DAVID MANDEL
Itzjak Shamir, quien fue Primer Ministro de Israel, solía decir que los polacos absorben el antisemitismo con la leche materna. Si sustituimos la palabra “polacos” por una más general, “europeos”, estaríamos describiendo una realidad que se originó hace dos milenios y perdura hasta hoy.
El antisemitismo es el odio más antiguo y más persistente en la violenta y trágica historia de la humanidad. Tal como dice el título que el Profesor Robert Wistrich dio a su obra magistral, “Obsesión Letal”, el antisemitismo acarrea terribles consecuencias, no para el que adolece de ese problema psiquiátrico, sino para quien es objeto de esa obsesión.
Los romanos, antes de la época cristiana, no sentían antipatía hacia los judíos. Las costumbres judías, (celebración del sábado, circuncisión y los tabús referentes a la comida), eran comentadas en forma risueña. El cese del trabajo en el día sábado era considerado, con tolerancia, como demostración de flojera. El hecho de no comer carne de cerdo, uno de los platos preferidos de los romanos, era tema de bromas.
El antisemitismo nació con el cristianismo. Los creyentes de la nueva religión, al ver que los judíos no reconocían la divinidad de Jesús, les atribuyeron la responsabilidad por su muerte. La acusación de deicidio justificó el trato que los judíos recibieron durante muchos siglos: masacres, expulsiones, conversiones forzosas y autos de fe.
Con la llegada de la Revolución Industrial a principios del Siglo XIX, la religión empezó a perder su influencia. Los judíos salieron del gueto y se adaptaron con éxito a la cultura que prevalecía en Europa. La acusación de deicidio perdió importancia, y el virus del antisemitismo tuvo una mutación: de religioso se volvió social y económico. Los judíos fueron acusados por la izquierda de ser capitalistas explotadores de la clase trabajadora, y por la derecha de ser comunistas y anarquistas.
El Siglo XX, un siglo en el cual la ciencia y los científicos asumieron la importancia que antes correspondía a la religión y a los clérigos, fue testigo de una nueva mutación. Los antisemitas inventaron un pretexto pseudo científico, según el cual los judíos eran una raza que contaminaba la pureza de la “raza aria”. El resultado fue la matanza de seis millones de judíos a manos del criminal y demente régimen nazi, cuyo objeto fue convertir a Europa en un continente judenfrei, limpio de judíos.
Los pretextos de religión y raza usados por los antisemitas para respaldar su prejuicio cayeron en desuso. En el Siglo XXI, debido a que la principal manifestación del pueblo judío es el Estado de Israel, el antisemitismo se expresa como “anti-sionismo”. El pecado que hoy no se perdona a los judíos es tener un Estado. Los judíos ya no son condenados por ser deicidas. Hoy son condenados por ser “genocidas”, “colonialistas”, “practicantes de apartheid”. El hecho de que esas acusaciones son absurdas y no tienen ninguna relación con la realidad no impide que los antisemitas las proclamen abiertamente.
El Profesor Alan Dershowitz, de la Facultad de Leyes de la Universidad de Harvard, ha declarado que la creencia de que el Holocausto fue obra sólo de los nazis, ayudados por colaboradores polacos, ucranianos, lituanos, latvios, es un mito La realidad es que, sin la entusiasta cooperación de franceses, noruegos, suizos, belgas, austriacos, holandeses y otras naciones europeas, en la búsqueda y deportación de judíos a los campos de exterminio, los nazis no habrían logrado matar a tantos millones.
Por lo tanto, concluye Dershowitz, no debemos sorprendernos de que el antisemitismo de hoy en Europa, tanto de la población como de los gobernantes, está empezando a sobrepasar los niveles de odio y prejuicio anti-judío que caracterizaron a la década de los ’30 del siglo pasado. La reacción de los judíos, especialmente en Francia, es emigrar, la mayoría a Israel, algunos a otros países.
El sueño de Hitler, una Europa judenfrei, está en camino de cumplirse.
Traducción: Silvia Schnessel
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