ESTHER SHABOT
Excepto por el caso de Túnez, los escenarios siguen siendo preocupantes y cargados de gran incertidumbre.
Continuando con el balance del año que terminó, puede decirse que excepto por el caso de Túnez, donde recientemente se celebraron elecciones en las que con un aceptable grado de tranquilidad y mediante procesos relativamente democráticos se definió un nuevo gobierno, en el resto de los países árabes en los que las protestas populares de la llamada Primavera Árabe derrocaron añejos gobiernos dictatoriales, los escenarios siguen siendo preocupantes y cargados de gran incertidumbre.
Mientras que Libia está enfrascada en luchas tribales en las que el caos es el signo dominante porque ni siquiera existe un solo gobierno capaz de funcionar como tal, Egipto, después de la caída de Mubarak y del posterior golpe que destituyó a Mohamed Mursi, vive un periodo de mano dura a cargo del nuevo gobierno encabezado por el presidente Al-Sisi. Éste ha reinstalado muchos de los mecanismos de control típicos de la era Mubarak, ha reprimido sin reservas a los opositores políticos y ha emprendido una lucha abierta contra las fuerzas yihadistas que se mueven en el Sinaí. De igual modo, y aunque se posicionó como negociador central para poner alto a la reciente guerra entre Israel y el Hamas, Al-Sisi desconfía profundamente de esta agrupación palestina a la que ve como aliada de la Hermandad Musulmana de Mursi. Por ende, no prevalece ninguna colaboración entre Egipto y el Hamas, sino más bien una declarada rivalidad.
Por su parte, Líbano parece no encontrar salida a su peculiar y vieja crisis de gobernabilidad. La fragmentación étnica, religiosa y política que caracteriza a este país se ha exacerbado aún más con la guerra civil de Siria, la cual ha trasladado sus rivalidades a su vecino libanés sobre todo a raíz de la activa participación que el Hezbolá, uno de los componentes más importantes de la sociedad y la política del país de los cedros, está teniendo en los combates en Siria con el fin de reforzar a su gran aliado, el régimen de Bashar al-Assad.
Y habría que decir que no sólo Líbano está afectado por la guerra en Siria y por los avances del ISIS en Irak. Jordania y Turquía, en su calidad de vecinos regionales, han sido objeto de una avalancha de cientos de miles de refugiados con la carga que ello implica, además de que la amenaza de infiltración de los yihadistas del ISIS les significa un factor enormemente desestabilizador. Por añadidura, en Turquía el régimen de Erdogan, con sus polémicas medidas islamizantes que han recortado libertades democráticas importantes, registra un descontento popular creciente.
Por otra parte, es innegable que los países árabes del Golfo miran con gran preocupación los acercamientos que se han registrado entre Irán y Occidente. De hecho, la inundación del mercado del crudo promovido por esos gigantes petroleros —con el consecuente derrumbe de los precios del energético— constituye, entre otras cosas, un mecanismo para debilitar a Teherán y recuperar presencia política.
Y en cuanto al conflicto israelí-palestino, 2014 fue un muy mal año. Las pláticas de paz promovidas por Kerry fracasaron, una guerra de 50 días que causó grandes sufrimientos a la población civil se desarrolló entre Israel y el Hamas, además de que el distanciamiento entre el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina y el de Israel parece crecer día con día a raíz de la actual inexistencia de algún diálogo negociador. La celebración en marzo próximo de elecciones en Israel constituye un factor con potencial de cambios en cuanto a esa situación, siempre y cuando la naturaleza del gobierno que emerja de ellas sea de distinta orientación a la que caracteriza al régimen saliente encabezado porNetanyahu. Así las cosas, la incertidumbre, la violencia y los desafíos monumentales son hoy, más que nunca, el signo que marca a Oriente Medio, región de importancia capital para nuestro mundo globalizado.
Fuente:excelsior.com.mx
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