SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El primer requisito para luchar contra un enemigo es identificarlo. Si uno no lo identifica es imposible luchar contra él y, por lo tanto, es imposible vencerlo.
Los gobiernos occidentales, tal vez debido a un ingenuo exceso de tolerancia, o a un temor pusilánime de su población musulmana y de los países árabes productores de petróleo, hacen malabares para evitar decir que los terroristas que hoy actúan en el mundo lo hacen motivados por su religión, el Islam. Obama llama lunáticos a los asesinos de los caricaturistas. Hollande los llama fanáticos (sin especificar, de que son fanáticos, ¿tal vez del fútbol?). Ni ellos ni la mayoría de los políticos occidentales tienen las agallas de llamar al pan pan, y al vino vino. Si alguien menciona “Islam”, de inmediato esos políticos saltan a decir “eso no es el Islam”, a pesar de su total ignorancia de quien realmente fue Mahoma y cuales fueron sus enseñanzas.
Para comenzar, hay que dejar bien en claro que Mahoma no es el equivalente árabe de la Madre Teresa. Era un guerrero sanguinario que no tenía reparos en violar tratados de paz si así le convenía. Era un pedofilio que hoy, en cualquier país occidental, estaría en la cárcel por acostarse con una niña de nueve años. Sus seguidores no eran predicadores pacíficos como Pablo sino guerreros fanáticos que convertían a los paganos por la espada y mataban a los que rehusaban convertirse. Cualquier similitud con los fanáticos islámicos de hoy no es coincidencia. (A los cristianos y a los judíos, por considerarlos creyentes de religiones inferiores e incompletas generalmente les permitían vivir pero como ciudadanos de segunda clase).
En Europa el islamismo fanático y terrorista se propaga por medio de las mezquitas y del Internet. Los gobiernos de Europa deberían tener 0% de tolerancia a los islámicos fanáticos. A los imanes que dan sermones de odio se les debe expulsar del país si son extranjeros, o, si tienen ciudadanía, deben ser juzgados por fomentar la violencia. A los musulmanes nacidos en el extranjero que toman parte en disturbios y vandalismos, se les debe expulsar de inmediato, anulándoles la ciudadanía si es que la tuviesen. A los musulmanes de la segunda generación nacidos en el país, si viajan al extranjero para luchar al lado de una organización islámica fanática se les debe quitar la nacionalidad y prohibirles el reingreso al país.
La ciudadanía se debe otorgar solamente después de años de vivir en el país, dominar el idioma, y pasar un examen comprensivo de la historia y de las instituciones gubernamentales.
Se debe prohibir que países que no permiten la presencia de iglesias y templos en sus territorios financien la construcción de mezquitas en los países del Occidente.
Se debe prohibir el uso de la burka. Se debe eliminar la poligamia que se permite a los inmigrantes musulmanes en algunos países. No se debe reconocer la Shaaría como ley legitima en un país occidental. Si hay barrios en los cuales la policía hoy teme entrar se les debe cortar el agua y la electricidad.
Apologías del terror, verbales o escritas, no deben ser consideradas como libertad de expresión, sino como incitamiento al terror, y deben ser castigadas por la ley.
Pero todo esto solo se puede hacer si el Occidente reconoce que el Islam en su versión fanática es un sistema político opuesto a la democracia ya que solo cree en la ley divina. Si el Occidente continua diciendo, cada vez que un islámico realiza un acto de terror, “esto no es el Islam”, la situación cada vez será peor, y, tarde o temprano, la Civilización Occidental terminará en suicidio cultural y político.
Mi Enfoque 539, Enero 15, 2015, por David Mandel, [email protected]
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