LAURA IBARRA
Llegó a México en 1941, sin recursos, sin dinero, sin conocer el idioma. Su mayor preocupación era que solamente tenía un pantalón: el que llevaba puesto en el largo viaje en el barco que lo trajo desde el viejo continente, el Serpa Pinto. ¿Qué haría cuándo tuviera que enviarlo a la tintorería? Era Paul Westheim, uno de los alemanes que vinieron a México, huyendo del régimen nazi. Había conseguido escapar del terror fascista, gracias al pasaporte que le expidió el cónsul mexicano en Marsella, Gilberto Bosques. El valor, la inteligencia y la personalidad de este diplomático mexicano le salvaron la vida a miles de españoles, alemanes, italianos, etc. Su historia merece ser contada, en momentos en que el valor civil empieza a ser revalorado.
El 31 de enero de 1933 Adolf Hitler ascendió al poder. La violencia y las persecuciones del régimen nazi en Alemania desencadenaron un éxodo, sobre todo de judíos. Pero también de perseguidos políticos, artistas o científicos. En esos años, el destino de los perseguidos de España y Alemania se unió de una manera muy particular con México. El secretario republicano de guerra español, Juan Negrín, logró reunirse en Tampico con el presidente de la República, General Lázaro Cárdenas. Ahí obtuvo el compromiso firme de que México acogería a los combatientes republicanos en caso de su derrota. Un panorama esperanzador, pues todo indicaba que ningún país los recibiría y que en España serían ejecutados. Lázaro Cárdenas nombró entones a Gilberto Bosques como Cónsul General en Francia, con amplias facultades para aplicar su criterio en las decisiones a tomar. Bosques arribó a París el 1 de enero de 1939.
Pocos meses después, la Guerra Civil Española terminó con la derrota del ejército republicano. El régimen de Franco liquidaba a todos sus oponentes, civiles y militares, durante y después del establecimiento de la dictadura. Los sobrevivientes de los batallones intentaban con desesperación salvar su vida internándose en territorio francés.
Sin embargo, después de cruzar la frontera fueron encerrados en campos de prisioneros por un gobierno que se rehusaba acoger a aquella masa de refugiados. Francia improvisó 31 campos de internamiento, 16 cárceles y 10 hospitales para los extranjeros, incluyendo a mujeres y niños, extranjeros residentes en Francia y personas de distintas organizaciones políticas, considerando a todos como enemigos. Después del ataque alemán a Francia en 1940 ocurrió una segunda ronda de internamientos y el número de campo se multiplicó, al disponerse de fábricas abandonadas, molinos, auditorios deportivos,
El compromiso de México para conceder asilo a los republicanos españoles no era restrictivo y se extendía también a los integrantes de las Brigadas Internacionales que no podían regresar a sus países de origen, pues estos habían sido ocupados por el ejército nazi. Aproximadamente 5,000 alemanes lucharon en el frente republicano. Una buena parte de ellos murió en las batallas, otros fueron ejecutados por los militares franquistas después del fin de la guerra. Otros más perecieron en los campos de concentración del régimen nazi a donde fueron llevados junto con españoles y austriacos. Una minoría de alemanes integrantes de las Brigadas Internacionales logró sobrevivir, al obtener refugio en México. Lo mismo que una buena cantidad de perseguidos políticos que lograron huir a Francia de la persecución nazi. Sin embargo, esto no fue fácil. En Marsella, Gilberto Bosques se topaba con la dificultad de documentarlos para su entrada a México, pues muchos de ellos carecían de cualquier documento. Los austriacos ni siquiera tenían patria, pues Austria no existía como país después de su anexión a Alemania. Cierto número de combatientes alemanes y austriacos habían obtenido la nacionalidad española, pero no todas las instancias reconocían el estatus de “español nacionalizado”.
Marsella fue convirtiéndose paulatinamente en el centro de reunión de todos aquellos que buscaban desesperados huir de las persecuciones nazis y fascistas. Miles de personas acudían a las oficinas francesas y a las embajadas extranjeras para obtener los múltiples permisos para salir de Francia, de transitar a otro país o de asilarse. Para viajar a México, por ejemplo, era indispensable obtener una visa de tránsito para Estados Unidos. El trámite para cada uno de estos permisos requería llenar una serie de requisitos y debido a que cada trámite tomaba cierto tiempo y los documentos tenían una validez muy corta, los refugiados debían emprender enormes esfuerzos para lograr que los permisos coincidieran. Si en el transcurso de algún trámite vencía otro, debían volver a empezar. Además de estas dificultades había que conseguir pasajes para uno de los pocos barcos que aún se aventuraban a cruzar el Atlántico, vigilado y amenazado por los submarinos alemanes. Mientras los países del nuevo continente se encerraban tras una valla de visas y sellos, México abrió sus puertas para muchos de los amenazados. Hay que mencionar que nuestro país fue el único que permitió que las causas humanitarias determinaran su política y no exigió condiciones para conceder el ingreso al país, como la posesión de determinado capital, lazos de parentesco o pertenecer a ciertos grupos profesionales.
En Marsella, los diplomáticos mexicanos dedicaron todos sus esfuerzos a ayudar a los refugiados, sobre todo republicanos españoles, antifascistas alemanes y austriacos, así como a judíos. Todos perseguidos por la policía, los militares y los servicios secretos franceses, españoles y alemanes. Gilberto Bosques organizó albergues, principalmente en dos castillos en mal estado que rentó en Marsella y puso bajo la protección diplomática, protegió a personas buscadas, firmó miles de visas y acompañó a los refugiados más amenazados hasta la pasarela de acceso a los barcos.
Fuente:milenio.com
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