Cortázar y el terrorismo de izquierda

JULIÁN SCHVINDLERMAN

 

Hay que ser cínico para volcar sin el menor retaceo la culpa del terrorismo y su sangre en los grupos y los comandos que lo llevan a cabo (Julio Cortázar, septiembre de 1972).

Hallé el texto de manera inesperada. Entré a una librería porteña que ofrece mucho de música y filosofía buscando bibliografía sobre Richard Wagner y me topé con un librito editado en España de portada agradable, título atractivo –Corrección de pruebas en Alta Provenza, de Julio Cortázar– y un sticker redondo con la palabra inédito en su centro que capturó rápidamente mi atención. Pasaron varios meses hasta que me senté a leerlo, recordando una frase que me regaló antaño Marcelo Birmajer, cuando le compartía mi sentimiento de culpa por comprar más libros de los que leo. “Los libros son como los vinos”, me dijo entonces inmutable; “se ponen en la biblioteca y se toman en el momento adecuado”.

Mi momento para este breve texto de Cortázar llegó hace muy poco tiempo, en ocasión de su centenario. En sus páginas, Cortázar relata la experiencia que le supuso corregir las pruebas del Libro de Manuel. El célebre escritor se subió a una camioneta Volkswagen, se abasteció de alimentos y partió a recorrer la Provenza. Me pareció una divertida coincidencia que Cortázar llamara a su vehículo Fafner, el mítico dragón del Anillo de los Nibelungos, inspirado en la letra F de la patente (por Francia) y en honor a sus “obstinadas predilecciones wagnerianas”. Pero ahí se detuvo el divertimento. Sería cuestión de algunos minutos adicionales de lectura nomás toparme con unas observaciones desafortunadas sobre la matanza de las Olimpíadas de Múnich, en la que un comando palestino asesinó a once atletas israelíes, que lo sorprendieron en plena corrección de pruebas.

La primera insinuación de algo fastidioso la encontré aquí:

 Apenas despierto, la radio me trajo la noticia de los dieciocho muertos de Múnich, la increíblemente torpe carnicería cumplida por un dispositivo policial que razones de todo género permitían imaginar como uno de los paradigmas del género.

La indignación puesta en la medida contraterrorista y no en la acción terrorista inicial preanunciaba un desorden moral al que se sumaba una fantasía conspirativa:

Poco se sabía lo que realmente había ocurrido, y poco sabemos hoy aunque el mosaico ya esté bastante bien armado para el que sepa ver; pero eso no importaba frente a la rápida, la astuta, la eficacísima puesta en marcha del condicionamiento de la masa colgada de receptores y diarios.

Habiendo establecido que la policía es torpe y responsable y que la prensa es manipuladora, proseguía así:

Pero cómo no vomitar frente a los que lloraban sobre el micrófono por un atentado que interrumpía brutalmente “la tregua, la paz de los juegos olímpicos en esos días en que los pueblos olvidan sus diferencias y sus querellas”, textual, viejito. ¿Tregua, olvido de querellas? Hay que ser miserable para articular una frase parecida, hay que ser cínico para volcar sin el menor retaceo la culpa del terrorismo y su sangre en los grupos y los comandos que lo llevan a cabo; pero la máquina funciona bien, rápidamente se aprietan las teclas de la sensibilidad epidérmica, y entonces el genocidio cotidiano, Vietnam o Biafra, los ahorcados de Turquía y los fusilados de Irán, los 20 años de miseria y de vergüenza de los refugiados de Palestina, la exterminación sistemática en Guatemala, todo eso pasa a un plano nebuloso…

Estamos en Francia en los comienzos de los años setenta y la pluma es de un intelectual de izquierdas exiliado de Sudamérica; excusar a los perpetradores de sus actos de violencia es de rigueur para laintelligentsia de la época. Cortázar refuerza la noción de la nula culpabilidad de los asesinos de Múnich con una frase que recuerda de una revolucionaria brasilera:

Es necesario darse cuenta de que la violencia-hambre, la violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla; y que es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella…

Las causas del terrorismo: un clásico del género de la apología.

Okay con Vietnam y Biafra y Turquía y el Irán de Pahlevi y Palestina y Guatemala. Pero ¿qué hay sobre Cuba? ¿O China? ¿Y la Unión Soviética? ¿O los represivos regímenes de Asia? ¿Y qué sobre las dictaduras árabes? ¿No hicieron miserable las vidas de muchos, acaso, Fidel Castro, Iósif Stalin, Mao Zedong, Muhamar Gadafi, Pol Pot? No hay olvido en el autor de Rayuela, sino justificación. Con esa perenne habilidad progresista para ver maldad sólo en la derecha, escribe:

¿Pero a quién la gusta la violencia por sí misma? ¿Le gustaba a Trotski, le gustaba al Che? Sólo los nazis (que constituyen para mí una especie de categoría mental fuera de todo período histórico y de toda civilización nacional, desde los asirios hasta los SS) hallan en la violencia una especie de rescate de la debilidad…

Escribe esas líneas transcurridas casi tres cuartas partes de un siglo en el que solamente en China y en la Unión Soviética los comunistas asesinaron a alrededor de 85 millones de personas. A Ho Chi Minh lo nombra en sus páginas sólo para acotar, bastante frívolamente, que había sido cronista de boxeo en los años veinte.

Cortázar firma su texto en la localidad francesa de Saignon. No obstante, mentalmente se encuentra en Saigón. Es un novelista aclamado pero un humanista frustrado, pues, a decir de Juan Villoro,“quiere cambiar al mundo y sólo puede cambiar la página”. Gracias a Dios. En cuanto a mí, cierro la contratapa, dejo esta triste obra de lado y pienso que su lectura a destiempo resultó ser un trago amargo.

 

 

Fuente:libertaddigital.com

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