IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Abba Eban, ex-canciller israelí, acuñó la frase que mejor ha descrito a los árabes palestinos: son personas que no pierden la oportunidad de perder una oportunidad.
Esta semana volvimos a ver un ejemplo perfecto de ello. Y para entender la magnitud de los equívocos palestinos, hay que tomar en cuenta varios factores que, en los días pasados, habían confluido.
El primero es el hecho indiscutible de que la política de Obama ha sido abiertamente anti-israelí, lo que automáticamente la hace pro-palestina. Nunca en la historia los palestinos habían tenido una situación tan cómoda con los Estados Unidos, ni un apoyo indirecto tan fuerte gracias a un gobierno norteamericano siempre dispuesto a presionar a Israel, y totalmente displiscente con los grupos terroristas árabes.
El segundo es la constante bien conocida del anti-israelismo -en realidad, antisemitismo- europeo. Para la Unión Europea no hay demasiado que discutir: la única solución al conflicto mundial es el conflicto entre palestinos e israelíes, y la única solución a este conflicto consiste en que Israel ceda en todo sin importar que los palestinos no se comprometan en nada.
La tercera resultó ser una situación concreta derivada de lo anterior: en las últimas semanas, varias naciones europeas votaron en sus parlamentos el reconocimiento de Palestina como un Estado. No fueron decisiones vinculantes, sino meramente simbólicas. Pero ello no le quitaba lo significativo. La lógica de esas naciones es que Israel se verá presionado a negociar la paz si tiene que hacerlo con una entidad equivalente (otro Estado). De nada sirvieron las quejas de Israel respecto a que los que no querían negociar eran ellos, los palestinos, y que este tipo de apoyo sólo los radicalizaban en sus posturas.
La cuarta vino a ser una exageración de este último punto: la directiva de la Convención de Ginebra solicitó la presencia de todos los Estados adherentes, con el fin de analizar la “violación a los Derechos Humanos” por parte de Israel. Es apenas la tercera vez que desde 1949 se convoca a todos los países integrantes de la Convención, aunque resulta que todas, sin excepción, han sido para fustigar a Israel.
La quinta fue más abstracta, pero no por ello menos real: la Segunda Corte de la Unión Europea dictaminó que el procedimiento mediante el cual se había definido a Hamas como “organización terrorista” había sido deficiente, y en consecuencia lo canceló. Se trató de un asunto meramente técnico, pero en los medios la noticia se solventó como “la Corte declara que Hamas no es una organización terrorista”, y el grupo palestino aprovechó el momento para hacerse propaganda y presentar el punto como una victoria legal y diplomática.
La sexta llegó desde el propio Israel: Netanyahu llevó a la Knesset un controvertido proyecto de ley para declarar formalmente a Israel como Estado Judío, y la oposición del centro-izquierda se fue contra él con todo. En el punto climático de la crisis, Yair Lapid y Tzipi Livni fueron removidos de sus cargos y Netanyahu no tuvo más remedio que solicitar la disolución del parlamento para convocar a nuevas elecciones.
Dicho en otras palabras, el momento no podía ser peor para Israel: una crisis política interna aderezada con golpes provenientes de todos lados en el panorama internacional.
Bien: fue en este contexto que los palestinos se animaron a llevar ante el Consejo de Seguridad de la ONU una propuesta de resolución para ponerle fin al conflicto con Israel.
Parecía que lo tenían todo para anotarse otra victoria, pero… nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad.
El texto fue presentado al Consejo de Seguridad por Jordania, que este año es uno de los miembros temporales.
Ahora sabemos que, desde un inicio, Jordania no quería hacerlo. ¿La razón? El texto palestino era una barbaridad. Si al final de cuentas lo hizo, fue sólo porque el cabildeo palestino había logrado que los demás países árabes presionasen a Jordania.
Estados Unidos, por su parte, en un principio había advertido a Israel que esta vez no diera por seguro un veto en el Consejo de Seguridad, lo que equivalía a una amenaza de que en esta ocasión Israel tendría que someterse al criterio -anti-israelí por antonomasia- de la ONU.
Sin embargo, apenas unas pocas horas de que el texto de la propuesta palestina se empezó a conocer, los Estados Unidos anunciaron abiertamente que no darían su apoyo a la causa. Otras voces europeas asumieron la misma postura.
¿Por qué? Ya se dijo: el texto palestino era una barbaridad descarada. Exigía, pero no ofrecía nada a cambio. En términos simples, era una petición para que la ONU le pidiera a Israel una rendición incondicional, algo tan absurdo como improbable.
Cierto que la ONU es anti-israelí, y cierta también que la administración Obama es exactamente igual. Pero la política se tiene que hacer dentro de los parámetros “correctos”, y en esta ocasión dichos parámetros fueron vapuleados y pisoteados por los palestinos.
Además, la situación para Obama ya no es tan sencilla: el próximo congreso estará dominado por los republicanos, y el presidente va a necesitar llevar la fiesta en paz con ellos para poder conservar y afianzar su más reciente éxito diplomático (acaso el único de sus casi siete años en el poder) con Cuba. En consecuencia, Obama y Kerry se plegaron hacia lo razonable: retirar el apoyo a los palestinos.
¿Qué es lo que sucede? ¿Realmente habría que pensar que los palestinos son tontos o incompetentes?
Es difícil. No estamos hablando de un error “normal”, fruto de un mal cálculo político (algo que le ha pasado a todo mundo). Estamos hablando de una equivocación garrafal, descomunal, que anula el buen momento político que tenían, las ventajas que por todos lados les habían llegado.
En realidad, parece más bien que es una vocación. Que ellos NO QUIEREN encontrar una solución a la problemática, que ellos son los que no quieren que la negociación termine y consigan, por fin, su Estado.
No es tan irracional. Hay varias razones que apoyan esta idea.
La primera es que los palestinos saben que no están en condiciones para sustentar un Estado. De entrada, la división entre Al Fatah (Autoridad Palestina) y Hamas garantiza que el Estado Palestino se inauguraría con una guerra civil, de la que muy probablemente saldría triunfador Hamas.
La segunda es que el establecimiento de un Estado Palestino implicaría la aceptación de que a su lado existe el Estado de Israel, algo que muchos palestinos se niegan a reconocer. En la visión de esta gente educada en el modelo de Yasser Arafat, la lucha no es por lograr un Estado propio conjunto al de Israel, sino por destruir Israel y que toda su infraestructura sirva para darle forma al Estado Palestino.
La tercera es que la creación del Estado Palestino automáticamente eliminaría el estatus de “refugiados” que los palestinos han tenido durante casi setenta años. Y parece que eso los incomoda bastante: se perderían los apoyos internacionales que llegan por medio de la UNRWA (la agencia de la ONU creada para atender a los “refugiados” palestinos), pero además se perdería una de las cartas que mejor han sabido utilizar para chantajear al mundo.
La cuarta es técnica, pero no menos peligrosa: ya estructurados como Estado, los palestinos tendrían que plegarse a la legalidad internacional y no es algo en lo que lleven ventajas. Con mucha facilidad quedarían expuestas sus prácticas corruptas así como sus estrategias terroristas. Parece mentira, pero sujetos a la condición de “estado”, sería más difícil defenderlos y “cuidarlos”.
El problema concreto de Mahmoud Abbas es que no puede llegar al punto crítico para fundar el Estado Palestino. Si lo hace, tiene que decidir entre aceptar o rechazar la existencia de Israel, y cualquier decisión que tome lo hace perder: si lo rechaza, perdería el apoyo internacional; si lo acepta, Hamas y la mayoría de los palestinos van a pedir su cabeza. O la van a hacer rodar.
Por eso, todo parece indicar que Abbas está jugando al burócrata: dilatar la situación lo más posible hasta llevarla otra vez al punto donde no pasa nada, donde nadie le exige nada, donde a nadie le importa nada.
Para muchos palestinos eso es cómodo: en su estatus de “refugiados”, muchas organizaciones y muchos países continúan manteniéndolos.
El problema es que es obvio que esta es una situación insostenible y, tarde o temprano, se va a llegar a un punto crítico.
Mi ominosa sospecha es que el resultado va a ser SIN Estado Palestino. No porque Israel construya asentamientos, no porque las Fuerzas de Defensa de Israel bombardeen la infraestructura terrorista de Hamas, no porque gobierne la derecha en Jerusalén.
Simplemente, porque los palestinos no quieren asumir las responsabilidades que significa tener, ser un Estado.
No quieren el Estado Palestino.
Me hacen sentir que son como esos muchachos de adolescencia prolongada que se rehusan a dejar su condición de niños o pubertos, porque no quieren enfrentarse a sus nuevas responsabilidades como adultos. Claro, no me imagino a un muchacho de 16 o 17 años a punto de llegar a la mayoría de edad, pero queriendo ser tratado como crío de 11 o 12.
Me imagino más a alguien como el personaje que describe Fernando Delgadillo, un trovador mexicano, en su canción El Rag de las Tres: “aquí en la casa nadie me comprende; quisieran que me fuera a trabajar, pero yo sé que con mis treinta y nueve todavía tengo derecho a estudiar. Sí, he estado pensando en meterme a estudiar…”
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