LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDIO MÉXICO
El tío Jacobo.
Esta semana murió Jacobo Oberfeld, la simiente de esa familia en México. En diciembre próximo cumpliría 102 años, desde hace 15 años residía en la Ciudad de los Ángeles, California. Jacobo era hermano de Natan, el papá de mi primera esposa, Sari. Jacobo emigró de su natal población de Sherps, en Polonia, a México a mediados de los veintes o principios de los treintas del siglo XX. Cuando salió de Polonia, Natan le obsequió un reloj como testimonio de afecto; no sé si todavía lo conservaba; le sobreviven una hija y dos hijos que han formado una gran familia de hijos, nietos y bisnietos. Lo conocí en 1959 a través de Sari, con la cual establecí relaciones de noviazgo ese año. Trabajé un año como gerente de una de las tiendas de ropa de hombre propiedad de Jacobo y sus hijos, ubicada en la Torre Latinoamericana, en la calle de San Juan de Letrán, hoy llamada Eje Central; en aquél entonces ya despuntaba su hijo mayor, Isaac, como un audaz y visionario empresario que logró crear la cadena de tiendas de ropa de hombre más grande de México.
Jacobo fue una persona generosa. Él y su familia me ayudaron cuando inicié mi matrimonio con Sari; nos casamos tres meses después de la muerte de sus padres asesinados en un asalto en 1962. Nuestra boda, bajo el ritual judío, se realizó en el departamento de Jacobo en la colonia Polanco. Él y su esposa organizaron una cena con familiares, obviamente no hubo música porque estábamos de luto. Asimismo, los Oberfeld me apoyaron para la realización de las bodas de mis hijos mayores en el Templo de Bet El y el Bartmitzva de mi hijo Natan (primera lectura de la Torá – Libro Sagrado de los judíos – en el Templo a los 13 años). En retrospectiva, pienso que nunca les agradecí debidamente su ayuda.
Cuando vi a los Oberfeld reunidos en el entierro de Jacobo, pensé con añoranza que en una etapa de mi vida fueron mi familia; a Jacobo lo llamaba Señor, él en alguna ocasión me reclamó por qué no le decía tío, quizá no lo hacía para no parecer “barbero”, en aquél entonces había algunos intrusos que merodeaban a la familia Oberfeld y querían considerarse “Oberfelds”. En el entierro de Jacobo le pregunté a su hijo Bernardo, cómo había pasado su padre los últimos años de su vida; me contestó que, si bien no siempre podía reconocer a la gente, no experimentó un deterioro físico importante, y lo más significativo, tenía el cariño de sus hijos y demás familiares. Bernardo comía diario con él. Descanse en paz el tío Jacobo.
Antisemitismo en la Iglesia Católica.
En el entorno nacional, el pasado 5 de octubre, en la homilía llevada a cabo en la Iglesia de La Profesa, la segunda más importante en el país después de la Catedral de México, el sacerdote en turno expresó con convicción; empero, a la vez, con prejuicio e ignorancia, que los judíos habían matado a Cristo y que en los tiempos bíblicos unos agricultores judíos habían esclavizado a sus jornaleros no judíos, todo ello seguido con maldiciones para los judíos; los fieles, especialmente las mujeres, aprobaban con la cabeza las palabras expresadas contra los judíos.
Cabe destacar que durante varios siglos la Iglesia Católica ha fomentado el odio hacia los judío. La Inquisición, iniciada al final del siglo XV, ha sido el hecho más reprobable de la Iglesia Católica, empero, también están diferentes mitos que creó en torno a los judíos, y que fueron motivo de persecuciones y asesinatos de comunidades judías enteras, particularmente en Europa Oriental. No obstante, el sacerdote de La Profesa aparentemente ignora que Juan Pablo II “puso a la Iglesia Católica frente a sus responsabilidades históricas con los judíos”. La reconciliación de Juan Pablo II con los judíos, a quien denominó “nuestros hermanos mayores”, comenzó prácticamente al inicio de su papado, (que se prolongó por 26 años) y culminó con su visita a Tierra Santa en marzo del 2000, en donde inició una etapa en las relaciones entre judíos y católicos y se comprometió a implementar un auténtica fraternidad “con el pueblo del libro”. Juan Pablo II no solo fomentó las relaciones entre judíos y católicos, también lo hizo con el Estado de Israel, con el que el Vaticano estableció relaciones diplomáticas y realizó una histórica visita a la Gran Sinagoga de Roma, que fue la primera de un Papa a un templo judío; tuvieron que transcurrir muchos siglos para que un pontífice se decidiera a franquear los pocos centenares de metros que separan a la Gran Sinagoga del Vaticano.
Repetidamente, Juan Pablo II insistió en acentuar las raíces judías del cristianismo, así como su condena al antisemitismo. Igualmente, para Juan Pablo II el Holocausto fue un crimen “que permanecerá como un estigma indeleble en la historia del siglo XX”. El Concilio Vaticano II, hace casi medio siglo, corrigió la actitud histórica de la Iglesia Católica hacia los judíos con la declaración NOSTRA AETATE, por la cual se exoneró a los judíos de toda culpa colectiva por la muerte de Jesús y también afirmó, que el pacto de los judíos con Dios nunca fue suprimido.
El Papa Benedicto XVI siguió el ejemplo de su predecesor al visitar también la Gran Sinagoga de Roma e Israel y reiteró que el pueblo judío no era el culpable de la muerte de Jesús; asimismo, modificó la descripción de Juan Pablo II sobre los judíos como “hermanos mayores” a favor de “padres de la fe”. Benedicto XVI mostró con su actitud que la amistad con los judíos era el principio de enseñanza de la Iglesia y no solo la tendencia de un pontífice en particular.
La actitud del actual Papa, Francisco, rebasó todas las expectativas favorables de su cariño a los judíos. El Papa Francisco, como arzobispo de Buenos Aires, había celebrado Rosh Hashaná (año nuevo judío) y Hannukah (festividad de las luminarias) en las sinagogas locales. Expresó su solidaridad con las víctimas judías por el Holocausto. También se expresó sobre el pontificado de Pio XII en el sentido de que si había hecho lo suficiente para oponerse al genocidio de los judíos; en este sentido, el Papa Francisco ha pedido al Vaticano que abra sus archivos para hacer frente a persistentes dudas sobre el tema.
Con los antecedentes mencionados, cabe preguntarse si el sacerdote de La Profesa, en la referida homilía, habló por mutuo propio o por directrices del alto clero de México; a mí me parece que fue lo primero. Sin embargo, la Iglesia Católica tiene que responder por este hecho que también se registra en otras Iglesias de México, y tener presente que existen sanciones penales para quien fomenta el odio racista o religioso.
Deterioro de la imagen del Presidente.
Pasando a otro tema, en la Crónica previa señalé que en la presente haría algunos comentarios sobre el enfrentamiento del 30 de junio pasado en Tlataya, un municipio en Tierra Caliente en el Estado de México, colindante con el de Michoacán, donde murieron 23 personas al enfrentarse al Ejército; la versión oficial fue que eran miembros de la delincuencia organizada. Sin embargo, dos testimonios señalaron que 22 de ellas fueron asesinadas tras rendirse. Los testimonios movilizaron a activistas de los Derechos Humanos en EUA y originaron una declaración del Departamento de Estado de ese país, pidiendo aclaración de los hechos; en este ámbito, hay testimonios de acciones similares en el sexenio del Presidente Felipe Calderón, quien le había declarado la guerra al crimen organizado. El ajusticiamiento de supuestos delincuentes está en contra del respeto elemental a los Derechos Humanos. En operaciones similares anteriores el propósito de eliminar a los delincuentes fue para quedarse con drogas, armas o por actos de venganza. En Tlataya, los militares quedaron exhibidos ante la opinión pública en México y el mundo.
Tlataya y la desaparición de 47 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, en Guerrero, han provocado una crisis política en el régimen del Presidente Enrique Peña Nieto (EPN), quien por unos días se mantuvo ajeno a los sucesos de la desaparición de los estudiantes al declarar que “el Gobierno Federal no puede sustituir las responsabilidades que tienen los gobiernos estatales”. Posteriormente, cuando a los ojos del mundo Ayotzinapa se convirtió en problema federal de su responsabilidad, ordenó a las Fuerzas Armadas tomar el control de Guerrero, a la Gendarmería de actuar de policía local y a la PGR iniciar las investigaciones. EPN está en el “ojo del huracán”.
Fue un error craso que EPN dejara inicialmente en la competencia del gobernador de Guerrero el arreglo del problema, pese a que existía información de áreas policiales y de inteligencia que indicaban que el mandatario de Guerrero tenía vínculos políticos directos con el alcalde de Iguala, quien ordenó la desaparición de los normalistas, y además, tenía estrechos vínculos con la delincuencia.
Los sucesos que evidencian graves violaciones a los Derechos Humanos en Guerrero y en el Estado de México han afectado la credibilidad de EPN en el país y en el mundo; el presidente tendrá que mostrar una gran habilidad para que la mala imagen de México pueda restaurarse.
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