DAVID M. WEINBERG – Lo llamaron “Miércoles Negro”. Hace unos días, el Parlamento Europeo proclamó su apoyo para el reconocimiento de un Estado Palestino. Lo mismo hizo el Parlamento de Luxemburgo, depués de que lo habían hecho los parlamentos portugués, francés y sueco. Al mismo tiempo, las Altas Partes Contratantes de la Cuarta Convención de Ginebra se reunieron en Suiza para condenar a Israel -apenas la tercera vez que los firmantes se reunen desde 1949, y en cada ocasión sólo ha sido para hablar de Israel-. Y el Tribunal de la Unión Europea eliminó a Hamas de la lista de organizaciones terroristas.
Ahora el Consejo de Seguridad está a punto de adoptar una resolución propuesta por la Autoridad Palestina que exige la retirada israelí de Cisjordania dentro de dos años. Inicialmente, el secretario de Estado estadounidense John Kerry se negó a decir si los EEUU vetarían esto.
Expertos y políticos de izquierda están hechos un manojo de nervios, advirtiendo que estas iniciativas deben disparar “las ruidosas campanas de las alarmas” en Jerusalem. Es un “tsunami diplomático”, dicen. Y yo digo: Nu, ¿y qué?
Así que nos condenan. Así que “reconocen” al supuesto Estado Palestino. Nu, ¿y qué? Ya hemos estado allí. Israel superará esta ronda de condenas también esta vez.
Israel y el mundo judío se preocupan demasiado de resoluciones vacuas que se pronuncian ceremoniosamente sobre los derechos políticos de los palestinos. Tenemos que recordarnos a nosotros mismos el mordiente rechazo del primer ministro David Ben-Gurion sobre la opinión y las instituciones internacionales. “Um shmum” era su cancioncilla desdeñosa, un juego de palabras que utiliza el acrónimo hebreo de la ONU y el argot israelí para nulidad. “Oom” (la ONU) es “shmoom” (insignificante).
Ben-Gurion luego agregó que lo que cuenta es lo que los judíos hacemos, no lo que dicen los demás.
Lo que cuenta es la aliá (migración de judíos a Israel), la tasa de natalidad en Israel, que la construcción comienza en Jerusalem, la fuerza de nuestros militares, el tono y el tenor de nuestras instituciones educativas, culturales y legales, el tejido judío y democrático de nuestra sociedad, la profundidad de nuestra fe y la lealtad a los principios judíos y sionistas. Eso es lo que realmente cuenta.
Todo lo demás -nuestras relaciones exteriores y diplomáticas y nuestra posición en la comunidad internacional- caerá en su sitio si nosotros los israelíes estamos unidos y confiados en nuestro credo.
Dicho esto, es evidente para cualquier ciudadano o estadista israelí en su sano juicio que Israel no tiene por qué provocar innecesariamente la indignación del mundo, ni desdeñar la importancia de mantener relaciones decentes con los gobiernos de Washington, Ottawa, Londres, París, Bonn, Moscú y más. No es cómodo estar en esta situación. No se puede negar que el peso acumulado de todas estas resoluciones hostiles es corrosivo para la posición de Israel.
Por lo tanto Israel no puede desechar insensiblemente la opinión internacional. “Um Shmum” no debe ser el enfoque de Israel. Pero tampoco tiene por qué obsesionarse con la preocupación por los acontecimientos recientes. No debe ir corriendo a esconderse en pánico porque unos pocos parlamentos extranjeros le echaron una mano a la campaña del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, para desplazar el conflicto palestino-israelí desde la sala de negociaciones hacia la sala de la corte.
Vale la pena recordar que los judíos no han gustado durante varios miles de años. Nuestro esfuerzo colectivo para construir un Estado Judío no le ha gustado a nadie. El mundo se ha opuesto a las políticas diplomáticas y de seguridad israelíes centrales a todo lo largo de la existencia de este país, desde el principio. Sin embargo, Israel ha sobrevivido a todas las condenas y amenazas de aislamiento.
El Departamento de Estado reprochó a Israel por la captura de Galilea y el Negev en 1948. La ONU condenó a Israel por invadir el Sinaí en 1956. Condenó la “agresión” de Israel en 1967, y criticó la reunificación de Jerusalem. Se rastrilló a Israel sobre las brasas por la anexión de los Altos del Golán. Se nos fulminó contra el bombardeo del primer ministro Begin al reactor nuclear iraquí. Etc., etc., etc. Estados Unidos, por cierto, fue parte de todas estas condenas.
La ONU y otros organismos internacionales nos han acribillado por el asesinato del principal terrorista de la OLP Abu Jihad y muchas otras operaciones críticas antiterroristas en el extranjero. Esto incluye la prohibición israelí de envíos de armamento estratégicos de Irán a ejércitos islámicos en nuestras fronteras norte y sur. La ONU ha dado un cachetazo feliz censurando a Israel por defenderse de Hezbollah -en la primera y segunda guerras del Líbano-, y en las operaciones contra Hamas en Gaza en 2009, 2012 y 2014.
La ONU condena a Israel por su anualmente (informada) capacidad de armas nucleares, y fustiga a Israel por unos cuantos otros males inventados (desde el robo de agua palestina a la destrucción de la arqueología palestina). La Corte Penal Internacional declaró ilegal la valla de seguridad.
En general, el Consejo de Seguridad de la ONU ha adoptado más de 150 resoluciones anti-Israel desde 1967. Estados Unidos vetó otras 50.
Nu, ¿y qué? Nada de esto debería ser ninguna sorpresa.
En cuanto a la actual campaña diplomática contra Israel: la internacionalización del conflicto y la criminalización de Israel siempre fue una estrategia central palestina, y Mahmoud Abbas ha hecho de esto la pieza central de su década como dictador palestino. Él decidió hace más de cuatro años abandonar la pista de negociaciones serias con Israel, y en lugar de eso maximizar la ventana de la gracia que tiene con el presidente estadounidense Barack Obama para aumentar la presión internacional sobre Israel.
Pero, por supuesto, nada de esto llevará a los palestinos muy lejos, a pesar de lo desagradable que resulta para Israel. Ninguna serie de resoluciones internacionales condenatorias cambiará la realidad sobre el terreno. Y la realidad es que no puede haber soberanía para los palestinos sin una cooperación israelí negociada, y menos aún sin la disposición palestina para hacer concesiones.
No hay mini-estado o maxi-autonomía para los palestinos (que es realmente de lo que estamos hablando) sin el control general de la seguridad de Israel en toda la zona oeste del río Jordán -y esto requiere una presencia militar israelí fuerte y permanente en todas las áreas de la Ribera Occidental y en las fronteras-. No es posible un estado palestino sin circunscribir las demandas palestinas maximalistas por una división de Jerusalem o el regreso de los refugiados. No puede haber un Estado palestino sin compromiso sobre los asentamientos, y sin el reconocimiento palestino de Israel como el hogar nacional del pueblo judío
Por desgracia, las resoluciones de la ONU y las europeas que se pronuncian sobre los contornos y los calendarios para un Estado palestino sin tomar en cuenta estas realidades, sólo endurecen la resistencia de Abbas (y Hamas) para hacer el tipo de concesiones que se requieren para la paz. Por el contrario, tal sensacionalismo diplomático sólo envalentona y radicaliza a los palestinos, y desplaza los acuerdos realistas muy lejos.
Y, lamentablemente, obliga a los israelíes a decir “um shmum”.
Traducción: Silvia Schnessel
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