La desafortunada realidad de estigmatizar (profiling)

URI DROMI/ TRADUCCIÓN: ROBERTO SONABEND

Recientemente fui el anfitrión en el Centro de Prensa de Jerusalén (JPC por sus siglas en inglés), de un grupo de estudiantes de periodismo del Medill School of Journalism de la Universidad Northwestern en Chicago. Vinieron a aprender de primera mano las complejidades de cubrir a Israel y el Medio Oriente. Con el aumento de hostilidad hacia Israel en las universidades en los Estados Unidos de Norteamérica, hicimos un gran esfuerzo en preparar el mejor programa posible para estos futuros periodistas, de tal forma que los enviemos de regreso a casa enriquecidos y mejor educados sobre la situación aquí.

Una de las participantes fue una mujer palestina-americana, que utilizaba un hijab, (el velo que cubre la cabeza y el pecho, utilizado por las mujeres musulmanas después de la pubertad). Consciente de que pudiera haber problemas, contacté al departamento de seguridad en el Aeropuerto Ben-Gurion y atestigüé por ella. ¡Ay! No ayudó. Con lo primero que estos jóvenes se encontraron al llegar, fue que separaron e interrogaron durante dos horas a su amiga con el hijab.

Intentando evitar más situaciones embarazosas, le propuse al departamento de seguridad del Ministerio de Relaciones Exteriores (con el que tengo mejores contactos), que no la singularizaran cuando el grupo visitara el Ministerio, que escogieran a varias gentes, incluyéndola, como si fuese una selección aleatoria para inspeccionarlos. El truco no funcionó. En su blog escribió: “Por culpa de mi hijab me convertí en sospechosa y fui discriminada.”

Distanciar a la gente por su religión o por la manera en que se ven o se visten es lo último que los Judíos deberíamos hacer. Sin embargo, el personal de seguridad en Israel no estigmatizó a la estudiante musulmana en forma arbitraria. Hoy, los militantes islamistas están atacando a judíos y católicos, y estos tienen derecho a defenderse.

Los militantes de ISIS se pueden identificar fácilmente, con sus barbas, ametralladoras, banderas negras y sus camionetas Toyota. Por otro lado, los terroristas disfrazados de pasajeros en los aviones, o de transeúntes, presentan un reto difícil. Desearía que hubiese un dispositivo que los identificara, tal vez monitoreando la energía siniestra que irradian (si alguno de los genios de high-tech inventan algo así, acuérdense dónde leyeron esta idea primero). Mientras tanto, desafortunadamente, en algunas ocasiones estigmatizar es el menor de los males.

No necesariamente ayuda ser mujer. La gente de seguridad en Israel recuerda a Wafa al Bass, una joven de 21 años de Gaza, que en año 2005 hizo amistad con los guardias israelíes en la caseta de control en Erez. Ella viajó varias veces con un permiso especial entre Gaza y Be’er Sheva, donde había sido tratada en el Hospital Soroka. En una ocasión los guardias sospecharon algo y descubrieron que debajo de sus tradicionales túnicas negras, había atado a su pierna una bomba de 10 kilogramos. Fue enviada a prisión, pero la liberaron en el intercambio de prisioneros de Gilad Schalit. Cuando los niños palestinos le dieron la bienvenida, la mujer piadosa les dijo: “Espero que algún día caminen por la misma vía que nosotros tomamos, y si Dios quiere, veremos a algunos de ustedes como mártires.”

El sentimiento de tener a un enemigo elusivo dentro, envenena hasta las mentes más liberales. En el Restaurante Touro en el JPC, la mayoría de los empleados de la cocina y los Chefs subjefes son palestinos. Los queremos y los tratamos como iguales. Hasta que en el Centro Patrimonial de Begin, a un lado de nosotros, un cocinero palestino tomó una pistola y disparó contra el activista israelí Yehuda Glick. Entonces, en contra todo lo que hemos creído, nos convertimos en gente que sospecha.

¿Cuándo va a terminar todo esto? Cuando el Islam trascienda su fase militante y se retraiga del yihad (la guerra santa de los musulmanes), para rezar en las mezquitas. Eso puede tomar un tiempo. Mientras tanto, mi corazón está con esta estudiante palestino-americana, cuyo único pecado fue vestirse con un hijab y que ahora tiene malos recuerdos de su primer viaje a Israel.

Yo se lo que tengo que hacer. La próxima vez que espere un visitante Musulmán, voy a hacer un esfuerzo más grande. Debe haber una manera de caminar por esa línea estrecha entre proteger nuestras vidas y no lastimar los sentimientos de la gente inocente. Este es un riesgo calculado que vale la pena tomar.

*Uri Dromi es el director del Jerusalem Press Club.

Fuente: The Canadian Jewish News

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