SARA SEFCHOVICH
De niña odiaba esta expresión, que mi madre soltaba cada vez que sucedía lo que nos había advertido que iba a suceder. Pero ahora, no puedo evitar usarla. Porque lo dijimos muchos.
Durante años, hablamos del peligro que significaba permitir casinos. Las experiencias de otros países mostraban que el lavado de dinero, lenocinio y ludopatía eran consecuencias inevitables, además del hecho de contribuir a generar una cultura y una economía orientada no a la productividad sino a los servicios.
Por supuesto, los casinistas lo negaron.
Pero allí están los hechos. Y ahora en Yucatán, la Secretaría de Salud estatal ha tenido que intervenir para atender la adicción al juego, pues “comienzan a surgir datos muy severos de impacto negativo”, y en el Estado de México el gobernador se ha puesto a destruir máquinas tragamonedas, diciendo que afectan al tejido social. ¿No es eso lo que habíamos dicho y ellos negaron? ¿No hubiera sido mejor no permitirlos que ahora tener que componer los desperfectos?
Sobre la cultura improductiva, los datos muestran que “el sector que será clave para ajustar el PIB o para ratificar la meta del crecimiento económico” es el de servicios, que está creciendo a una tasa más alta (¡casi el doble!) que la producción industrial.
¿A qué se refieren cuando hablan de servicios? Una fotografía en el periódico en el que se da esta nota pone, como ejemplo para hablar del ramo, una enorme cama redonda con un corazón rojo en medio y hay dos personas trabajando: una arregla el sitio para los visitantes y otra limpia el piso. ¿Estamos destinados a convertir a todo el país en lo que fue Tijuana hace algunos años? ¿Serán los casinos, hoteles, restoranes, centros comerciales, burdeles, fumaderos de mariguana y otras actividades similares nuestra principal actividad económica?
Puede ser. Y como muestra un botón: el Dragon Mart, enorme centro comercial que los chinos están construyendo en Quintana Roo y al que todo mundo se opuso (menos claro, los funcionarios beneficiados), porque además de ser algo que no necesitamos en este país, es un proyecto muy dañino al medio ambiente.
Por supuesto, esto lo negaron los involucrados, faltaba más, pero ahora resulta que siempre sí, que “las obras afectaron humedales y ecosistemas costeros” dice la Profepa local.
Pero México es México y con todo y el daño, no pararon la obra, sino que le impusieron una multa ridícula (poco más de siete millones de pesos, que en esos niveles de gasto ni se va a notar) y los dejaron seguir adelante. ¡Y eso que la propia dependencia reconoce que no cuentan con los permisos y que incumplen con la normatividad!
¿Cuántos se los dije serán necesarios para demostrar que la apertura total al capital extranjero para explotar el petróleo y el gas va a ser nociva para el país?
Es increíble pero aquí hacemos, tarde y mal, lo que en otros países ya ha demostrado que no sirve. Hace unos años Henry Paulson, que era jefe del Tesoro de Estados Unidos cuando la gran debacle financiera, respondió a una pregunta sobre la apertura de la siguiente manera: “Creo en los mercados, pero no creo que los puedes dejar sin regular. Desde el principio de los tiempos los mercados tienden a los excesos, de modo que la clave está en asegurarse de que hay un sistema regulatorio”.
El problema es que aquí nunca hay marcos regulatorios. Hay leyes generales, pero no normas precisas y claras, de esas que no permiten dobles interpretaciones. Y además, tampoco hay nadie que las haga cumplir.
Así que a las grandes empresas, sean constructoras de centros comerciales, operadoras de casinos o extractoras de petróleo, les resulta más barato pagar multas y sobornos que dejar de tener lo que quieren. Y nuestros funcionarios, con tal de que vengan a invertir, los dejan hacer lo que sea.
Esa es nuestra tragedia, y como vemos, de nada sirve el se los dije.
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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