IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Europa nunca ha necesitado grandes pretextos para incendiarse en guerras brutales. A veces, pareciera que los propios europeos quieren llegar a ese punto crítico por puro gusto. No aprenden de sus errores. Menos aún de su propia Historia. Y lo peor es que en el otro extremo están los islamismos radicales que se antojan ansiosos por dar ese paso del cual ya no hay regreso.
El presidente Francois Hollande, en un arrebato brillante, apareció para decir que se trata de un “atentado terrorista”. Sorprende tanta lucidez, porque en los recientes ataques -también en Paris- de árabes lanzando sus autos contra transeuntes al grito de “Allah es grande”, Hollande sólo atinó a decir que se trataba de gente “desequilibrada”.
Lo que estamos viendo es la expresión más brutal de un problema que viene afectando a Francia -y a toda Europa- desde hace décadas, y que muchos han señalado como una suerte de idolatría hacia el concepto de Derechos Humanos, mezclado con el atávico e inevitable antisemitismo de la sociedad europea.
Me refiero a esto: en el afán de preservar los ideales democráticos que fomentan el respeto a todas las culturas, muchas naciones europeas -pero sobre todo Francia- han sido tolerantes hasta lo inverosímil con los musulmanes extremistas que se han establecido en su territorio. Han querido ser complacientes y amables, bajo la premisa de que ellos tienen derecho a ser como son. El resultado es que durante décadas han dejado que muchas de estas comunidades funden en París microestados donde las leyes francesas no cuentan, y sólo se aplican los criterios marcados por los imames, algunos partidarios de un extremismo simplemente criminal.
Durante todo este tiempo los franceses han sido voluntariamente ciegos a esta realidad. Incluso, en el afán de complacer a estos contingentes musulmanes cada vez más amplios, han revitalizado su rancio antisemitismo tradicional, y el único grupo que se ha visto seriamente dañado, presionado, cuestionado e incluso obligado a abandonar el país, ha sido la Comunidad Judía local.
Se trata de una verdadera tara cultural europea: la injustificable convicción de que siendo complacientes con esos extremistas se logrará calmarlos. Exactamente el mismo error de Chamberlain que, en su afán de no llevar a Europa a la guerra, dejó que Hitler hiciera cuanto quisiese. Y todo, para de todos modos llegar a una confrontación bélica que terminó por ser la más terrible de todos los tiempos, con un saldo de 55 millones de muertos.
El islamismo extremista de hoy, al igual que el Hitler de antaño, no se va a detener. No les importa que los franceses les hayan sonreído durante décadas y hayan sido condescendientes con sus radicalismo. No. Lo quieren todo, y si nadie los para, no van a renunciar a su intento por someter Francia a la versión más intransigente de la Sharia (ley islámica).
La lógica de estos islamistas es simple: exijo respeto a mis costumbres, tradiciones y creencias, pero no estoy dispuesto a respetar absolutamente a nadie. ¿Por qué? Textualmente responden: porque la nuestra es la religión verdadera. No tenemos por qué ser amables con nadie. Lo único que debemos esperar de los demás es la sumisión.
Francia acaba de despertar y darse cuenta que el terror llegó a su territorio. La gente no sabe qué hacer. Las escuelas hoy están cerradas y las instrucciones son que todos se queden en sus casas porque hay dos terroristas armados sueltos en los suburbios. Y no son los únicos.
¿Qué significa? Que acaba de empezar una nueva época de terror en ese país. Y no nada más porque los atentados islamistas contra los ciudadanos y las instituciones francesas vayan a volverse más frecuentes, sino por algo peor. Algo de consecuencias que, todavía hoy, no podemos calcular.
El único grupo político que está ofreciendo un discurso que aborda este problema de manera directa y sin tapujos o complejos, es la extrema derecha representada por la familia Le Pen. Ya venían subiendo en las preferencias electorales, pero ante la evidente incompetencia e inutilidad de un gobierno socialista que siempre ha querido soslayar el peligro del islamismo, empieza a ser más probable que Marion Le Pen llegue al poder. Su insistencia en que hay que salvar a Francia empieza a tener cada vez más partidarios.
Le Pen tendría que enfrentarse al poderoso lobby pro-árabe en París, pero si gana las elecciones en 2017, tendrá una ventaja notable: todo parece indicar que el poderío económico emanado del petróleo árabe tiene sus días contados. Si, como muchos calculan, los Estados Unidos van a empezar a poner las reglas en los precios del petróleo ahora que pueden exportar sin impedimentos legales, los lobbys pro-árabes serán relegados poco a poco, y eso le va a dar una ventaja a Le Pen.
¿Cuál es el riesgo? Que su ascenso al poder sólo será un eslabón en el encumbramiento de los nacionalismos europeos que se van a sentir con la misión de salvar al continente de la invasión islámica.
Europa nunca ha necesitado grandes pretextos para incendiarse en guerras brutales. A veces, pareciera que los propios europeos quieren llegar a ese punto crítico por puro gusto. No aprenden de sus errores. Menos aún de su propia Historia. Y lo peor es que en el otro extremo están los islamismos radicales que se antojan ansiosos por dar ese paso del cual ya no hay regreso.
La conmoción con la que hoy despierta Europa tras este atentado se antoja como un parteaguas que señala el principio del fin, el arranque de una carrera lenta pero inevitable hacia la barbarie total, la ruptura de un equilibrio que ya no se va a recuperar.
Ya no sirve suponer que vivimos en una época avanzada, que tenemos valores pacifistas y democráticos. Alemania era el país con las leyes más avanzadas del mundo en 1900. Y de todos modos se vio inmerso en la I Guerra Mundial, y luego provocó la peor catástrofe en la historia de la humanidad.
Con sus acciones, los islamistas están pidiendo a gritos el arribo de las derechas extremas al poder en Europa, mismas que van a llegar con la misma consigna que los reyes medievales españoles: la reconquista. Y siempre que sea posible, la venganza (como en la guerra civil de la ex Yugoslavia).
Tengo la molesta sensación de que Europa ya no se va a detener en su viaje hacia un nuevo baño de sangre. El cómo y el cuándo no se pueden predecir, pero a juzgar por lo sucedido esta mañana, será el turno de Francia para ser un protagonista en un nuevo episodio de slavajismo humano.
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