GUIDO MAISULS
Mi relato de hoy comienza así: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.
Ante todo deseo contarte que al idioma español lo incorporé definitiva y profundamente gracias a Don Miguel de Cervantes y “El Quijote”, en ese dramático alegato de un hombre desesperado por querer comunicar un mensaje censurado y autocensurado desde su origen, un grito de impotencia, una sombra de tristeza por querer transmitir una sabiduría no solamente prohibida, también demonizada.
Desde siempre me sentí identificado con ese hermoso y heroico alegato de “Don Quijote”:
“-¿Qué gigantes?-dijo Sancho Panza.-Aquellos que allí ves-respondió su amo-, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.-Mire vuestra merced-respondió Sancho-, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino.-Bien parece-respondió Don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla”.
Siempre me impactó hasta el tuétano de mi ser la valentía, la convicción y la determinación hasta las últimas consecuencias de “Don Quijote” en aquellas aventuras que decididamente encaraba: “Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante…”(cap 8).
Una de las mejores enseñanzas que recibí en mi formación libre pensante y amante de la Libertad se sintetiza en: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre…” Don Quijote de la Mancha”, Miguel de Cervantes, 2ª parte, capítulo 58.
De “Don Quijote aprendí uno de los más importantes fundamentos de mi vida: “La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua”.
Desde siempre mis pensamientos recorren esa mitad sur de la vieja España. Esta tierra que desde comienzos de la Edad Media fue habitada por los numerosos descendientes de los primitivos hebreos que inmigraban desde el Oriente Medio. Si bien muchos de ellos fueron víctimas de reiteradas expulsiones por no acceder renunciar a su fe, otros tantos trataron de adaptarse en forma superficial a esa sociedad, integrándose y conviviendo como podían con ese hostil mundo circundante, siempre acompañados de los dramáticos avatares que les acarreaba el ser devotos judíos en casa y buenos cristianos frente a la sociedad.
Era el caso de Miguel de Cervantes Saavedra, un personaje más bien enigmático pues debía llevar adelante una doble vida al ser su linaje de origen judío. Como escritor debía componer sus textos de una manera velada para no quedar al descubierto frente a las amenazas de la Inquisición. Seguramente produjo un gran milagro de que El Quijote fuera el único libro sospechoso de judaizar de aquellas tristes épocas que logró eludir las destructivas llamas de la intolerancia.
A pesar de las acostumbradas especulaciones intelectuales está confirmado de que Cervantes era un judío converso y que pudo escribir El Quijote gracias a los eruditos conocimientos de los sagrados libros de sabios de su pueblo. La semblanza tradicional española lo pinta como un cristiano tradicional pero las evidencias más profundas – tanto de su personalidad como de su obra – lo colocan en las antípodas de un“cristiano viejo”. No nos olvidemos de que los judíos de la época, además de ser personas muy cultas, intentaban sobrevivir de cualquier manera posible a las persecuciones y cacerías de brujas oficiales, debían eludir nada más y nada menos que la terrible condena a la hoguera.
Cervantes utilizó muy bien esas fuentes judías, que dominaba con precisión, las conocía demasiado bien para echar por tierra de que no era un cristiano viejo, de que era un judío oculto, un marrano, un pseudo converso. Su libro es el dramático alegato de un hombre desesperado por querer comunicar un mensaje censurado y autocensurado desde su origen, un grito de impotencia, una sombra de tristeza por querer trasmitir una sabiduría no solo prohibida, también demonizada.
Cervantes nos dejó muchas pistas ocultas en El Quijote. En el primer e inolvidable párrafo de la novela, “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” nos trasmite en esta frase que no está señalando una zona geográfica concreta, nos habla precisamente de esa mancha judía que lo acompaña inexorablemente desde su nacimiento.
La mayor hazaña de Cervantes no fue solo escribir El Quijote, fue salvarlo de las hogueras de la Inquisición, utilizando sus profundos y abundantes conocimientos de Cábala para trasmitirnos en forma oculta un mensaje que sigue vigente hasta el día de hoy. Su gran logro fue escribir “un libro oculto” que consiguió burlar la censura de los tribunales inquisitorios.
Aunque él nos dijo que “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos” Cervantes no fue libre, nos tuvo que escribir en forma oculta y figurada para que él y su obra no hayan ido a parar a la gran hoguera, por ese tan grave delito de judaizar.
Yo también, como “Don Quijote” , tengo a mi Dulcinea del Toboso, a mi Emperatriz de la Mancha, la dama de quien estoy profundamente enamorado, una dama a quien encomendarme, una dama que se ha convertido en el motor impulsor de todas mis aventuras.
Hoy tengo la tremenda satisfacción de abrevar mi vida en los profundos manantiales de “Don Quijote”: “Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén.”(…).
Hoy más que nunca, y siguiendo la herencia de “Don Quijote”, continúo irremediablemente arremetiendo contra los molinos de viento.
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