La tradición que ahorca

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Han pasado 13 años desde la caída del régimen talibán, pero la violencia contra las afganas se repite en todos los ámbitos de sus vidas.

Han pasado 13 años desde la caída del régimen talibán, pero la violencia contra las afganas se repite en todos los ámbitos de sus vidas.

Cuando la periodista Mónica Bernabé viajó por primera vez a Afganistán, en el verano del año 2000, se escandalizó tras comprobar el trato degradante al que eran sometidas las mujeres del país. Por entonces gobernaban los talibanes, y ella achacó a este régimen fundamentalista tales desgracias. Casi 13 años después, con los radicales fuera del poder, miles de millones de euros invertidos en ayuda humanitaria y cooperación al desarrollo, con un Gobierno, el de Hamid Karzai, instaurado con el beneplácito de occidente, y tras una larguísima intervención militar liderada por Estados Unidos, la reportera constata que aquellas restricciones que conoció en su día fueron puras anécdotas comparadas con el drama que viven hoy las afganas. “La violencia empieza en el seno de la familia y es endémica, independientemente de que los talibanes estén o no”, describe Bernabé durante la presentación en Barcelona de Mujeres. Afganistán (Blume), un libro que denuncia la terrible situación de violencia estructural que sigue sufriendo este colectivo, que califica como “problema social generalizado

La obra, realizada a cuatro manos entre Bernabé y el fotógrafo Gervasio Sánchez gracias al apoyo del Ayuntamiento de Barcelona y de la Asociación por los Derechos Humanos de Afganistán (ASDHA), de la que la periodista es fundadora y presidenta, es más que un libro de fotografía: se trata de toda una enciclopedia de la mujer en este país de Asia central. Durante seis años —entre 2008 y 2013—, los dos reporteros han diseccionado la sociedad femenina afgana para demostrar desde la intimidad de la casa, el hospital, el correccional o el gimnasio cómo es el día a día de estas mujeres.

Niñas que son dadas en matrimonio a señores que les cuadriplican la edad, chicas que se inmolan a lo bonzo porque ya no aguantan más los abusos en casa, otras que se intentan quitar la vida ingiriendo matarratas, muchachas con formación universitaria condenadas a renunciar a su carrera porque fueron obligadas a casarse con un marido al que no quieren, o fieles esposas que no se divorcian porque perderían la custodia de sus hijos. Estos son solo algunos de los ejemplos de la triste realidad imperante. “Los hombres, en general, y la mayoría de las mujeres son cómplices de situaciones que solo pueden describirse como violaciones flagrantes de todos los derechos humanos”, asegura Gervasio Sánchez. “La impunidad generalizada y el peso de la tradición ahorcan sus vidas”.

Ambos periodistas reconocen que, desde finales de 2001, cuando los talibanes salieron del poder, se han producido mejoras. Ahora las mujeres pueden estudiar, trabajar o acceder a la sanidad. Un 28% de los escaños están ocupados por ellas, y algunas son policías, militares o boxeadoras. La Constitución de 2004 garantizó la igualdad de derechos entre ambos sexos, y la ley de 2009 sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer convirtió este comportamiento en delito. Ya no son tratadas como botín de guerra ni azotadas en las calles, pero queda mucho trabajo por hacer. “El Gobierno de Karzai ha sido permisivo con las presiones de los sectores conservadores tanto suníes como chiíes”, denuncia Sánchez. Y menciona la Ley Shia de 2009, que permite al marido retirar la manutención a su esposa si esta no obedece sus demandas sexuales, les otorga la custodia de los hijos a ellos o exige que ellas obtengan el permiso de sus esposos para trabajar. Igualmente, se refiere a un informe de 2012 de la ONG Human Rights Watch que asegura que los tribunales las envían a prisión por delitos dudosos. “Hay alrededor de 400 mujeres y niñas encarceladas por crímenes contra la moral”, lamenta el fotógrafo. Crímenes que en demasiados casos consisten, simplemente, en oponerse a un matrimonio forzoso.

La elaboración del trabajo no fue sencilla. “Bajo el pretexto de que las mujeres no se dejan fotografiar según la cultura afgana, se esconde una realidad que pone los pelos de punta”, relata Bernabé. Pese a esta dificultad añadida, los autores escogieron la fotografía como medio de denuncia porque ya existen muchos informes en papel. “Y en este contexto, una imagen vale más que mil palabras”, sentencia la reportera, que también asegura que las principales trabas que han encontrado han sido la escasa colaboración de las asociaciones femeninas y los problemas de seguridad. Pese a ello, ambos se repartieron el trabajo. Bernabé, que ha sido corresponsal del periódico El Mundo desde 2007 hasta 2014 en este país, se encargó de identificar los problemas más sangrantes, buscar candidatas que se dejaran retratar o conseguir los permisos necesarios. Y lo más difícil: ganarse su confianza y convencerlas de lo necesario que resultaba dar eco de su situación.

Gervasio Sánchez, por su parte, viajó al país esporádicamente para tomar las imágenes de las voluntarias. “Hemos tenido que esperar años (en el caso de las menores de los correccionales) para conseguir un puñado de horas suficientes que permitiesen realizar las fotografías”. El resultado de esos seis años es un compendio de 200 estampas con sus correspondientes testimonios de adolescentes, jóvenes y mujeres maduras, la mayoría a cara descubierta, víctimas de situaciones extremas en un mundo de abusos permanentes: una mujer asesinada por adulterio, una secuencia de un crimen de honor, una niña que quiere casarse con su violador para no ser (aún más) estigmatizada, una adolescente de 14 años apaleada por su marido, una joven mutilada por abandonar el hogar conyugal… Y así, un rosario de horrores que, aunque parecen sacados de un cuento del medievo, “han ocurrido en los últimos cinco años en un país protegido por decenas de miles de soldados extranjeros y con centenares de proyectos controlados por organizaciones internacionales”, denuncia Sánchez.

Y hay datos aún más aterradores: aunque el 85% tienen acceso al sistema sanitario, Médicos sin Fronteras asegura que la mayoría de los centros de salud son deficientes o no funcionan, y por ello cada año mueren 26.000 mujeres durante el embarazo y el parto, una de las cifras mas altas de mortalidad materna del mundo y que duplica el numero de civiles muertos durante el conflicto armado.

Precisamente, uno de los grandes problemas que persiste es que la cooperación se ha convertido “en un simple negocio”, denuncia María Cilleros, coordinadora de ASDHA. El país, receptor de ayudas internacionales millonarias para su reconstrucción y promoción de los derechos humanos, es un caldo de cultivo de proyectos “incoherentes y sin sentido que tienen poco impacto en la población”, asevera Cilleros. “Se quiere vender la imagen de que Afganistán está inmerso en un proceso de democratización y se financian proyectos en ese sentido. La realidad es que continúa siendo un país en conflicto que muchas veces requiere ayuda humanitaria y de emergencia”.

Cambiar la vida de estas mujeres no se conseguirá este año, ni el que viene, ni en 10. “Hace falta que transcurran generaciones, de la misma manera que en Occidente los cambios sociales llevaron siglos”, vaticina Bernabé, que desconfía del papel de la comunidad internacional como instauradora de la paz y del respeto a los derechos humanos. Sánchez, que se confiesa “exhausto” ante el dolor que ha vivido en el país, deposita su fe en las mismas mujeres que ha retratado y en todas aquellas que luchan por mejorar la sociedad. Y pide un deseo: “Ojalá algún día los ciudadanos de Afganistán consigan comprender que las mujeres son más que objetos de intercambio social, marital y sexual”.

Fuente:cciu.org.uy

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