El político y escritor israelí participa en las Conversaciones de la Fundación Juan March.
Shlomo Ben Ami (1943) vivió en Tánger hasta los doce años, y después se mudó a Israel con su familia. Creció en un kibutz y, tras hacer el servicio militar, se fue a Oxford a estudiar Historia. Fue alumno de Hugh Thomas y discípulo de Raymond Carr. En 1978 escribió Los orígenes de la Segunda República Española, editado por Alianza en 1990. Se involucró en la política de su país: fue embajador en España, ministro de Asuntos Exteriores durante el gobierno laborista de Ehud Barak y protagonista de las reuniones de Camp David organizadas por Bill Clinton en el año 2000. De aquello le quedó una certeza: la paz con Palestina es imposible a menos que la comunidad internacional obligue a las partes a ceder. Ha escrito, o coescrito libros como ¿Cuál es el futuro de Israel? o Israel, entre la guerra y la paz. Hoy dirige el Centro Internacional de Toledo para la Paz, desde donde asesora a distintos gobiernos e instituciones. Shlomo Ben Ami atiende a El Cultural minutos antes de intervenir en las Conversaciones de la Fundación Juan March.
-Me gustaría que me diera su opinión sobre la decisión de Netanyahu de declarar Israel como estado judío, lo que ha tenido ya inmediatas consecuencias políticas. Si esa ley saliera adelante, ¿qué consecuencias tendría en el conflicto entre israelíes y árabes?
-Creo que es un ejercicio de política doméstica. Nada más. Los palestinos saben bien cuáles son las posturas de Netanyahu, y saben que siempre les ha exigido que reconozcan a Israel como el estado judío, cosa que es innecesaria y redundante. Netanyahu es un político más que un estadista y todo lo hace de cara a su parroquia electoral. Esa parroquia está encantada con las cosas que dice. Pero al día siguiente de que salga esta ley, nada habrá cambiado en la vida de israelíes judíos ni de los israelíes árabes.
-¿No cree que denigre a los árabes que viven en Israel?
-Creo que genera un zeitgeist que no es muy bueno. A estas alturas nadie duda de que Israel sea un estado judío: no hace falta legislar sobre ello. Esa decisión solo responde a la radicalización del Likud, que parece tomar ideas del Tea Party americano. Eso sí, esa ley no beneficia a los israelíes ni, por supuesto, a su imagen en el exterior.
-Después de Camp David, en el 2000, usted repitió en entrevistas y artículos que con Arafat era imposible llegar a un acuerdo. ¿Lo sería con Abbas? ¿Lo es con Netanyahu?
-Al término de aquellas negociaciones fui muy duro con Arafat porque me sentía muy frustrado. Tenía la sensación de haber perdido el tiempo. Arafat era una figura complejísima, y yo, a diferencia de los otros políticos israelíes, traté de mostrarle siempre respeto. Creo que él, en su psicología, biológicamente, incluso, era incapaz de aceptar un estado judío. Tenga en cuenta que era la persona más popular de la tierra. ¡En 1974 se presentó en la ONU con una pistola en el cinturón y nadie le dijo nada! Además, siempre le dio miedo llegar a un acuerdo; tenía miedo del día después. ¿Qué iba a ser de él si llegara la paz con Israel? Se tendría que conformar con ser el presidente de una pequeña porción de tierra, de un país pobre y desesperado. Y aquella perspectiva no le seducía nada.
– Pero Arafat se muere y las posturas siguen igual de alejadas, o más.
-Es que israelíes y palestinos jamás van a llegar a un acuerdo entre ellos. Y nuestro fracaso no es un fracaso técnico. El problema está en la misma esencia del conflicto. La paz exige quebrar el código genético del conflicto. Si fuera una cuestión de territorios, un asunto inmobiliario, sería fácil. Pero está la ética, la religión, la moralidad, distintos modos de ver el mundo. Lo que hay entre israelíes y palestinos son muchos temas intangibles: lugares sagrados, certificados milenarios de pertenencia. Si yo le contara cómo fueron las negociaciones en Camp David no se lo creería: aquello parecía un seminario académico, con Clinton rebuscando en las estanterías de su biblioteca para dilucidar, con un libro de historia, a quién pertenecía un terreno o un monte, o si las mezquitas eran anteriores o posteriores a las sinagogas.
-¿Qué solución queda, entonces?
-La solución tiene que venir de la comunidad internacional. EE.UU, que en los últimos veinte años ha sido capaz de formar tres alianzas para la guerra, forme para este conflicto una coalición por la paz.
-¿Y en esa alianza qué papel jugarían los países árabes? ¿Y Europa? ¿Y Rusia?
-EE.UU es la nación indispensable, y Europa y Rusia tendrían que completar el cuarteto junto a la ONU. Sin Europa no va a ser posible; en particular sin Francia y sin Gran Bretaña, los miembros del Consejo de Seguridad. Rusia es fundamental. Estuve hace unas semanas cenando con Putin y otros miembros de su Gobierno. Le pregunté esto que usted me pregunta. Le dije que ya que últimamente tiene tanto interés en el Medio Oriente, podría hacer algo por la paz entre Israel y Palestina, y me dijo algo muy coherente con su política actual de regreso a la Unión Soviética; me dijo que solo le preocupaba el millón de judíos rusos que viven en Israel. Esta respuesta, que nos puede parecer una tontería, no lo es teniendo en cuenta las políticas étnicas que está llevando a cabo. Por otro lado, es importante que participen también algunos países árabes, sí, como Arabia Saudita, Jordania o Egipto, porque los palestinos serían incapaces de hacer concesiones de otro modo. Ellos necesitan la legitimidad de la familia árabe.
-¿A qué concesiones se refiere?
-Por ejemplo, la cuestión de los refugiados. Abbas no puede decirle ahora a su pueblo que el regreso de los refugiados no es posible. Desde un punto de vista ético o moral puede que fuera lo más justo, pero es que no va a ocurrir. Ningún líder palestino ha tenido el coraje de decir esta simple verdad a los suyos.
-Usted ha hablado de un “Plan Marshall” para reconstruir Gaza como condición indispensable para la paz.
-Lo del Plan Marshall lo decía sobre todo Simon Peres. ¿De dónde ha de salir ese dinero? Del Medio Oriente, no le quepa duda: es ahí donde están los millones, pero falta la voluntad política. Lo que ocurre es que ese dinero está en los bancos de Londres, en Qatar… está invertido en las cosas más extravagantes. Hay que acabar con esa idea de que Israel es el único malo aquí. Yo estoy de acuerdo con que Israel comete errores, y a intentar evitarlos he dedicado mi vida y mi carrera profesional. Pero hay otros malos. Todo el mundo habla del bloqueo de Israel a Gaza, pero el mayor bloqueo es el de Egipto, que está destruyendo toda la zona de Rafah, todos los túneles. Y hay que entender las sensibilidades de Israel: ¿Debemos proporcionar a Gaza cemento y hierro cuando sabemos que lo utilizan para fabricar túneles y misiles?
-En un artículo reciente lamentaba la imagen que tienen los judíos fuera de Israel y hablaba de un retorno del antisemitismo a Europa.
-Yo creo que el antisemitismo nunca ha desaparecido. Tiene sus altibajos, digamos. En ese artículo escribí que la protesta justificada contra las políticas de Israel está utilizando métodos antisemitas. Yo estaría dispuesto a unirme a una manifestación de apoyo a los palestinos. Pero cuando en esa manifestación se pisotean banderas de Israel, se queman sinagogas, como en Francia, o se pide, como ocurrió en Alemania, que se reactiven las cámaras de gas, me siento desconcertado. Cuando empezó la guerra de Irak yo vivía en Londres y hubo una gran manifestación en Trafalgar Square. Fui con mi esposa y lo que percibí allí fue un clima de violencia contra los judíos, gritos e insultos contra Israel, que no sé muy bien qué papel jugaba en todo aquello… Es sorprendete que hoy una persona progresista, de izquierdas, pueda hacer causa común con un miembro del Estado Islámico en una manifestación.
-En ese mismo artículo dice que “a los israelíes les cuesta entender por qué cinco millones de refugiados y 200.000 muertes en Siria tienen mucha menos gravitación en la conciencia occidental que los 2.000 palestinos asesinados en Gaza”.
-Es triste, pero es así; yo no he visto manifestaciones frente a la embajada de Siria y en cambio sí que veo la embajada israelí bajo asedio cada vez que ocurre algo en Gaza. Por eso les digo a los palestinos que no se crean que el mundo se interesa por ellos. Al mundo no le importa Palestina, solo mira hacia allí porque estamos nosotros involucrados. El fenómeno judío está latente en la conciencia occidental. El relato del conflicto árabe-israelí tiene esa impresionante repercusión porque forma parte de una historia mucho más grande y esa historia es la presencia de la cultura judía en la civilización occidental.
-¿Qué obstáculo representa el Estado Islámico en el camino hacia la paz?
-Es un obstáculo mayor. Acaba de decir el Rey de Jordania que la guerra contra el Estado Islámico es una tercera guerra mundial. El islam está en una crisis de civilización porque es incapaz de afrontar los desafíos de la modernidad. Lo que vemos en el Medio Oriente es lo que vimos en Europa, por ejemplo, en la Guerra de los Treinta Años, que acabó con la creación del Estado Moderno. La cuestión es si la solución pasa por la intervención de occidente, lo que supondría la interrupción del ciclo histórico. Europa tardó muchos años en superar sus guerras de religión, y después dos guerras mundiales, para acabar siendo un continente civilizado. ¿Es posible que el mundo árabe, que ahora está en esa etapa de lucha, la supere con la ayuda de bombardeos y ataques desde Occidente? No lo creo, sinceramente. Hay que dejar al mundo árabe, y ayudarle en lo que podamos, pero sin intervenir con violencia. El desafío es suyo, no nuestro.
Fuente: Alberto Gordo para El Cultural (España)
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