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viernes 22 de noviembre de 2024

Así fue la caza del ‘carnicero’ de Auschwitz

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ÁNGEL VIVAS

Hanns Alexander, un judío que sobrevivió al dantesco campo de concentración, logró encontrar al temido ‘kommandant’ Rudolf Höss, que fue juzgado y ahorcado.

La lucha contra el nazismo tuvo un estrambote que, en realidad, llega hasta nuestros días y sólo acabará cuando muera el último de aquellos asesinos que tuvieron su hora estelar en la primera mitad de los años 40 del siglo XX. Ese capítulo (la persecución -la caza- de los asesinos) sigue dando noticias de actualidad, cuando reaparece alguno de ellos, o revelaciones a partir del trabajo de los estudiosos. Este último es el caso del periodista Thomas Harding, que se ha ocupado de uno de los episodios más extraordinarios (por las circunstancias y por la personalidad del criminal) de persecución de jerarcas nazis, y lo ha contado en su libro ‘Hanns y Rudolf (El judío alemán y la caza del Kommandant de Auschwitz)’ que acaba de editar Galaxia Gutenberg.

Los nombres del título corresponden a Hanns Alexander, judío alemán que sufrió los efectos del nazismo, y tío abuelo del autor, yRudolf Höss (no confundir con Hess, el de Spandau), jefe de Auschwitz y responsable por ello del exterminio de (¿dos? ¿tres?) millones de judíos. Harding ha contado esa historia siguiendo la trayectoria de cada uno por su lado hasta que ambas confluyen, y presentando su lado personal y humano, de ahí lo de referirse a ellos por el nombre de pila.

Esa familiaridad con los protagonistas (que en un caso es estricta, ya que hay una relación de parentesco), debida al deseo del autor de mostrarlos desde sus respectivos puntos de vista, y por tanto de un modo más cercano, ha provocado las previsibles reticencias. “Pero ya empezamos a mostrar a los nazis desde una perspectiva humana“, replica Harding. “En el Archivo del Holocausto de Washington se están recibiendo objetos suyos, y en el propio Auschwitz se plantean también incluirlos. Quizá eso nos ayude a entender cómo fue posible que hicieran lo que hicieron”.

“Al principio», añade el escritor, “tenía claro que Hans es el héroe y Höss es como un malo de cómic. Pero comprendí que, para dar una perspectiva humana, tenía que ver a Höss como Rudolf. Y para eso tenía que saber más sobre él y cómo había sido en familia. Vi que los dos son hombres complejos, que Hanns no se toma la vida muy en serio hasta que se topa con el horror de Auschwitz, y que Rudolf tiene una infancia poco alegre. Puedes incluso llegar a sentir empatía por ese Rudolf niño, pero jamás están al mismo nivel, pese a las sombras que pueda haber en la actuación de Hanns”. Entre esas sombras está la posible ejecución sin juicio -o sea, asesinato-, encubierta como suicidio, de otro nazi cazado poco antes que el Kommandant.

Ni están al mismo nivel ni hay nada parecido a una disculpa para el asesino, ya que, según Harding, “Höss no era un autómata, sino alguien que toma decisiones, que supervisa a diario la actividad del campo y sabe perfectamente lo que ocurre; sabe que está mal lo que hace, pero suprime su respuesta emocional a esos hechos; tenía absoluto control sobre sus actos”.

En ese rastreo del pasado de Rudolf Höss, hay, inevitablemente, una indagación en los orígenes del nazismo. Y el autor confirma que Höss, como el propio Hitler, fue un desarraigado que encontró lo más parecido a una familia entre sus camaradas de armas. Y en la investigación sobre la vida privada del asesino, nos topamos con el curioso personaje de su mujer, Hedwig, a la que algunos prisioneros, empleados en el chalet familiar anexo al campo, llamaban el ‘Ángel de Auschwitz’; o con el hecho de que otro llegó a hacer un avión de madera para uno de los hijos.

“Hay que tener en cuenta”, explica Harding la aparente incongruencia, “que fueron muy pocos los prisioneros que entraron en contacto con la familia, y éstos eran escogidos; eran más prisioneros políticos que judíos. El caso de cuatro o seis no cuenta frente a los horrores sufridos por cientos de miles. Y ese ‘Ángel de Auschwitz’ era la misma mujer que se quiso quedar con un chalet que le gustaba, sabiendo lo que ocurría al lado. La mujer de Höss creía firmemente en los ideales nazis“.

Por cierto, que fue Hedwig la que acabó cantando el paradero de su siniestro marido, escondido con falsa identidad tras la derrota militar del nazismo. Lo hizo ante la convincente amenaza de Hanns de que se llevarían a su hijo mayor a Siberia y no volvería a verlo. Unas horas después, Rudolf Höss tenía metida en la boca la pistola de Hanns Alexander. Faltaba comprobar su verdadera identidad; lo que se logró cuando se pudieron ver los nombres -Rudolf y Hedwig- que había grabados en su anillo de bodas, y que Höss sólo accedió a quitarse ante otra amenaza de Hanns, la de cortarle el dedo, que profirió con el correspondiente cuchillo en la mano.

Antes de llevársele detenido, la veintena larga de soldados que acompañaban a Hanns, bastantes de ellos judíos, propinaron al Kommandant una paliza que tuvo que detener el médico del grupo ante el peligro de que no saliera vivo. Y antes de ser entregado a las autoridades británicas, Rudolf sufrió un interrogatorio en el que conoció los efectos de su propio látigo, manejado por Hanns. Nadie dijo que ésta fuera una historia edificante.

Fuente:elmundo.es

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