El caldo de cultivo del fanatismo

JUAN GOYTISOLO

Centenares de mezquitas, ‘madrasas’ y fundaciones piadosas proliferan ahora en los países musulmanes y en Europa y favorecen el extremismo religioso que termina por ensangrentar vastas regiones del mundo

Uno. Cuando preparaba los guiones de la serie televisiva Alquibla sobre la sociedad, cultura y artes del mundo islámico, destinada a romper los clichés sobre el mismo y mostrar su enriquecedora variedad en el marco de un saber ecuménico, incluí uno sobre la preceptiva peregrinación a La Meca y Medina en la línea de lo narrado primero por Ibn Battuta y luego por Alí Bey y Richard Burton. Contaba para ello con un material valioso: el testimonio escrito de los moriscos que viajaban secretamente a los lugares santos del islam a lo largo del siglo XVI. La descripción ingenua pero precisa de los ritos de lo que denominaban romeaje o alhache del Mancebo de Arévalo y del anónimo autor de las Coplas de Puey Monzón exponía a la luz la problemática oculta de una comunidad oprimida que no buscaba como en el caso del paisano manchego de Sancho Panza la libertad de conciencia sino el retorno a las fuentes de su fe. Redacté así un texto basado en el relato de esos peregrinos y antes de iniciar mis gestiones con las autoridades saudíes se lo confié al presidente del Consejo Europeo de Mezquitas, a quien conocía a través de amigos comunes, para obtener su visto bueno y verificar que no se distanciaba de la exactitud que exigía el tema. El interesado me dio la luz verde y tuvo la amabilidad de acompañarme a la Embajada del reino saudí en Madrid, en donde presenté el escrito que servía de base al futuro guion al agregado cultural de aquella.

Sabía que por el hecho de no ser musulmán mi acceso a las ciudades santas planteaba problemas, y en razón de ello propuse filmar el episodio con un equipo de musulmanes españoles que viajarían conmigo y me asesorarían a lo largo del rodaje. El diplomático me acogió cordialmente y dijo que transmitiría mi proyecto a las autoridades que debían decidir sobre él. Quedó en contactarme antes de 15 días pero el plazo terminó sin noticia alguna, y en una nueva conversación, tras asegurarme que no dudaba de mis buenos propósitos, me sugirió que colaborara con un equipo saudí. Acepté la idea para salvar el filme pero pasaron los días y ese silencio administrativo —el de dar largas al asunto— me convenció de la inutilidad del empeño. Renuncié pues al episodio no sin expresar antes a quienes habían leído mi texto que estos exquisitos escrúpulos sobre mi presencia en los lugares santos no se habían manifestado 10 años antes, cuando en 1979 las autoridades de Riad reclamaron la intervención de centenares de gendarmes franceses, obviamente no musulmanes, para aplastar a sangre y fuego la rebelión de los peregrinos chiíes en el mismísimo Bayt al Haram. El lance se saldó con numerosísimas víctimas y puso de relieve las contradicciones que minan la credibilidad de un poder que se erige en referente religioso de más de 1.300 millones de fieles en cuanto guardián de los lugares santos.

Dos. La escuela jurídico-doctrinal hanbalí —la más estricta de las cuatro juzgadas ortodoxas por los suníes—, revigorizada más tarde por la doctrina de Ibn Taimiya, fue la fuente en la que se embebió siglos más tarde el teólogo Abd al-Wahhab, cuyas ideas inspiraron a su vez a Ibn Saúd, ancestro de la actual dinastía, lo que más tarde se denominaría el wahabismo, fundado en la solidaridad religioso-tribal tan bien analizada por Ibn Jaldún. El rigorismo extremo de Abd al-Wahhab y de las tribus que se adueñaron de La Meca y Medina 50 años antes de la llegada a los lugares santos de nuestro compatriota Alí Bey suscitó en este unas reflexiones que deben ser analizadas a la luz de lo que ocurrió después. Sus ideales religiosos y sociales, dice en síntesis, encontrarán un grave obstáculo a su difusión en las ciudades y regiones musulmanas más avanzadas a causa de la extrema rigidez de sus principios, incompatibles con las costumbres de las naciones que disfrutaban de los adelantos de la civilización, “de manera que si los wahabíes no ceden un poco en la severidad de estos principios me parece imposible que su doctrina pueda propagarse a otros países más allá del desierto”.

Lo que no podía prever Domingo Badía, tal era el nombre auténtico de Alí Bey, era que el descubrimiento del petróleo en los años veinte del pasado siglo procuraría al reino de Arabia Saudí unos fabulosos recursos económicos que extenderían su influencia a todos los ámbitos del orbe musulmán. Como escribe Luz Gómez García en su excelente Diccionario de islam e islamismo, “el proselitismo saudí ha dado lugar a la fundación y financiación de una extensa red de establecimientos educativos y culturales de inspiración wahabí por todo el mundo, vehículo de la reislamización social de amplias capas desislamizadas o islamizadas en sentido contrario al suyo”.

Las ideas de Abd al-Wahhab inspiraron lo que más tarde se denominaría el wahabismo
Centenares de mezquitas, madrasas y fundaciones piadosas con su personal cuidadosamente encuadrado proliferan ahora tanto en los países musulmanes como en Europa y son una almáciga de salafistas que sirven de caldo de cultivo al extremismo religioso que ensangrienta vastas regiones de Dar al Islam. Las prédicas inflamadas de los imames que ocupan los espacios televisivos de muchos canales del Golfo contribuyen a ello y no son objeto de censura en la medida en que no cuestionan el orden jurídico-religioso del reino de los Ibn Saúd.

Tres. Las relaciones conflictivas de las monarquías petroleras y los diferentes movimientos de inspiración salafista a lo largo del último medio siglo han sido objeto de numerosos análisis por los arabistas y estudiosos en la materia. Para ceñirme a mi experiencia argelina no está de más recordar que el desastroso programa de arabización de Bumedián y la importación de centenares de profesores formados en Arabia Saudí fueron una de las razones determinantes del auge islamista que cuajó en el Frente Islámico de Salvación, cuya victoria en la primera vuelta de las elecciones legislativas de diciembre de 1991 provocó la suspensión de estas y el encarcelamiento de la cúpula del FIS, causa a su vez de la sangrienta guerra civil de la década de los noventa que se cobró más de 130.000 víctimas. Sobrepasado por el giro de los acontecimientos, Riad anatematizó la deriva extremista del Grupo Islámico Armado como lo haría 20 años más tarde —tras el triunfo de los Hermanos Musulmanes en los comicios egipcios y su aplicación de unos planes vistos con sospecha por los guardianes del orden jurídico-religioso del reino— con la hermandad creada por Hasan al-Banna, tildada de terrorista a raíz del golpe militar del mariscal Al Sisi. En ambos casos, las criaturas engendradas por el rigorismo doctrinal saudí lo forzaron a tomar posición frente a ellas en un difícil ejercicio de equilibrio entre su doctrina e intereses estratégicos.

Como un aprendiz de brujo, el reino de los Ibn Saúd afronta hoy el desafío de la proclamación del califato islámico por las huestes de un salafismo radical llevado a sus últimas consecuencias y en cuyas filas, como en Al Qaeda, figuran numerosos combatientes de la Península arábiga. Pese a ser la referencia religiosa del islam suní, Riad, aunque sin agregar sus tropas al Ejército iraquí y peshmergas kurdos que frenan su ofensiva, forma parte de la coalición occidental que lo combate. En otras palabras, aplaude por un lado la campaña militar de los “cruzados”, como lo acusan las redes sociales de la nebulosa extremista, mientras suministra por otro sus armas a los grupos yihadistas que luchan contra El Asad por la amenaza que representa el llamado “arco chií” en su rivalidad estratégica y religiosa con Teherán por la supremacía espiritual en el mundo islámico.

La sociedad saudí está descontenta por la rigidez religiosa y el injusto reparto de la riqueza
No obstante, el férreo control del sistema, la sociedad saudí bulle hoy de un descontento provocado por el rígido encuadre religioso y tribal y la injusta distribución de la riqueza procedente del oro negro. El país es una olla de presión en la que hierve una contestación que no se puede aplacar con los paños fríos de las cautelosas reformas emprendidas por el actual monarca ni con la improvisada asistencia social a la masa de los desfavorecidos.

Cuatro. Vuelvo al episodio de mi frustrado documental sobre la peregrinación cuyo escrito incluí en mi libro De la Ceca a la Meca mientras hojeo las estadísticas de la increíble tasa de analfabetismo en el mundo árabe y constato la incapacidad de sus sistemas educativos para enfrentarse a los desafíos de la modernidad más allá de las meras innovaciones tecnológicas. El dinero que se derrocha hoy en gastos suntuarios y promoción de su imagen o marca no se destina en ningún caso a colmar dicho vacío. El adoctrinamiento excluye totalmente el rico legado literario y filosófico de los primeros siglos de la gran cultura islámica bajo los omeyas, abasíes y en el Andalus.

Recuerdo que un tiempo después de mi fracaso recibí una invitación de Riad para asistir allí a un coloquio sobre el diálogo intercultural. Pero en un país en donde Ibn Rush (Averroes) está prohibido por ser racionalista, Ibn Arabi por místico y Las mil y una noches por “licenciosa”, me dije para mis adentros, ¿de qué clase de cultura estarían hablando?

Fuente: El País

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