ARNOLDO KRAUS
La semana pasada, en la plaza de San Pedro, durante la beatificación de Pablo VI, el papa Francisco proclamó: “la mejor forma de buscar la paz es trabajar por la justicia”. A la idea de Jorge Mario Bergoglio agrego otra: sin valores éticos, justicia y paz son palabras muertas. Si fuese indispensable apellidar la palabra ética, justicia sería el adecuado.
En nuestra Iguala —Iguala como México— los brutales sucesos han sumido a la ciudadanía, y al país en el extranjero, en un barranco sinfín, en un lodazal que nos remonta a los trágicos sucesos de 1968 con una salvedad: los supera. Iguala como México: Los muertos/desaparecidos, los hallazgos de fosas comunes con cuerpos sin dueño, la captura extemporánea del “jefe máximo” de los Guerreros Unidos, Sidronio Casarrubias, —¿por qué no antes del crimen?— y la imposibilidad de localizar a José Luis Abarca, ex alcalde de Iguala, nos retratan como una nación sin paz, sin justicia. Fundamentar los derechos humanos es urgencia nacional.
Iguala como México: muertos sin nombre, voluntarios locales guiados por su condición humana y por picos y palas en busca de sus muertos, padres sin respuesta, esperanzados, moviendo la tierra en pos de sus desaparecidos, normalistas acosados, sin paz, acotados y con magros espacios para protestar. Desaparecidos como México: Ningún dolor hiere y lacera tanto como el que representa la figura del desaparecido: “Había un matrimonio de campesinos” —narra en entrevista Javier Sicilia— “muy tristes que decía: ‘En la mañana salimos al campo y nos olvidamos un poco, pero cuando llega la tarde la tristeza es honda, muy honda”.
La imagen proyectada por nuestro gobierno en el mundo de las finanzas, la cuestionable pujanza de la economía mexicana —cincuenta o más millones de pobres nada tienen que ver con el hecho de que México sea la décima economía mundial—, la política de hablar poco de los muertos y de los desaparecidos en la guerra contra el narco, y mucho del éxito por la captura de algunos narcotraficantes reclama otras palabras, palabras adecuadas para hablar de la realidad. Sabemos de Tlatlaya, sabemos de Ayotzinapa, sabemos que si las cosas siguen como siguen, pronto se agregará otra localidad. Lo sabemos, en México y en el extranjero: mientras el gobierno no localice a los desaparecidos, su condición como Estado protector seguirá cuestionándose y el demonio de Estado fallido, término que siempre ha encrespado a nuestros gobernantes, continuará ocupando espacios.
Sin paz y sin justicia, con impunidad y miseria, es inadecuado hablar de un Estado viable. El Estado es el responsable de la pobreza en la cual perviven la mitad de nuestros connacionales. Mientras esa situación no mejore, los pobres seguirán siendo víctimas. La miseria incrementa en forma directamente proporcional a su magnitud el grado de vulnerabilidad de las personas y las convierte en víctimas y presas fáciles: del Estado, de los narcotraficantes, de los magros salarios mínimos y de las pseudo oportunidades: migrar hacia el Norte o prostituirse.
La idea desaparecido engloba un sinfín de sinsabores. El primero, y el más importante, el martirio perenne de los seres cercanos. No hay sosiego, magra es la esperanza. El binomio desasosiego y falta de esperanza, cierra y abre todo: sin el cadáver el duelo nunca termina; sin el cadáver las preguntas y el odio se reproducen. Los deudos en busca de sus desaparecidos jamás podrán respetar a sus gobernantes.
No hay consuelo posible para los familiares y amigos de los futuros maestros de Ayotzinapa. Las autoridades aledañas, estatales o nacionales no cuentan con autoridad ni argumentos para dialogar —explicar es imposible— con los familiares de los jóvenes normalistas. Por eso la falta de información; por eso los largos días sin respuesta acerca de su paradero. Las dos sinrazones previas atizan el rencor. La incertidumbre suele ser peor que la enfermedad. Iguala como México: Los deudos viven escenarios muy complicados: Abandonados por el Estado, sumidos en la miseria, transidos por el dolor, lidiando día a día con el infierno en torno a sus desaparecidos, aguardando al Godot mexicano, agotados por la incertidumbre, ¿qué decirles?, ¿qué pedirles?, y como sociedad civil, ¿qué preguntarnos?
El tema crucial son los desaparecidos. Las fosas vecinas a Iguala con cadáveres innominados no retratan fragmentos de nuestra realidad, retratan la peor de nuestras realidades. Convivir en un Estado con desaparecidos cuestiona la salud de nuestros gobiernos y vivifica la afirmación del papa Francisco: Sin justicia no hay paz. Y sin valores éticos no hay ni habrá justicia ni paz; y sin paz, como hoy sucede en nuestra nación, ¿qué sigue?
Médico
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