AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Afirma el personaje protagonista de la novela de Yoram Kaniuk “El buen árabe”, que los rituales son como la forma cuando se transforma el contenido, nos protegen de la realidad.
Algo parecido es lo que ocurre con otro ritual cotidiano que se desarrolla en nuestras universidades, fundaciones, en la sede parlamentaria y en los grupos pro paz – o como quiera que se denominen-, cuando se trata de invitar a debates y conferencias a un israelí: necesitan de “El buen israelí”, un individuo que debe responder a unas características definidas e imprescindibles para que la forma siga siendo la misma aunque no responda al contenido ni a la realidad.
Veamos esas características: la principal es que debe ser un autofustigador, su primera intervención debe ser crítica con Israel (ojo, con cualquier gobierno), debe hablar única y exclusivamente de colonos, territorios, muros, expropiaciones, y si me apuran de racismo o incluso apartheid, además, si tuvo un pasado sionista y ahora reniega de él, mucho mejor, con esto el personaje se ciñe al guión-ritual del que, si no se sale, le permitirá ser reclamado en múltiples congresos, forum, simposium, “debates”, etc.
El problema surge cuando ese buen israelí, deja de serlo, cuando no reniega de su sionismo (las más de las veces gente de izquierda que pasó por Hashomer Hatzair), cuando son críticos con actuaciones de su gobierno pero por eso no van a permitir que se ponga en duda la razón de existencia del Estado, cuando hablan de culpas compartidas y de compromisos recíprocos, cuando descubren que no todos los nuevos historiadores son Ilán Pape, cuando dicen que Hezbolá y Hamás son grupos terroristas que matan a sus compatriotas, cuando dicen que Israel es algo más complejo que paz sí o no, cuando afirman que viven en una sociedad democrática que como todas tiene sus problemas y tensiones, etcétera… entonces deja de ser el buen israelí y pasará a ser un fanático sionista, sin hacer el más mínimo esfuerzo por saber, como bien dijo Amos Oz, que el sionismo no es un “nombre propio” sino un apellido, el de una familia que está dividida y se halla en conflicto por la cuestión del “proyecto de contorno”.
Esto es lo que está pasando hoy en muchos espacios académicos y políticos en Europa donde ese “infierno son los otros” de Sartre lo han ocupado los israelíes. Escribo estas líneas en homenaje a esos israelíes valientes, heterodoxos, duros críticos en un país en permanente formación, pero no se dedican a la cotidiana autoflagelación, ni han hecho de ella una forma de vida, pero que como Haim Guri saben que entre “la luz y yo a veces discurre la niebla“.
Fuente: Aurora
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