Juntos venceremos
domingo 17 de noviembre de 2024

La madre del Papa

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FEDERICO REYES HEROLES

Lo dijo Aristóteles, fuera de la sociedad el hombre es una bestia o un Dios. Nadie acepta ser bestia aunque actúe como tal. Pero hay algo aún más peligroso: creerse Dios o su encarnación. La historia nos arroja actos atroces cometidos en nombre de Dios…

Acudir a la fuerza (física) es signo de debilidad, es caer en el territorio donde la razón, la palabra, los argumentos han sido derrotados. Gobierna el instinto que nos acerca a las bestias. Lo dijo Aristóteles, fuera de la sociedad el hombre es una bestia o un Dios. Nadie acepta ser bestia aunque actúe como tal. Pero hay algo aún más peligroso: creerse Dios o su encarnación. La historia nos arroja actos atroces cometidos en nombre de Dios. Lo vivimos el 7 de enero. Jano revive las dos caras: el ser civilizador y la bestia a la vez. Convivimos con esa esquizofrenia. Las bestias no desaparecen, tampoco los enviados de Dios.

Los genocidios no son algo nuevo. En un fascinante libro (De animales a dioses, de Yuval Noah Harari) se habla del que quizá fue el primer genocidio cometido por los sapiens en contra de los neandertales. El asunto es de vieja data y no desaparece. Algo queda claro, la tolerancia no está en nuestros genes. “Si un hombre superior deja tuerto a otro hombre superior, lo dejarán tuerto”. Ojo por ojo, el Código de Hammurabi de 1760 a. C., es referente obligado de los múltiples esfuerzos del ser humano por contener a las bestias cuando éstas aparecen. Pero todos llevamos una. “Si mi buen amigo, el doctor Gasparri, dice una mala palabra sobre mi madre, puede esperar en respuesta un puñetazo”. Gasparri se encontraba parado junto al Papa a cuarenta mil pies de altura: colaborador y amigo. Pero el líder de la Iglesia católica le recordaba que él también lleva una bestia dentro y que una alusión a su madre puede despertar la ira en una figura señera de eso que llamamos civilización occidental.

Francisco una vez más dejó de lado lo políticamente correcto y a unos días de la magna concentración en París, afirmó que la libertad de expresión tiene límites, sobre todo cuando alguien insulta o se burla de la fe de otros. Si su madre explica el hipotético puñetazo del razonable Francisco, qué decir de las creencias más íntimas sobre lo sagrado de mortales comunes. La reacción de la bestia no debe sorprender a nadie. Desde la versión purista y doctrinaria, la libertad de expresión no puede aceptar ningún límite externo. Sin embargo, éstos existen en todos los países occidentales. La calumnia y la difamación, la afectación de otro por las palabras infundadas o mal intencionadas que dañan la reputación o la fama pública reciben sanciones que pueden ser millonarias. Los límites legales están por todas partes, Francia incluida.

Sin embargo, todo liberal defenderá lo deseable: que las limitaciones sean las menos posibles y estén perfectamente definidas. Cómo regular el humor o la sátira sin afectar la libertad de expresión, imposible. Francisco fue muy claro: “Hay tanta gente que habla mal de las religiones u otras religiones, que se burla de ellas, que toman a la ligera a las religiones ajenas… Son provocadores”. Después viene el puñetazo. El Papa ha llamado a los medios a tratar a las religiones con respeto. Los asuntos de la fe constituyen un territorio muy sensible y, por ende, peligroso. Todos lo sabemos, no hay novedad. Aquí en México el Museo de Arte Moderno tuvo que retirar una obra en la que se mezclaban las imágenes de la Virgen de Guadalupe con las de Marilyn Monroe. Hubo manifestaciones bastante violentas de creyentes ofendidos. ¿Se coartó la libertad del artista? Desde la doctrina sí, pero en un país predominantemente católico la imagen era una provocación. Allí entramos a un ámbito incómodo.

hablaba del valor estético de la exposición, sí, en cambio, de la reiterada serie de imágenes y textos en que se caminaba en el peligroso sendero de la loa al Holocausto. No era una imagen, eran decenas. Charlie Hebdo estaba a punto de cerrar. Por lo visto sus sátiras ya no eran sustentables. Al convertirse en símbolo y mártir de esa intocable libertad, la de expresión, el tiraje se fue en una semana a alrededor de tres millones de ejemplares. Un original de la semana anterior fue vendido en más de tres mil dólares. Esa realidad también está allí: ¿subir el tono para vender más?

Es curioso, después de la gran marcha en París pareciera que Occidente y sus libertades caminan victoriosos por el mundo. Pero está la otra lectura. La necesidad de reducir libertades e invadir la privacidad de habla de un Occidente arrinconado. Llevamos casi tres lustros con el “Acta Patriótica” y otros instrumentos de control, pero el resultado concreto es que los atentados no cesan. Eso es, en los hechos, una derrota. El Islam avanza y los radicales se multiplican. ¿Qué hacer? Hay otro camino, menos llamativo pero más eficaz: no ofender a la madre del Papa que todos llevamos dentro, la autocontención.

               

*Escritor

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