BRECHA FERRÁN BARBER
La trivialización del Holocausto conecta esencialmente con tres cuestiones: la falta de conciencia de un sector de la industria, la ignorancia de los jóvenes, y la distinta percepción que tienen los asiáticos sobre el legado nazi. En 2007 la cadena española Zara fue obligada a retirar miles de bolsos del mercado porque entre sus bordados se incluía una esvástica. Según explicó Inditex, los bolsos habían sido fabricados en Asia y la inclusión del símbolo tabú se debía a un problema cultural. ¿Qué clase de malentendido podía animar a una empresa de esa envergadura a incluir en un producto el símbolo por antonomasia de la perversión humana? En realidad el símbolo de la esvástica proviene del idioma sánscrito, y en un sentido literal significa “auspicioso”. Para los hindúes, jainitas y budistas, simboliza la (buena) fortuna.
En tal caso, ¿es el llamado “nazi chic” asiático la consecuencia de una cadena de malentendidos? En absoluto. Tan cierto es que la cruz gamada evoca en los asiáticos sentimientos diferentes a los de los occidentales, como que las modas inspiradas por los nazis son lo suficientemente explícitas como para no dejar lugar a ambigüedades. La compañía de Hong Kong, Izzue, lanzó hace 11 años una colección entera con la simbología de los genocidas, que distribuyó por todos sus comercios. Carecía por completo de una intencionalidad política y se limitaba a incorporar los fetiches del nazismo amparándose en una presunción inapelable: “El estilo nazi tiene gancho, por lo tanto nos dará dinero”. La decisión fue escandalosa, pero la moda se extendió y muchas otras compañías comenzaron a producir prendas semejantes. En un reportaje sobre el fenómeno incipiente publicado en 2000, la revista Time recogía un testimonio esclarecedor. “No los odio. No me gustan. Pero al menos vestían bien”, aseguraba un estudiante coreano de inglés al que entrevistó la publicación en un pub de Seúl llamado Quinto Reich.
En julio, una foto de Instagram realizada por varios jovencitos de Bangkok se paseó triunfal por las redes del planeta. La instantánea mostraba a un puñado de adolescentes con bigotitos hitlerianos sonriendo a la cámara mientras alzaban el brazo al estilo nazi. “Enhorabuena a la selección alemana de fútbol”, escribieron en el pie de foto.
La fascinación que Hitler provoca en los asiáticos tiene que ver también con una revisión de su figura, de acuerdo a la cual destacan sus conquistas militares por encima de sus crímenes. Además, en India y Japón se percibe a los alemanes como los enemigos de sus enemigos. A falta de una memoria consistente y de una educación apropiada sobre la historia reciente del planeta, se pone más el acento en la vertiente de conquistadores de los nazis que en su condición de despiadados, cobardes y asesinos. En semejante contexto no es de extrañar que muchos le otorguen a Hitler las cualidades de los héroes clásicos, o que lo comparen con Alejandro Magno.
Desde hace varios años el Mein Kampf, de Hitler, es una de las obras más vendidas en India. Varias películas de Hollywood recrean las gestas del dictador, en respuesta a las demandas del mercado. Por alguna razón, a los indios les fascina el patriotismo del austríaco y su sentido de la disciplina. A diferencia de los jóvenes, no es la elegancia lo que prima aquí, sino la asociación errónea de unos valores humanos más o menos aceptables con el legado nazi.
En algunos comercios del país es posible adquirir incluso la versión hitleriana de Ronald McDonald o los Teletubbies, combinaciones y objetos imposibles en todos los formatos, pero siempre desprovistos de prejuicios y de un mínimo respeto por la memoria de las víctimas.
Definitivamente, el nazismo se ha vuelto pop (y kitsch) en Asia y ha sido utilizado por la industria para obtener pingües beneficios. Desde Malasia hasta Hong Kong, de Tailandia a Japón es posible ver su influjo incluso en el nombre de las ensaladas. Eso no significa en ningún caso que el nazismo, como ideología, se haya extendido en la misma proporción. Tan cierto es que los grupúsculos neonazis apenas existen en ciertos países asiáticos, como que este fenómeno es esencialmente una tendencia estética.
Cuando se les pregunta, tanto los promotores del negocio como su clientela aducen desconocimiento: Hitler era un señor con bigotito chaplinesco que luchó contra los estadounidenses. Por ignorante y ofensiva que resulte semejante revisión del Holocausto, está mucho más cerca de los verdaderos sucesos históricos que la del príncipe Harry de Inglaterra, protagonista, en 2005, de una de las idioteces más notorias de toda la historia de las monarquías europeas. “Elegí mal el disfraz”, dijo el también llamado “Harry el Nazi” cuando se disculpaba ante la prensa por asistir a una fiesta ataviado con la esvástica.
Por otro lado, el nazi-chic ni siquiera es una invención de los asiáticos. Las primeras manifestaciones de esta moda se produjeron en Londres durante los setenta de la mano del movimiento punk. A diferencia de los neonazis, los punks no simpatizaban con la ideología de los carniceros alemanes. Se servían de la imaginería y la parafernalia hitleriana con el único fin de provocar.
En Corea, cervecería Hitler
“Estimados clientes: soy el dueño del bar de cócteles Adolfo Hitler. Algunos extranjeros se han molestado conmigo por haber bautizado mi negocio de ese modo. Sólo quiero decir que los comprendo totalmente. Como saben, también Corea sufrió por culpa del Japón durante la Segunda Guerra Mundial, así que yo me sentiría del mismo modo si viajara al extranjero y me encontrara con un bar llamado Hirohito. Quiero aclarar que no soy nazi. El nombre surgió durante una reunión con el diseñador de interiores. Buscábamos algo vinculado a Alemania, impactante, fácil de recordar y sencillo de decorar, y ni siquiera reparamos en las connotaciones históricas del personaje. Me siento avergonzado y quiero pedir una sincera disculpa por haber llamado Hitler al negocio.”
La nota aclaratoria, grotesca y surrealista, fue redactada hace 14 años por el propietario del establecimiento surcoreano a instancias de un cliente anglosajón horrorizado por lo visto. El señor Hong se había gastado el equivalente a 38 mil euros de la época en decorar su negocio con runas odales, totenkopfs y águilas del Partido Nacional-Socialista sin tener la más remota idea del carácter ofensivo de su memorabilia. El nombre, Hitler, lucía en un neón de gran tamaño al lado de una esvástica y una imagen del Führer con el brazo alzado. Pretendía impactar y lo logró.
La cascada de quejas fue antológica. El señor Hong parecía sinceramente consternado por la metedura de pata y se comprometió a cambiar el nombre y a remplazar la parafernalia nazi de su bar por algo menos ofensivo. “Por supuesto que sabía que Hitler fue un mal chico que hizo cosas feas, claro que en mi opinión no fue muy diferente de Alejandro Magno o Gengis Khan. Todos ellos fueron conquistadores que mataron gente, pero también ‘grandes hombres’, si atendemos a la notoriedad que alcanzaron tras su muerte”, explicó en su momento para justificar la elección. En otras palabras, lo que Hitler evocaba en la mente del propietario del bar homónimo eran gestas heroicas y fortaleza de carácter. La poderosa sombra que proyectaba le bastaba para echar tierra sobre sus víctimas.
Finalmente el coreano colgó un cartel en la fachada para pedir disculpas. De no haber sido por la trascendencia de aquel acto, lo ocurrido hubiera provocado hilaridad.
Algunos meses después, Hong remplazó el nombre original por el de Ddolf Ditler. Estaba arrepentido, pero no lo suficiente para sustraerse al impulso de aprovechar diez letras. También mantuvo el parteiadler (águila nazi) del cartel de la izquierda y remplazó la foto del tirano por un pánzer. Más tarde, el negocio pasó a llamarse Caesar, una asociación mental perversa, si se piensa. Hoy de aquello ya no queda nada y el negocio es un karaoke.
Fuente:cciu.org.uy
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