ARNOLDO KRAUS
En 1915 Franz Kafka publicó La metamorfosis. Ese año, el autor de lo kafkiano había cumplido 32 años. Una fotografía de su pasaporte muestra el rostro serio de un joven cuyos textos predijeron el derrumbe del mundo y los cambios societarios que en el futuro generarían seres humanos diferentes, a la postre, distorsionados, yermos, cada vez más, de valores éticos.
Las transformaciones que Kafka avistó no fueron, lamentablemente, ficción; basta repasar los sucesos de la Segunda Guerra Mundial —la cual también predijo Kafka— y repensar en las conductas actuales del ser humano. El conocimiento ha crecido en forma exponencial. Los desencuentros entre humanos y la miseria económica y moral han aumentado también en forma exponencial. El conocimiento y su utilidad contrastan con la ínfima calidad de vida de más de la mitad de la población. El ser humano requiere cirugías mayores. Buscar una metamorfosis sana, terapéutica, que reinvente los valores humanos es indispensable.
Entre la fotografía del Kafka joven, y las póstumas —murió en 1924—, sus guiños cambiaron notoriamente, no sólo por el paso del tiempo y de la tuberculosis que acabó con su vida, sino por lo que Kafka vivió y observó en esos nueve años.
Profeta de un mundo en vías de demolición y víctima de las crudezas de su tiempo y de sí mismo, como bien lo describió Elías Canetti en El otro proceso de Kafka, el escritor checo metamorfoseó, para siempre, la lectura del mundo y del hombre. Sus textos cuestionaron viejos paradigmas y transformaron múltiples ideas. Kafka no fue ni es gratuito: Escribió La metamorfosis para explicar las conductas perversas e insanas de sus congéneres, y para evidenciar las repercusiones que tendrían dichas conductas en la esencia humana y en el devenir del mundo.
Oteando entre ruinas, el autor de La muralla china se metamorfoseó, y al lado de Samsa, continuó su transformación y la nuestra: “Cuando una mañana, Gregor Samsa despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama convertido en un bicho monstruoso”. ¿Quién en este mundo agitado, en estos tiempos convulsos, en estos días llenos de miedo, no ha pensado en los samsas que roen y destruyen las calles por las cuales transitamos? Samsa perdió su humanidad en un sueño y se convirtió en un bicho monstruoso mientras dormía. En nuestros días, los seres humanos se convierten en depredadores durante la vigilia. El Samsa kafkiano se transformó sin percatarse, mientras dormía; nuestros samsas lo hacen conscientes, cobijados por el silencio, arropados por la indiferencia. Un nuevo Kafka deberá reescribir la versión del siglo XXI de La metamorfosis: Muchos humanos son monstruosos.
Los samsas contemporáneos se reproducen por doquier. Son vecinos, son lejanos, son conocidos, son desconocidos, tienen nombre, son innominados, tienen rostro, carecen de cara, son amigos, son sepultureros, hablan hoy acerca del dolor e injusticia y mañana cercenan voces y cavan fosas. Se les teme más a los samsas del mundo que al Samsa de Kafka. De poco ha servido Samsa. Nuestros samsas no descansan. Basta mirar el mundo.
Repensar el mundo y transformarlo (Die Verwandlung, título original del escrito, significa La transformación) es indispensable. Lo dijo Kafka hace cien años. Lo expresó también, a mediados del siglo XX, Aldo Leopold, uno de los fundadores de la bioética, “El ser humano es el cáncer de la Tierra”. En aras de progresos falsos el ser humano ha sido relegado: prevalecen los dictados de la triada dueña de la Tierra. Políticos, banqueros y religiosos priman el progreso económico sobre los derechos humanos.
¿Qué sucederá mañana, y si no mañana, unos años después si los samsas que conviven con nosotros continúan triunfando? Samsa perdió su humanidad y se convirtió en un bicho monstruoso en una novela. La ceguera humana ocurre en la realidad. Dominan los samsas: el fanatismo y la miseria siguen creciendo en forma exponencial. Dentro de una miríada de ejemplos destaco las migraciones involuntarias de los seres humanos. El siglo XXI será el siglo de los desplazados y de los refugiados. Guerras, genocidios, falta de trabajo, el ascenso de diversos fundamentalismos y la presencia del narcotráfico son algunos samsas.
Nuestros samsas nos amenazan. Cercenan vidas, profundizan la miseria económica y humana. Reinventar una secuencia de metamorfosis éticas es obligatorio. Impartir clases de ética, preferentemente laica, desde la primaria podría servir. Si no apostamos por metamorfosis éticas nuestros samsas seguirán reproduciéndose.
Notas insomnes. En el prólogo de La metamorfosis, Borges escribió: “La más indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables”. Hoy Kafka requeriría muchos kafkas: ¿cuánto más pueden resistir los otros?
*Médico
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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