ÁNGEL VERDUGO
Una de las aristas más interesantes de la gran discusión que ha surgido después del crimen horrendo cometido por fanáticos islámicos hace una semana en París, es la que tiene que ver con la incompatibilidad entre la democracia y el islam.
La expresión resaltada en cursivas es, sin duda, esquemática y casi maniquea; sin embargo, deja ver lo que se ha registrado desde hace siglos en diferentes sociedades cuando se enfrentan visiones, por definición opuestas: la secular o si lo prefiere, la civil, y la religiosa.
Europa misma está llena de conflictos de este tipo; al final, al menos así nos parecía hace unos cuantos años, el enfrentamiento ideológico y político parecía haber sido ganado, de calle, por la visión civil. Sin embargo, atenidos al surgimiento de esta visión del islamismo fundamentalista —basado en la violencia propia de locos, como único instrumento para convertir a los perros infieles allá por finales de los años setenta del siglo pasado con la derrota del Sha en Irán, y el regreso del ayatola Homeini —desde París—, para encabezar el gobierno de los ayatolas fanáticos y promover el terrorismo en donde juzgaran ellos obligado hacerlo.
Hoy, para entender el proceso de extensión e influencia de estos grupos como el que perpetró el crimen en París, habría que recordar el papel jugado en esos años por el gobierno francés mismo al mantener en su territorio a quien veían como instrumento útil para derrocar a quien consideraban un títere de Estados Unidos.
En esos años, lo que estaba detrás de la hipocresía de no pocos gobiernos frente a personajes perversos como Homeini, era el petróleo, pues Irán, como sabemos, era un actor importante en el mercado mundial. El embargo petrolero de seis años antes obligó, decían algunos analistas hace 35 años, a apoyar la revuelta en contra del Sha con miras a asegurar para sus economías el vital energético.
Por aquellos años, Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional cuando Jimmy Carter fue Presidente de Estados Unidos, alertó de la amenaza que representaba ese grupo de fanáticos y sus seguidores en la región del Medio Oriente y norte de África para Occidente.
De ahí pues, si quisiéremos entender el proceso que dio lugar a decenas de grupos terroristas cuya base ideológica es una interpretación trastocada y fuera de toda lógica y contexto histórico del islam, habría que regresar a leer lo escrito aquellos años por Brzezinski.
Ante esa incompatibilidad de la cual hoy muchos hablan y dan por descontada, sería recomendable releer la obra de Samuel Huntington:The clash of civilizations. Si bien fue duramente criticada por algunos en México, contiene elementos que habría que tomar en cuenta para tratar, al menos, de encontrar una explicación coherente frente atentados de criminales y asesinos que no buscan riquezas, sino acabar con los perros infieles que no profesan su visión del islam.
Por último, supongamos que se demostrare dicha incompatibilidad entre democracia y el islam cualquiera que fuere su interpretación, ¿qué haríamos? ¿Cuál sería la solución? ¿Acaso acabar con los perros fieles?
A querer y no, el añejo enfrentamiento entre la visión civil y moderna por ponerle algún adjetivo, y la religiosa —sin que esto quiera decir que el islam es una religión—, parece haber recobrado nuevos bríos en el Siglo XXI.
Se nos vienen encima años difíciles y violentos; ¿estamos preparados?
Fuente:excelsior.com.mx
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