BENJAMÍN W. MAÍZ
Mi abuelo era coleccionista de etrogs para ser transmitidos a futuras generaciones. Siendo la fruta que simboliza el compromiso de una generación a la otra.
En el estante de vidrio de mi madre encuentro una fotografía en sepia en la que aparece un soldado de aspecto pulcro junto a un capitán del ejército del Zar. El joven militar, mi abuelo materno, lleva sus medallas y otras insignias militares.
La imagen agrada a la vista, sorprendiendo al espectador, cuando la información sale a la luz te puedes dar cuenta que mi abuelo también era rabino.
Nunca conocí a mi abuelo, Benjamín W. Greenberg. Él murió varios meses antes de mi nacimiento. En cumplimiento de la costumbre ashkenazí, heredé su nombre. Desde pequeño me han contado historias de este gran personaje, un gran hombre renacentista. No sé la razón pero siento que lo conocí antes de su partida.
Al igual que muchos rabinos, mi abuelo amasó una inmensa colección de libros judíos, incluyendo documentos extraños y textos clásicos, biblias del siglo XVI, hagadas y una basta antología de poemas en yiddish que se fueron acumulando en estantes y más estantes en nuestro modesto hogar de Brooklyn NY, una casa que compró al emigrar de Rusia.
El etrog es conocido también como cidra, es una de las cuatro especies o elementos necesarios para festejar los rituales de Sucot. El etrog es similar a un limón grande y amarillo, pero este nunca caduca, no sucumbe jamás, en su lugar se encoge sin pudrirse. Un tipo de limón sin precedentes que puede llegar a costar cientos de dólares, por lo que es fácil imaginar el etrog como un valioso objeto coleccionable.
Los pacientes que trato tienen la enfermedad del cáncer, ellos me comentan con frecuencia que la enfermedad, al contrario de lo que nos pudiésemos imaginar, nos recuerda lo precioso y valioso del tiempo; la enfermedad se presenta como un momento, la fecha de caducidad de nuestras vidas. Me parece irónico el hecho que el valor del etrog aumente con los años, en parte porque nunca se descompone, no caduca jamás. Es por ello comprensible que el otro ocupa un lugar especial y único en el significado del judaísmo.
La colección de etrogs del abuelo no fue preservado por aquel miembro de la familia a quien se le heredo, aun así sigue siendo una fuente de ensueño para mí. No puedo evitar preguntarme cómo debió transmitir sus posesiones más sagradas a colegas y amigos. ¿Cómo los debió de haber organizado?, ¿Por color?, ¿tamaño? O por el contrario por su textura desigual.
Yo ordenaría los etrogs como si fueran matrioskas rusas , de grandes a pequeñas, como lo debió de haber visto en su infancia, me lo imagino acomodando sus etrogs con un orgullo similar al que hubiese sentido si me hubiera conocido a mí y a mis hermanos.
Sigo sin comprender, ¿Qué impulsa a las personas a convertirse en coleccionistas? Obviamente, algunos lo hacen simplemente por la fascinacion de un objeto en particular. Otros inician las colecciones por el bien de la sociedad, como una forma de altruismo cívico. De hecho, muchas de las colecciones albergadas en los museos reflejan un mero servicio público más allá que una actividad de interés personal.
Algunos psicólogos freudianos, analizan el lado oscuro de las colecciones, para estas personas la colección es una búsqueda continua de una vida que no puede ser saciada y en su lugar aparece la necesidad de acumulación o colección, catalizador de la frustración. Por otra parte la recolección refleja una necesidad de atesorar en lugar de tener, por lo que puede llegar a convertirse en una forma de codicia. Conociendo a mi abuelo, estoy seguro que le interesaba la colección como un simple antídoto contra la avaricia.
Las sagradas escrituras no especifican la identidad de las cuatro especies que son empleadas como símbolos religiosos en Sucot. El uso del etrog se basa en una inferencia derivada de Levítico 23:40: “Y tomaréis el primer día el fruto de árbol hermoso.”
La analogía nos dice que, así como un rebaño de ovejas contiene los animales más viejos y más jóvenes, también en el árbol limonero crecen frutos mayores y jóvenes. Por lo tanto, el etrog puede convertirse en una metáfora de linaje generacional, y cooperación. Así un coleccionista de etrogs puede apreciarse como un símbolo de compromiso de una generación a la siguiente.
Al finalizar Sucot de hace cuatro años, justo antes de del nacimiento de mis nieto, no bote mi etrog, en su lugar decidí guardarlo conmigo, decidí guardar todos los etrogs para mis futuras generaciones tal como lo hacía mi abuelo.
Mi abuelo y su colección de etrogs ya no están junto a nosotros, pero sus respectivos legados no han desaparecido. Al seleccionar el etrog como elemento de colección, el abuelo pudo haber sido una señal de respeto mutuo entre personas y con nuestro medio.
No solo debemos coleccionar objetos tangibles, sino también las ideas y valores intangibles.
Fuente:tabletmag.com
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