a aliados no islamistas no requiere que evitemos expresarnos o que respaldemos toda política interna. Debemos de presionarlos hacia el pluralismo, hacia los derechos de las minoridades y el Derecho de la ley.
La nueva línea divisoria en Oriente Medio representa una oportunidad real para Estados Unidos. Sí, la nación americana enfrentará desafíos y contradicciones entre nuestros valores e intereses. Ninguna estrategia es libre de riesgos. Aún así, unirse a nuestros aliados naturales es la mejor manera de progresar.
Dennis Ross, asesor y miembro del Instituto Washington en Política de Oriente Cercano, fungió como jefe negociador de Estados Unidos para el conflicto árabe-israelí de 1993 a 2001 y fue asistente especial del presidente en asuntos de Oriente Medio y el Sur de Asia de 2009 a 2011.
Traducción: Esti Peled.
Fuente: New York Times
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