RUTH ATRI PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
Nacer, crecer, reproducirse, morir… falta más: realizarse, superarse, corregir, trascender.
Se dice que cada persona tiene su destino, que el mundo entero está sujeto a profecías, que el futuro ya está dicho, que todo lo que sucede es por alguna razón predeterminada.
Increíble paradoja es saber que mientras cada ser humano tiene su propio tiempo de progresar, aprender, madurar y fortalecerse, y que requiere pruebas de vida específicas, al mismo tiempo todos, por igual, tienen en su haber la misma gama de sentimientos y emociones, todos sufren, todos tienen miedo, todos tienen dudas y todos están en constante búsqueda.
Sería un tanto mezquino pensar que nuestro lugar en el mundo es cuestión de azar, tan desolador como vivir sin un porqué, sin objetivo, sin razón.
Tal cual tenemos un código genético, se dice que tenemos un plan divino escrito, es por eso que hay tantas cosas que nos toca vivir sin que tengamos elección, tales como el país donde nacemos, la familia, los vecinos y las costumbres que adquirimos en el hogar.
Posteriormente, las personas que se cruzan en nuestro camino también son mensajes claros de cómo debíamos conocerlas a ellas y no a otras.
Sin embargo, no tendría ningún sentido vivir una vida que ya está toda diseñada, como si fuéramos títeres de una novela totalmente concluida; lo cierto es que cada uno de nosotros poseemos una batuta para dar una dirección al material del que estamos hechos. El contar con información predeterminada nos ayuda a saber en dónde estamos parados, así como a guiarnos un poco hacia dónde caminar sin perdernos en el océano de posibilidades, para eso sirve nuestro destino, pero dicho destino deja renglones en blanco para que nuestra creatividad, talento, actitud, en resumen, nuestro libre albedrío pueda enriquecerlo y hasta modificarlo.
El destino proporciona oportunidades, nuestra voluntad es la única capaz de tomarlas o dejarlas.
El destino solo es un lazarillo que bloquea puertas inadecuadas, pero sólo si nos atrevemos a dar los suficientes pasos lo podremos descubrir.
El destino debe ser considerado como un trampolín, una herramienta, un punto de partida, no un manual terminado.
Tu destino es el principio, y el punto final lo pones tú.
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