IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO
Se ha estrenado Éxodo: Dioses y Reyes, la segunda película de este año enfocada a un tema bíblico, y al igual que la anterior -Noah-, promete ser controversial y levantar opiniones a favor y en contra.
Es otra mega producción de Hollywood, que pretende ponerse a la par de lo que en su momento fueron las películas de Cecile B. De Mille, aunque -en teoría- los modernos recursos para hacer efectos especiales deberían hacerla más espectacular (cosa que no siempre sucede: ante la carencia de recursos para dichos efectos, las películas de la Época de Oro en Hollywood tenían algo que ya no abunda: creatividad).
Todavía no he visto la película, pero según puedo intuir a partir de lo que vi en los avances que se publicitaron en internet, hay un detalle que -potencialmente- puede causar mucha controversia: Moisés y el pueblo hebreo son presentados como gente al pie de guerra, dándoseles un rol más activo que el que aparece en el texto bíblico.
Naturalmente, es algo que a muchos puristas de la religión bien puede resultarles chocante.
En este aspecto, el resultado sería muy similar al de Noah, una película rechazada y criticada en muchos sectores debido a que fue considerada como “demasiado lejana al texto bíblico”. Sin embargo, muchos de esos críticos no estuvieron enterados de que Darren Aronofsky se basó en mucha literatura judía antigua, alterna a la Biblia, principalmente de la tradición apocalíptica. Así que, en realidad, su película no estuvo tan distante de lo que el pueblo judío ha dicho sobre el protagonista del Diluvio.
Pasa algo parecido con esta película sobre el Éxodo. La beligerancia de Moisés y los hebreos parece ser ajena al texto de la Biblia tal y como lo conocemos, pero al respecto hay mucho que comentar (más de lo que pareciera a simple vista), y lo haremos en una entrega próxima.
Hay que mencionar que Ridley Scott no es judío, y tengo la impresión de que para esta película no se consultó a las fuentes judías antiguas (como en el caso de Darren Aronofsky en Noah), aunque será después de que la vea que haga mis observaciones al respecto.
Lo interesante es esto: la narrativa del Éxodo es muy compleja, y no se puede simplemente decir que “las cosas no fueron como la película las plantea porque la Biblia dice otra cosa…”.
Recordemos algo: el relato del Éxodo ciertamente proviene de una etapa muy antigua, y fue parte de la memoria histórica del Reino de Israel desde el siglo X AEC. Pero LA REDACCIÓN definitiva sólo vino hasta finales del siglo VI AEC o inicios del siglo V AEC. Es decir, unos 800 años después de los factibles acontecimientos del Éxodo.
Hay que tomar en cuenta que los redactores finales de este libro no fueron historiadores profesionales en el sentido moderno de la palabra, y que tampoco contaron con fuentes documentales completas para su trabajo, y además es seguro que mucho del acervo histórico del antiguo Israel fue destruido por los babilonios hacia el año 587 AEC.
En consecuencia, lo primero que tenemos que considerar es que el Éxodo, tal y como lo conocemos, ES LA RECONSTRUCCIÓN de una narrativa que se vio afectada por una invasión extranjera.
Más aún: en el momento en que esta reconstrucción se hizo -los días de Ezra el Escriba-, el pueblo judío estaba, literalmente, viviendo otro Éxodo en el que amplios contingentes de población estaban regresando de Babilonia para reestablecerse en Judea.
Fue un proceso extraño: en el año 539 AEC, Ciro el Grande conquistó Babilonia y la condición de los exiliados judíos cambió repentinamente, gracias a la tolerancia política de los persas. El propio Ciro decretó que todos los exiliados podían regresar a su lugar de origen, pero la evidencia arqueológica ha demostrado que no hubo una respuesta inmediata.
También se ha demostrado que para ese momento muchos judíos estaban bien asentados en Babilonia, y tenían prósperos negocios. En parte, eso explica por qué no hubo una respuesta pronta a la autorización de Ciro para restablecerse el país.
En realidad, el proceso de reconstrucción de Judea comenzó hasta el siglo V AEC, bajo el liderazgo de personajes como Ezra, Nehemiah y Zerubabel.
Ese fue el contexto en el que se restauró el relato del Éxodo, y es obvio que al hacerlo, los escribas que trabajaron bajo la dirección de Ezra tuvieron en mente que se estaba viviendo un nuevo retorno a la Tierra Prometida, y que había que darle al pueblo judío buenas razones para comprometerse con este proyecto de reconstrucción nacional.
Entonces, entendamos que antes que nada, el Éxodo es un libro que tiene como objetivo explicar no el Éxodo de Moisés que sacó a los judíos de Egipto, sino explicar el Éxodo de Ezra que sacó a los judíos de Babilonia.
Con esto no me refiero a que en vez de “Egipto” tengamos que leer “Babilonia”, o a que en vez de “Faraón” tengamos que leer “Nabucodonosor”. Me refiero a las ideas esenciales: un pueblo esclavizado y sin esperanza que atestigua cómo, en el momento de mayor esplendor, un imperio orgulloso y prepotente se desmorona sin poder evitar la libertad de aquellos que había subyugado, y cómo estos últimos pueden tardarse varias décadas en llegar a su destino final, sin que eso signifique un abandono por parte de D-os. La Tierra Prometida allí está, esperando pacientemente la llegada de sus hijos exiliados.
De hecho, la genialidad del relato del Éxodo es que se trata de una narrativa hecha de tal modo que recupera todos los arquetipos obligados para esta historia de redención. Gracias a ello, no sólo tuvo la capacidad de darle sentido existencial al Éxodo que estaban viviendo los judíos en el siglo V AEC al regresar de Babilonia, sino que además le dio sentido a la memoria histórica que conservaban acerca del Éxodo de sus ancestros en Egipto. Pero se logró más: darle sentido a todos los Éxodos que el pueblo judío tuvo que soportar posteriormente, y por eso la lectura de la Hagadá de Pesaj (Relato de Pascua) se estableció como el eje alrededor del cual se celebra cada año esta festividad.
Se trata, entonces, de un relato -el bíblico- que va mucho más allá de lo que pudo suceder en el antiguo reino de los faraones.
Por ello, el relato se puede dar el lujo de ciertas ambigüedades e imprecisiones. A muchos puede parecerle escandalosa la idea, pero véanlo de este modo: si el Éxodo narrara con lujo de detalles y precisión absoluta lo acontecido en Egipto, su significado quedaría prácticamente limitado a lo que sucedió en Egipto. Podrían sacarse algunas lecciones morales o sentimentales, pero no más de las que hoy en día podemos obtener del relato de cómo Miguel Hidalgo dio el famoso “Grito de Dolores” para comenzar la sublevación que trajo la independencia a México.
En cambio, cuando empiezan las imprecisiones y ambigüedades, se abre la posibilidad de ubicar el relato en más y más variados contextos que el antiguo Egipto.
Por ejemplo: la Biblia es muy precisa al darnos los nombres de muchos reyes enemigos de Israel. Se menciona a Nebucadrezar (Nabucodonosor), a Sanjerib, o hasta al Faraón Necao.
¿Por qué el relato del Éxodo no da esta precisión? Sólo nos habla de “Paró” (Faraón, en hebreo), pero no nos dice más de él. La respuesta es simple: si nos hubiese dado el nombre, el relato habría quedado circunscrito a esa época y ese lugar. En cambio, gracias a la ambigüedad, Paró es la imagen de cualquiera -o de todos- los tiranos que han oprimido a una nación.
Otra: los israelitas huyen de Egipto cruzando el Yam Suf, que tradicionalmente se traduce como Mar Rojo, pero que más probablemente significa Mar de las Cañas. No hay precisiones exactas sobre el lugar concreto (y es extraño: tratándose de un evento de tal magnitud, sería lógico que el texto bíblico las diese). ¿Por qué? Porque de ese modo el Yam Suf puede ser cualquier lugar, puede simbolizar cualquier mar que parezca estorbar la ruta hacia la liberación.
De Moisés tampoco se dan demasiados detalles: salvado de morir en la infancia, educado en la corte de Faraón, mata a un egipcio por defender a un hebreo, huye a Madián y se casa. Y sólo a partir del episodio de la zarza ardiente empiezan los detalles sobre su vida. Pero, hasta ese punto, esa es toda la biografía de Moisés.
Por esa razón, el Éxodo ha representado un severo problema en términos de historicidad. Es muy fácil decir que “la arqueología ha demostrado la exactitud del Éxodo”, o que “la arqueología ha demostrado que todo es un mito”. En realidad, la arqueología no está en condiciones directas de demostrar nada -ni a favor ni en contra- porque no estamos hablando de una narración inmediata, sino de un relato cuya versión final se elabora 800 años después de los pretendidos eventos.
Eso, obligatoriamente, nos exige reflexionar el tema desde otros ángulos.
Tomemos como punto de partida esta película que apenas voy ir a ver, y aprovechemos sus aparentes digresiones para ir explicando por qué el asunto es más complejo y fascinante de lo que parece.
Por lo pronto, en la próxima nota explicaré uno de los pocos hechos históricos respecto a los cuales no podemos tener ninguna duda: Ramsés II NO ES EL FARAÓN DEL ÉXODO.
Y en una tercera nota explicaremos por qué la imagen de un Moisés subversivo y un pueblo hebreo levantado en armas no es algo nuevo ni extraño.
Se los aseguro, queridos lectores: es un tema fascinante y complejo.
Estén pendientes.
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