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jueves 26 de diciembre de 2024

Los tres noes de Netanyahu

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HENRIQUE CYMERMAN

Ahora que han terminado las fiestas del Año Nuevo judío, del día del Perdón (Yom Kippur) y de Sucot, es hora de que el Gobierno israelí ponga manos a la obra si quiere evitar la próxima guerra. Cuando uno se despierta por la mañana y escucha los discursos del primer ministro, Benjamín Netanyahu, ya no tiene ni idea de si va a morir por una bomba iraní, el virus del ébola, misiles de Hizbulah o militantes infiltrados por los túneles de Hamas. Muchos israelíes están hartos de la política de asustar para reinar, sobre todo ahora que se habla de elecciones anticipadas.

Muchos repiten que no existe un socio para la paz. A estos les diría que se pueden conseguir unos cuantos números de teléfono de gente por la zona, gente que siguió en directo desde Egipto o Abu Dabi la manifestación por la paz en conmemoración de los 19 años del asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin el pasado sábado en Tel Aviv.

Cierto, nadie dice que el proceso sea sencillo y no hay garantía de que vaya a funcionar. Sobre todo cuando el líder palestino, Mahmud Abás, decide escribir una carta a la familia del hombre de la Yihad Islámica que intentó asesinar a un ciudadano israelí, Yehuda Glick, y después fue abatido por la policía.

Es un hecho: la paz no se ha conseguido hasta hoy excepto con Egipto y con Jordania y algunos otros países de la región con los que Israel mantiene relaciones bajo la mesa (países con los que no existen relaciones diplomáticas oficiales).

Pero el mundo árabe moderado hoy en día estaría más contento que nunca de estrechar lazos con el Estado de Israel, un momento sin precedentes. Por supuesto que no es porque quieran unirse al movimiento sionista, sino porque ven a Israel como un posible aliado ante los peligros que realmente les intimidan: la ola yihadista que les amenaza principalmente a ellos, los líderes de Teherán y la posible capacidad nuclear del Gobierno de los ayatolás.

Por el camino, Israel no debe confundirse. Necesita un acuerdo con los palestinos que, ante todo, suponga una amplia retirada de Cisjordania y garantice la seguridad del pueblo judío, un acuerdo que evite, de una vez por todas, el principal peligro estratégico para Israel: la creación de un Estado binacional que sea, de facto, un estado árabe.

Últimamente he tenido la oportunidad de reunirme con líderes prominentes de países árabes que no tienen relaciones diplomáticas oficiales con Israel, y también con miembros de la Liga Árabe. Algunos de ellos mencionaron que los israelíes sacan una vez tras otra el tema de los famosos tres noes de la resolución de Jartum, que firmaron los líderes de ocho países árabes en septiembre de 1967: no a la paz, no al reconocimiento y no a las negociaciones con Israel.

¿Cómo puede ser que, tras doce años durante los cuales la Liga Árabe y los países musulmanes no han dejado de dar su apoyo a la iniciativa saudí -que ofrece a Israel relaciones diplomáticas con 57 países musulmanes, incluidos todos los países árabes, a cambio de un acuerdo con los palestinos- Israel no haya mostrado el menor interés en responder o reaccionar ante la petición? No ha dicho que no, pero tampoco ha dicho que sí. Israel debe contestar, aunque sea con la condición de negociar algunos puntos.

La relación de Israel con los países europeos es importante, dados los lazos históricos y los lazos prácticos: Europa compra la mitad de las exportaciones israelíes. Una iniciativa israelí seria podría paralizar incluso a los que proponen la imposición de sanciones contra Israel y que consideran pedir visados para entrar en Europa a todo el que viva en los territorios ocupados.

En Europa, el viento empieza a soplar a favor del boicot a Israel: a los productos procedentes de los asentamientos en Cisjordania, pero no solo a estos. Basta con hablar con hombres de negocios israelíes para entender que el boicot, aunque sea de forma parcial, ya está aquí. Toda declaración de construir nuevas viviendas en los asentamientos por parte de Netanyahu quizá le sirva en la campaña electoral para movilizar votos de la derecha, pero no hace más que avivar la llama.

Hoy, la brecha entre israelíes y palestinos para lograr un acuerdo es demasiado amplia, el precio político para conseguirlo es demasiado elevado, los líderes no son lo suficientemente valientes -les asustan las posibles repercusiones- y los dos pueblos prefieren no verse obligados a pagar el precio de un compromiso salomónico: dividirse y hacer concesiones. Probablemente lo hagan sólo si se encuentran entre la espada y la pared. Aunque tarden una generación o más en conseguirlo, ahora es el momento para empezar a preparar el acuerdo del futuro, el acuerdo que algún día tendrá que llegar. Si no se hace, la alternativa sería más guerra: la tercera intifada, la tercera guerra del Líbano y la cuarta guerra de Gaza.

Parte de las reuniones a las que he atendido últimamente, y que muestran la posibilidad de algún tipo de progreso, han tenido lugar en los últimos seis meses. Por ejemplo, con el príncipe saudí Turki el Faisal. Ex representante oficial del reino saudí, ex jefe de los servicios secretos de su país y muy próximo al rey y al ministro de Asuntos Exteriores, y vive a medio camino entre la Casa Blanca y el estado mayor de la CIA en Langley, Washington. Fue en el hotel Pierre de Manhattan, él se tomó un café americano y yo, uno turco.

El papa Francisco, tal vez el revolucionario número uno de nuestros tiempos, con todas sus reformas en las percepciones mundiales que intenta legar al Vaticano, y hoy seguramente el líder más popular del mundo, en distintas conversaciones ha sorprendido al decir: “Si Benjamín Netanyahu lo quisiera, podría conseguir un acuerdo con los palestinos y con todo el mundo árabe”. El príncipe saudí, El Faisal, me dijo exactamente lo mismo sobre Netanyahu, que tiene mayoría en el Parlamento para lograrlo si lo decidiera. ¿Es así?

Si Netanyahu ganara las próximas elecciones, como piensa o teme la mayoría de la población, superará a David Ben Gurión como primer ministro que ha estado más tiempo al timón de Israel. Si Netanyahu hubiese sido primer ministro en 1948, ¿hubiese tenido el valor de proclamar el nacimiento del Estado sabiendo que al día siguiente sería invadido por seis ejércitos árabes?

Una vez le pregunté a Netanyahu en una conversación privada: “¿Cómo será recordado en los libros de historia dentro de 50 años? ¿Como una nota a pie de página o como una persona que lideró una revolución, al igual que David Ben Gurión, que proclamó el Estado; Menajem Begin, que firmó la paz con Egipto; o Yitzhak Rabin, que le dio la mano a su archienemigo Yaser Arafat?”.

Netanyahu todavía no ha contestado.

 

Fuente:lavanguardia.com

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