IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO
Será hace un poco más de un mes que recibí una llamada que de momento me pareció extraña. La persona que me llamó se presentó inmediatamente -Ramón Rayek-, y sin previo aviso me dijo que me hablaba de “El Gallinero”, como si diera por sentado que yo ya sabía de qué hablaba.
Supongo que mi desconcierto fue evidente, así que Ramón procedió a explicarme el asunto: un proyecto para ofrecerle a jóvenes judíos un espacio donde prepararse para, eventualmente, involucrarse en el liderazgo comunitario. Se lleva a cabo por medio de charlas con personas con amplia experiencia en estos asuntos, y esta es la segunda vez que se hace.
Ramón me pidió que me hiciera cargo de una charla histórica, y luego Ruth Bucay me contactó para detallarme el propósito de la sesión: lograr que los jóvenes participantes tengan, antes que nada, una visión lo más clara posible de por qué nuestra comunidad es como es.
Para ello, la charla tenía que abordar dos asuntos: el primero era explicar qué son y de dónde surgen (en términos estrictamente históricos) la Ortodoxia, el Conservadurismo y el Reformismo. El segundo, de dónde llegaron los inmigrantes judíos que integraron cada Centro Comunitario qué tenemos, y qué relación hay con las tendencias mencionadas en el primer asunto.
La charla fue maratónica. Me topé con un interés y entusiasmo mayor al que me esperaba -buen síntoma para el inicio de El Gallinero-, y lo que originalmente tenía que ser una charla con preguntas y respuestas de un poco más de una hora, se extendió casi al doble.
Me dejaron molido, pero valió la pena. Una experiencia que espero que se repita.
Ahora, de manera muy breve y condensada, comparto las ideas básicas que expuse y comentamos en esta sesión.
1. Judaísmo Ortodoxo, Reformista y Conservador
El Judaísmo ha sido una cultura (recalco: el enfoque no fue desde la perspectiva religiosa, sino estrictamente histórica) con una sorprendente capacidad de adaptación. De allí su milagrosa sobrevencia a, en un sentido literal, absolutamente todo.
Eso implica que el Judaísmo nunca ha sido una homogeneidad monolítica. Siempre han existido tendencias que han enriquecido nuestra identidad.
Con “tendencias” me refiero a que siempre ha existido una tensión entre lo que podemos definir como “liberal” y “tradicionalista”.
Aquí la pregunta interesante es esta: ¿por qué en el contexto Ashkenazí esta tensión se tradujo en una ruptura entre lo que llamamos Ortodoxia y Reformismo, y en el contexto Sefaradí eso no sucedió?
Este tipo de fenómenos -el modo en que el Judaísmo se organiza y reorganiza a lo largo de la Historia- no puede entenderse sin tomar en cuenta el contexto histórico en el que se dan (o no se dan) las rupturas.
El siglo XVIII fue fundamental para la Historia Universal. Fue el momento en que en Europa (principalmente en el norte, mayoritariamente Protestante) la cultura occidental se reinventó a sí misma. Todo cambió como consecuencia de las ideas liberales e ilustradas que, como primer gran evento, influyeron en la Revolución Francesa. Poco a poco, las ciencias, las artes, la filosofía e incluso la religión empezaron a emanciparse del férreo control que, hasta entonces, habían tenido los líderes católicos y protestantes más conservadores.
En el campo de la religión el primer gran pensador liberal fue el teólogo luterano alemán Friedrich Schleiermacher (1768-1834), quien puso bajo cuestionamiento la historicidad -e incluso la utilidad- de creencias fundamentales para el Cristianismo dogmático tradicional, tales como la divinidad de Jesús o su resurrección, y prefirió poner el énfasis en los valores éticos y morales de sus enseñanzas. Ese entorno de liberalización religiosa en Alemania fue el marco para que el rabino Abraham Geiger (1810-1874) planteara la urgencia de “modernizar” al Judaísmo. En ese sentido, fue el padre del llamado Reformismo.
Aquí es donde influyeron de manera determinante las condiciones sociales generales del Judaísmo Ashkenazí: mientras Geiger logró un gran éxito con sus propuestas en el Judaísmo Alemán de posición acomodada en lo económico y cultural, en Europa del Este la realidad era muy distinta: pobreza y marginación eran la vivencia cotidiana de los judíos polacos, rusos y ucranianos, y por ello lo que estaba en auge era un tipo de Judaísmo que iba en sentido contrario al Reformismo: el Jasidismo.
Sociológicamente no es difícil de entender: una comunidad judía cómoda y relativamente tranquila podía darse el lujo de plantearse una “adaptación moderna” de su fe, lo que implicaba abandonar algunos usos y costumbres que veía como anacrónicos; en el otro extremo, una comunidad marginada y pobre, siempre en el filo del riesgo, encontró en un mayor apego a esos mismos usos y costumbres un refuerzo a su identidad ancestral, algo que le resultaba fundamental para sobrevivir.
El hecho de que esa ambivalencia se diera en territorios políticamente disociados provocó que la tensión entre lo liberal y lo tradicionalista no pudiera mantener ningún tipo de control. Por ello, Reformismo y Jasidismo nacieron para no poder coexistir. Sólo era cuestión de tiempo para que esta ruptura se diera.
¿Por qué en el contexto Sefaradí la situación fue distinta? En términos generales, porque en ese mismo momento todos los judíos sefaradim estaban inmersos en un contexto político y cultural bastante homogéneo, y la mayoría eran súbditos de un mismo imperio (el Otomano).
Los judíos sefaradim se veían -todos y sin excepción- como gente expatriada debido a la expulsión de España en 1492. Desde su salida, amplios contingentes se distribuyeron en Marruecos, Egipto, Eretz Israel (principalmente Tzfat), Aleppo y -el mayor- en Turquía, con algunos más siguiendo hasta Grecia y los Balcanes.
Es cierto que las mismas ambivalencias económicas y culturales se daban en ashkenazim y sefaradim, pero estos últimos vivieron en un contexto político uniforme, y ello se tradujo en que el desarrollo social de sus comunidades pudo darse en un mismo entorno. En cambio, el hecho de que el Judaísmo Ashkenazí estuviese repartido en naciones o imperios diferentes provocó que ese mismo proceso de desarrollo no fuese homogéneo. Por ello, tradicionalismo y liberalismo tomaron rutas distintas: el primero enfrascado en un debate sobre cómo reforzar la identidad judía, y el segundo en su propia diatriba sobre qué aspectos de la identidad ancestral eran innecesarios.
La controversia en el tradicionalismo se dio entre los Jasídicos y sus oponentes. Los primeros insistiendo en que lo más importante era la devoción, los segundos en que era el estudio. Al final de cuentas, ni unos ni otros abandonaron ni la devoción ni el estudio, por lo que la diferencia real se quedó sólo en un aspecto de matiz, y por ello el Jasidismo no se tradujo en un cisma del tradicionalismo. Por el contrario: al confrontarse con las propuestas del Reformismo, jasídicos y no jasídicos se agruparon en un mismo bloque que empezó a ser identificado con una etiqueta que no es muy exacta pero a la que ya nos hemos acostumbrado: Ortodoxia.
El conflicto liberal se fue por otra ruta: las comunidades Reformistas pusieron bajo cuestionamiento toda la perspectiva tradicional, y el resultado fue del todo disímil. Mientras unos llegaron a excesos en donde la identidad judía quedaba completamente lesionada y hasta diluida, otros insistieron en que el objetivo sólo era modernizar el Judaísmo, no asesinarlo.
La reacción vino a partir de 1845, cuando el rabino Zechariah Frenkel se rebeló contra los extremismos reformistas y fundó lo que vino a ser el movimiento Conservador o Masortí. Con ello, el Judaísmo Ashkenazí del siglo XIX definió su fisonomía: un bando liberal en tensión con uno tradicionalista; al interior del bando liberal, un tipo de Judaísmo (el Reformista) intentando redefinir la identidad judía por medio del abandono de los usos y costumbres “anacrónicos”, contra un tipo de Judaísmo (el Conservador) intentando preservar su esencia liberal, pero regresando hacia el tradicionalismo. Del otro lado, el bando ahora llamado Ortodoxo con su propia tensión interna, con el movimiento Jasídico poniendo el mayor énfasis en la devoción, a diferencia de la Ortodoxia no Jasídica (Mitnagdim) manteniendo su énfasis en el estudio.
Al sur, en el Judaísmo Sefaradim se dieron exactamente las mismas tendencias, pero al no darse las condiciones sociales para que se volvieran extremas, todas pudieron mantenerse aglutinadas dentro de un mismo contexto cultural y religioso. Por ello, ni se llegó a un liberalismo extremo que pretendiera deshacerse de “lo anacrónico”, ni se desarrolló un misticismo radical que entrara en conflicto con el tradicionalismo de siempre. Eso lo podemos ver de manera muy palpable en el caso del auge de la Kabalá en Tzfat, que sería lo que mejor podríamos definir como un misticismo extremo en el contexto sefaradí. Sin embargo, ni siquiera esa tendencia se planteó una ruptura con los sectores más liberales que se podían encontrar en Estambul o Izmir, las ciudades más prósperas del Imperio Otomano.
Este panorama general sufrió dos cambios importantes en el siglo XX, y afectaron fundamentalmente al Judaísmo Ashkenazí. El primero es que el Reformismo de tipo alemán casi desapareció como consecuencia de la II Guerra Mundial y la brutal persecución sufrida por el nazismo. En consecuencia, el Reformismo conservó su principal área de desarrollo en los Estados Unidos, un país donde el propio contexto social y cultural generaron los excesos más radicales. Las comunidades de judíos alemanes acostumbradas al estilo original -no tan extremo como el estadounidense- poco a poco han venido asimilándose al Judaísmo Conservador, al que consideran como el mejor exponente del verdadero Judaísmo Liberal, un movimiento que no necesita romper con la identidad ancestral, sino simplemente responder a las necesidades de la vida moderna.
El segundo cambio fue la aparición del Judaísmo Reconstruccionista, iniciado por Mordejai Kaplan (1881-1983), otra reacción contra los excesos del Reformismo, aunque sin asumir una postura tan “tradicionalista” como la del Movimiento Conservador.
2. La Comunidad Judía de México
Sin entrar en detalles sobre las familias judías que emigraron a México a finales del siglo XIX y en la primera década del siglo XX, la mayoría de los judíos que llegaron a nuestro país y que le dieron forma a nuestro Yishuv, tal y como lo conocemos, llegaron en el contexto de las dos guerras mundiales.
Es relativamente fácil de entender: entre 1914 y 1939, todo el panorama europeo se transformó, y dicha afectación se extendió a los Imperios Otomano y Ruso, que se colapsaron en 1917.
Los judíos de Europa del Este ya venían sometidos a grandes presiones -y agresiones- desde la última etapa del Imperio Zarista, por lo que muchos estaban buscando el modo de abandonar la zona y “hacer la América”. Más hacia el sur, la descomposición del Imperio Otomano también estaba provocando que muchos buscaran emigrar, y a partir de 1917 el éxodo de judíos de esas zonas se incrementó.
De ese modo, poco a poco fueron llegando los contingentes que le dieron forma a nuestra comunidad. Sin entrar en demasiados detalles para no extender el tema, hay que mencionar que los inmigrantes de habla Ladina, llegados principalmente de Turquía, pero también de Grecia y los países balcánicos, se integraron en la Comunidad Sefaradí. Los inmigrantes llegados principalmente de Aleppo, Siria, en la Comunidad Maguén David. Los llegados de Damasco, Siria, en la Comunidad Monte Sinai. Y los llegados del norte de Europa, en la Kehilá Ashkenazí.
Llama mucho la atención que dos grupos judíos que no eran demasiado numerosos y que provenían del mismo país -los de Aleppo y los de Damasco, sirios- conformaran dos comunidades diferentes; y que en contraparte, un Judaísmo que era numeroso y plural -el Ashkenazí- se integrara en un solo bloque.
Aquí la pregunta importante es, sociológicamente, por qué y cómo aparece el Movimiento Conservador en México, tomando en cuenta que la abrumadora mayoría de los emigrantes judíos que llegaron al país hasta la década de los 40’s eran tradicionalistas (ortodoxos).
Para ello hay que entender la evolución social y, sobre todo, económica de los judíos en México. Las comunidades que ya se mencionaron se integraron por inmigrantes que llegaron cuando la Revolución Mexicana (1910-1917) acababa de terminar, y a los pocos años tuvieron que enfrentar las complejas consecuencias de la Guerra Cristera (1926-1929), que fomentó de un modo muy especial los sentimientos antisemitas en toda la zona central del país, después de la cual vino el auge de los grupos pro-nazis previos al estallido de la II Guerra Mundial (1933-1939).
En este contexto es lógico que no se dieran las condiciones para el establecimiento de un Judaísmo de tipo liberal en México. En primera, no hubo una migración numerosa de judíos pertenecientes a los movimientos Reformista o Conservador. Y, en segunda, la mayoría de los inmigrantes fueron personas que llegaron a trabajar no sólo para subsistir ellos mismos, sino también para traer al resto de la familia. Si a eso le agregamos los contornos hostiles que se dieron, es fácil de entender que la tendencia natural de las comunidades que se iban integrando fuese reforzar su identidad y sus hábitos tradicionales y hasta folclóricos.
Fue hasta las siguientes generaciones que este panorama cambió: México entró en una etapa de cierta estabilidad, el antisemitismo quedó relegado a un plano marginal por la derrota de Alemania en la II Guerra Mundial, y la situación económica de la Comunidad Judía pasó a ser muy buena y holgada. En esa situación, resulta lógico que se dieran las condiciones para considerar la alternativa de un tipo de Judaísmo más vinculado a la modernidad de occidente.
La primera comunidad Conservadora se fundó por razones que, en estricto, resultaban ajenas al desarrollo de la comunidad mexicana: el Beth Israel Community Center se integró en 1957 con estadounidenses radicados en el país. Sin embargo, debió ser un interesante referente para que cuatro años después (1961), un grupo de familias de la Kehilá Ashkenazí decidieran integrar la primera comunidad Conservadora surgida del Judaísmo mexicano: Bet El.
De ese modo, el Judaísmo Liberal se hizo presente en nuestro país.
Sin entrar en más detalles por el momento, sí hay que mencionar una serie de situaciones muy singulares que hacen del Judaísmo mexicano algo único en todo el mundo.
La primera es que en prácticamente todos los países del mundo donde hay comunidades judías, están presentes las comunidades Ortodoxas, Reformistas, Conservadoras y Reconstruccionistas. En México no: oficialmente sólo hay comunidades Ortodoxas y Conservadoras (mucho se ha dicho que Beth Israel es Reformista, pero vale la pena aclarar que esto es del todo inexacto; es una comunidad perteneciente al Movimiento Masortí).
La segunda es que el Judaísmo mayoritario es, a nivel mundial, el Ashkenazí, y esto se refleja en la realidad demográfica de todas las comunidades judías del mundo: una mayoría ashkenazí y una minoría sefaradí, a su vez subdividida en sus diferentes grupos. En México es totalmente diferente: el grupo mayoritario es el originario de Aleppo (Maguén David), y la comunidad Ashkenazí es minoritaria.
La tercera es que las comunidades sefaradim a nivel mundial están acostumbradas a tener una importante presencia de judíos marroquíes. En países como Francia y España, los sefaradim marroquíes son, de hecho, el grupo representativo. En México casi no hay sefaraditas de origen marroquí. La comunidad es fundamentalmente turca -algo “extraño” para judíos de otros países-.
La cuarta es que nunca se integró en México una comunidad ashkenazí exclusivamente alemana. Las pocas familias “yekes” que llegaron al país giraron en torno a la Kehilá Ashkenazí, aunque luego la mayoría de ellos se acomodaron de manera natural en Bet El, debido a que el Judaísmo Conservador es el más afín a lo que fue -hasta antes de la II Guerra Mundial- el Judaísmo Liberal Alemán (también conocido como Rito Liberal de Berlín).
Como puede verse, la temática fue amplia y compleja, y ello se tradujo en una charla larga, pero intensa y hasta me atrevo a decir que apasionada.
Termino esta nota celebrando este tipo de proyectos. Conocernos mejor siempre es bueno y productivo, más allá de la convicción religiosa (o laica) que cada uno de nosotros tenga. Y creo que debe aplaudirse que un grupo de muchachos en sus años 20’s se junte porque tienen el deseo de reforzar poco a poco y cada vez más su participación en el liderazgo comunitario, y además con el objetivo de ampliar su visión de lo que es el Judaísmo -tanto en la Historia como en México-.
Mi experiencia personal -la de alguien que ya se pasó de los 20’s por… otros 20- fue de lo más satisfactoria y estimulante. Quedé encantado con este proyecto y con estos muchachos.
Verdaderamente, espero que más jóvenes de nuestra comunidad se integren y no sólo para recibir, sino también para aportar. Está en sus manos hacer que esto valga la pena y tenga continuidad.
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