ESTEBAN RAMÓN
El veterano Volker Schlöndorff presenta Diplomacia en la Seminci. Una obra de cámara sobe el frustrado intento de volar París por los aires.
Hitler amaba París a su manera: si no podía poseerla, prefería verla destruida. La noche del 24 de agosto de 1944, cuando el ejército aliado llamaba a las puertas de la ciudad, el Führer ordenó al general Dietrich von Choltitz reducir a ruinas los edificios y puentes más emblemáticos de la ciudad. Si incumplía la orden, su familia corría peligro en Alemania. Pero no la cumplió. Millones de personas, habitantes y turistas, sabedores o no, han disfrutado de esa decisión. Entre ellos, el veterano director alemán Volker Schlöndorff, protagonista en la segunda jornada de la Seminci por su encantadora personalidad, por su vasta inteligencia y cultura, y por su película Diplomacia, aspirante a la Espiga de Oro del festival.
Adaptando una obra teatral de Cyril Gély, Schlöndorff ficciona en Diplomacia las históricas negociaciones entre Von Choltitz y el cónsul sueco Raoul Nordling. Nadie mejor que Schlöndorff para reflejar el lado amable de la relación entre Francia y Alemania: estudió cine en París y comenzó su carrera como ayudante de dirección de Alain Resnais en el apogeo de la Nouvelle Vague. Aunque, a sus 75 años, no ha cesado en su ritmo de producción, su cinta más conocida siguen siendo El tambor de hojalata, uno de los hitos del Nuevo cine alemán de los años 70.
¿Por qué cambió de opinión Von Choltitz? Una pregunta sin respuesta canónica. Quizá fue convencido por Nordling de que sacarían a su familia de Alemania, quizá fue persuadido de que los aliados y la resistencia no serían severos con sus crímenes, o quizá, simplemente, perdió la fe en su líder y renegó de una orden absurda. Diplomacia es pura especulación, un juego de cámara con dos inmensos actores, André Dussollier y Niels Arestrup, encerrados en una suite frente a la Plaza de la Concordia.
“El trabajo del cónsul es llevar al general a admitir que no tiene que cumplir la orden, pero un es largo camino llevar a un militar a aceptar que es como un monolito”, dice Schlöndorff en una entrevista con RTVE.es sobre el conflicto de su película. “Tiene que buscar la brecha por la que puede entrar. Y siempre es por la familia, por su historia personal. Después de todo, es una persona. No trato de humanizar al general o humanizar la maldad. Ese no es mi problema”.
La intrahistoria tras los grandes nombres
Con su hábil retórica, Nordling implora al general que no accione los explosivos, situados en la Torre Eiffel o Notre Dame, tanto por las víctimas humanas como por el daño cultural. Dos conceptos a los que concede la misma importancia. “¿Qué es más importante? Con un sentido de la provocación, y de la paradoja, digo que los edificios son más importantes. Incluso aunque ya no creamos en Dios, la catedral esta allí para recordarnos cómo nuestra civilización llegó a donde estamos. Sin esas piedras estaríamos sin memoria, y sin memoria no hay civilización. Como un niño de la reconciliación franco-alemana que soy, la idea de que París podía haber sido destruida hubiera cambiado completamente mi vida. Ni hubiera estudiado en Francia, ni sería director de cine. Y que la decisión de un solo general podía marcar tanta diferencia en la historia de Europa la encontraba metafísicamente interesante”.
Schlöndorff mantiene que la historia no la definen los grandes nombres como Churchill, Stalin, Napoleón, o Hitler. “La historia es como una evolución, una mutación. Y pequeño gen, una persona, puede marcar la diferencia. Y si un número de pequeñas personas tienen el mismo sentimiento en algún lugar pueden hacer la diferencia”.
La intrahistoria de Von Choltitz y Nordling ya aparecía en una de las tramas de ¿Arde París? (1966), la mastodóntica película de René Clément (basada en el libro de Larry Collins y Dominique Lapierre) sobre la liberación de París en la que Orson Welles interpretaba al diplomático sueco. “¿Arde París? tomaba los datos de la autobiografía Von Choltitz, pero pienso que estaba al servicio de sus intereses. Pienso que esta imagen que damos es más precisa: me gusta la idea de que el general que salva París no es un hombre de cultura, sino un militar que hizo cosas terribles en la guerra. Incluso el cónsul que trata de cambiarle le opinión le miente. No hay pureza en ninguna lado”, explica.
Una celebración de la ciudad
Concebida como una “celebración de la ciudad”, Schlöndorff remite en Diplomacia al París de postal, una idea platónica de la ciudad que se aleja de su vivencia sentimental. “Mostrar el París de postal era perfectamente irónico. Cuando vivía en París, en el barrio latino, lo que me gustaba eran las pequeñas calles, los pequeños cines, las colas incluso para entrar en los cines para ver películas de Antonioni o Andrzej Wajda. Ese es mi souvenir de París”, rememora. “Era también la cultura del debate que tanto me gustaba. No era suficiente salir de la sala y decir me ha gustado o no una película, no. Tenías que explicar inmediatamente por qué no te gustaba, qué te gustado. Fui forzado a un entrenamiento intelectual. No estaba acostumbrado. Era algo muy francés. En Alemania estábamos silenciados, no habíamos despertado en esos días tras la guerra. París me recuerda el momento de mi propio despertar”.
Tras cumplir prisión en Londres y EE.UU, Von Choltitz murió en Alemania en 1966. A su entierro asistieron militares franceses. “De Gaulle pensó en llamar a una calle con su nombre, pero finalmente no sucedió”. Nodeling, por su parte, da nombre a una plaza. “Un rincón encantador”, describe Schlöndorff. Hablamos de París, ¿cuál no?
Fuente:rtve.es
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