SAMUEL SCHMIDT PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
Era yo funcionario de la UNAM cuando apareció mi primer libro: “El deterioro del presidencialismo mexicano. Los años de Luis Echeverría”. Le pedí al hijo del ex presidente que me sacara una cita con su padre para entregarle el libro, hacer el compromiso que lo leyera y luego entrevistarlo sobre el libro. Propósito muy ambicioso.
Unos días después tuve la entrevista, Echeverría trataba el libro con displicencia, restándole importancia. Hasta que él cambió el tema de la charla; en ese momento la UNAM pasaba por uno más de sus conflictos, el que por cierto, cuando lo analicé con el enfoque de redes, me llevó a Carlos Salinas; pero el diálogo con Echeverría fue más o menos el siguiente:
-LEA: ¿Y cómo va el conflicto?
-SS: Muy cuidado, mientras no haya violencia no habrá problemas
-LEA: Los revoltosos son los responsables.
-SS: El gobierno es el que maneja la violencia.
En ese momento quedó claro que ya nos referíamos al 68 y la entrevista llegó a su fin. Por supuesto que no hubo segunda entrevista, pero sí una persecución que operó en gran medida José Narro desde la Secretaría general de la UNAM. Yo puedo especular sobre las razones de Narro, él debe explicar, a mí me dijo la imbecilidad de que alguien le tiró un golpe y me dio a mí. El clímax de la persecución fue una amenaza que me llevó a abandonar el país, con todo lo que eso implica en términos de desarticulación familiar, cultural, económica, social, etc.
Hoy encuentro el argumento echeverrista en las palabras de la directora del Instituto Politécnico Nacional (IPN); siempre hay algún factor externo a los estudiantes que agita las aguas, siempre hay una conspiración que inocula a los jóvenes inexpertos, llevándolos manipulados a las calles, la autoridad no se equivoca y se planta en sus decisiones. Paranoia pura y dura, o narcisismo que supone que el mundo gira a su alrededor, negándose a tratar de entender la realidad de los demás.
En el 68 los políticos no pudieron, o no quisieron leer las señales sociales que congregaron a más de 100,000 personas en la calle protestando por la represión; hoy la directora del IPN es incapaz de leer a sus estudiantes que cerraron escuelas y se han volcado a la calle descontentos con sus cambios autoritarios de planes de estudio y reglamento interior. Ese es el tip del iceberg, ya en la calle y en las asambleas, los jóvenes meten en la canasta otros temas que les preocupan y molestan, por ejemplo la existencia policíaca dentro de las escuelas.
El aumento de demandas lo usa la funcionaria para tratar de descalificar a los estudiantes, debería mejor usarlo como indicador de lo que angustia a los jóvenes. Por cierto, ya es hora de que los políticos entiendan que manipular las cifras de la gente que se manifiesta en las calles no sirve para entender las dimensiones sociales de la protesta. Manipulan cifras a la baja y luego creen su mentira diciendo que no son tantos los que protestan. El que se queda en casa no necesariamente rechaza la movilización ni apoya a las autoridades.
Se sienten infalibles cuando logran sacar un proyecto para el que invirtieron horas de trabajo aislados en sus oficinas, más algunas consultas que normalmente son manipuladas, sienten que nadie tiene la perspectiva adecuada como para hacerle cambios al mismo. No es que todo lo que se cambió en el reglamento esté equivocado, pero si los estudiantes reclaman su revisión, ábrase la puerta para revisar, y séase lo suficientemente sensible como para corregir. Eso se llama democracia. ¿Prohibir que se fume tabaco? Sería mejor que la institución establezca programas contra las adicciones. La directora ya dijo que no lo cambia, los estudiantes ya piden su cabeza.
El segundo problema es la defensa del principio de autoridad, éste los lleva a pensar que cualquier voz disidente los acorrala y debilita, esto es tal vez porque están acostumbrados a la obediencia. En México se inventó un adjetivo para el sometimiento: la institucionalidad; aquel que protesta no es institucional y merece pagar el precio por la afrenta. Se dice que uno de los problemas que llevaba a Díaz Ordaz a actuar con furia contra los estudiantes, además de su anti comunismo, era que veía una agresión contra el principio de autoridad y eso lo convenció que había que darle una lección ejemplar a los estudiantes, lo que llevó a una de las masacres urbanas que no se olvidan, ni deben olvidarse.
Hoy domina la visión que a la protesta social hay que atenderla con fuerza policíaca, los líderes están en la cárcel, no vayan a cometer el error del 68.
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