Objetivo: Deslegitimación

ELIAS FARACHE S.

El enfrentamiento entre Israel y Hamás en este verano es una prueba de la verdadera situación que enfrenta el Estado judío. La estrategia quedó al descubierto.

El problema real en Oriente Medio, la causa del conflicto árabe-israelí que derivó en el palestino-israelí y ahora tiene la edición Israel contra Hamás, es sencillamente el no reconocimiento del derecho de los judíos a un Estado independiente. Y una vez establecido el Estado, el propósito de destruirlo.

Israel, a fuerza de necesidades y sin ninguna otra alternativa que la de sobrevivir, es un Estado fuerte y bien apertrechado. Capaz de defenderse de las amenazas de sus vecinos y de aquellos que están más lejos. A decir verdad, está absolutamente rodeado de países árabes y a sus espaldas está el Mar Mediterráneo.

Desde mayo de 1948 hasta nuestros días, se trató de destruir a Israel. No es fantasía, el lector interesado puede leer la prensa de 1948, 1956, 1967, 1973, 1978, 1982, los 90, en los 2000.
Cuando algunos países árabes, Jordania y Egipto, terminaron de firmar acuerdos con Israel, el conflicto derivó en el palestino-israelí. Cuando la OLP se convirtió en la Autoridad Palestina (AP), aún sin los avances de paz necesarios y convenientes al negociar y reconocer de facto a Israel, explotó el conflicto con Hamás.

Hamás, y quienes lo apoyan incluso pasivamente, saben que no podrán destruir a Israel ni borrarlo del mapa como algunos de sus aliados pretenden. Entonces, la estrategia es destruir a Israel a través de su deslegitimación. Presentarlo como un Estado atroz, racista, genocida y brutal. Demonizarlo a los ojos del mundo; de los aliados de Israel y de los enemigos; a ojos de quienes son neutrales o indiferentes ante un conflicto que en principio no les interesa.

Los Acuerdos de Oslo de la década de los 90 lograron arraigar la solución de dos Estados para dos pueblos. Un Estado judío y otro árabe palestino, viviendo como vecinos con fronteras fijas y seguras para sus ciudadanos. Puede verse claramente que este concepto de solución, que Israel aprueba y que muchos de los que tienen algo que decir al respecto también apoyan y mencionan con frecuencia, no es el esquema que propone Hamás. Ni sus aliados y financistas.

El plan de esta gente es el no reconocimiento de Israel, que debe desaparecer como Estado judío. Para ello, siendo que por las armas es imposible, la estrategia es privarlo de su carácter legítimo. De nada vale para Israel que sea una verdadera democracia, que reconozca el derecho de los palestinos a un Estado, que se retiró de Gaza en 2005.

Estamos en noviembre de 2014. Agosto fue terrible. Un Israel sometido a bombardeos de cohetes aleatorios y mortales, disparados desde Gaza durante 50 días a razón de más de un centenar diarios, y luego el descubrimiento de una red impresionante de túneles que llegaban a territorio israelí con las confesas y públicas afirmaciones de realizar atentados, se vio obligado a actuar en consecuencia. El resultado fue, entre otros, la presentación de Israel como un Estado que ejerce la fuerza, represor, cruel y racista. Un esfuerzo por deslegitimarlo que viene logrando su objetivo.

En estos días, la intención parece ser encender un conflicto dentro de Israel. Una nueva intifada. Un movimiento de protestas callejeras violentas, que al ser reprimidas generarán condenas a Israel. Atentados contra ciudadanos comunes, como arrollamientos y apuñalamientos. El aparato de seguridad hebreo al activarse, alimenta el objetivo que se persigue: deslegitimar a Israel en base a su fuerza, superioridad y capacidad “desproporcionada” de restablecer cierto orden.

No es una situación sencilla esto de la deslegitimación. Entre verdades a medias, grandes mentiras, campañas de agresión que deben ser atendidas, un gigantesco y muy bien diseñado aparato de publicidad, diplomacia certera, aliados incondicionales, recursos desmedidos —como los que proporciona Catar—, petróleo, amenazas de cosas peores y la perenne presentación de una imagen negativa de Israel, la campaña de deslegitimación está en pleno desarrollo.

Y todo eso bajo la mirada cómplice, o inadvertida, de muchos que saben la verdad y no se atreven a defenderla.

Fuente:nmidigital.com

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