Mi amigo de la prepa

JACOBO ZABLUDOVSKY

 

Su ingreso en 1945 a la vieja Escuela de Jurisprudencia cambió su destino. No sería, como su padre, plomero de la colonia Guerrero: los libros pudieron más que los sopletes y los cazos desfondados.

La petite histoire es a veces un recurso de la nostalgia. Acudo a ella para caminar San Ildefonso una vez más, quizá la última, y recoger en el fondo de la maltrecha memoria los retazos de un retrato personal con facetas del universo estudiantil de hace siete décadas.

A Ricardo se le puede juzgar por alguna de sus múltiples cualidades: amigo, compañero, maestro, consejero o vecino. El conjunto de sus intereses intelectuales, aficiones y obsesiones hacen de él un personaje que no sólo forjó su propia vida: ayudó a mejorar la de quienes han disfrutado su cercanía.

En 1943 entramos juntos al Bachillerato de Humanidades de la Escuela Nacional Preparatoria, dos años decisivos de nuestra trayectoria en la Universidad Nacional Autónoma de México. Su ingreso en 1945 a la vieja Escuela de Jurisprudencia cambió su destino. No sería, como su padre, plomero de la colonia Guerrero: los libros pudieron más que los sopletes y los cazos desfondados. El cambio fue tan violento que en el primer año de la carrera terminó convencido de un error, un desastre. La abogacía no parecía lo suyo hasta que en su segundo año un maestro descubrió su vocación: “Raúl Carrancá y Trujillo inculcó en mí el dulce veneno del derecho penal”, afirma Ricardo. El mejor alumno ingresa al bufete profesional del maestro y se convirtió en pasante. El maestro presentía, tal vez, que en ese alumno sembraba la semilla de un futuro maestro de derecho penal.

Su camino, el de mi amigo Ricardo, está hecho a base de una voluntad inquebrantable premiada con becas y estímulos que lo ayudaron a ser el mejor estudiante de su generación y de muchas otras: Diploma Cum Laude de la Universidad de Roma; doctor en Derecho de la UNAM, con mención honorífica. La lista de sus trofeos intelectuales, medallas, nombramientos y doctorados agotaría el espacio asignado a este recuerdo del compañero que ha salvado de la cárcel a clientes de fama mundial, defendiéndolos en francés, portugués, italiano y hasta español. Profesor de derecho penal en la UNAM desde 1954, maestro emérito y abogado litigante de una brillantez tal que sus casos, algunos de repercusión internacional, son ejemplos para nuevas generaciones de penalistas.

En Foro Jurídico, junio de 2010, narran aspectos de su pasión defensora.

Entre sus casos más importantes se encuentran: el del proceso a Sofía Bassi, por el homicidio del conde D’Acquarone, donde representó a la familia del occiso y logro la sentencia condenatoria. Se trata de un proceso histórico.

También destaca un caso de defensa legítima en el que estuvo involucrado un diplomático cubano que una vez acusado de homicidio podía optar por salir de México debido al fuero de inmunidad sin que por ello dejara de tener problemas con el gobierno al que representaba. Franco Guzmán lo convenció de renunciar al fuero (cuestión sin precedentes). Lo acompañó hasta la puerta de Lecumberri y tres días más tarde obtuvo la libertad absoluta de su cliente.

Defendió el caso de una mujer acusada de homicidio, en el que demostró el suicidio de su esposo por cinco balazos. Asimismo probó la defensa legítima de otra mujer también inculpada de homicidio, en el que la marca de un disparo en una viga fue elemento clave para alcanzar su libertad. Franco Guzmán es acucioso, detallista, perfeccionista, cuando se trata de atender un asunto, lo toma y lo trae consigo las veinticuatro horas.

Su paso como subprocurador general de la República ha quedado impreso en el libro: Un año en la procuración de justicia 1993, de Jorge Carpizo, en el que se reconoce su brillante intervención en el caso de Kaveh Moussavi.

Me abstengo de poner aquí, para impedir se agrave mi complejo de inferioridad, la increíble enumeración de cargos honorarios y distinciones académicas acumuladas por Ricardo. No entiendo cómo logró entregarse a los litigios, al magisterio y a aprender a bailar tango, todo al mismo tiempo.

Lo que las listas no incluyen como premio es la gratitud que sus condiscípulos, los miembros de la Generación 45 de la Facultad de Derecho, tenemos hacia él. La foto de los alumnos en el primer día de clase lo ubica entre los 350 reunidos en el patio de la Escuela. Quedamos cinco. Ricardo se encargó de reunirnos en un restaurante popular, como cada último sábado de noviembre.

Este año cumpliremos 70 de haber entrado a la Facultad. Nos proponemos celebrarlo. En la reunión de 2015 prometimos que ninguno faltará. Alguno del grupo, usando frase coloquial de nuestra época estudiantil, sentenció: “Negra el que falte”. Estoy seguro: estaremos todos. Ricardo aceptó hacerse cargo de nuestra defensa.

Fuente:eluniversalmas.com.mx

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